miércoles, 26 de diciembre de 2007

El duendecillo de las conspiraciones ataca de nuevo

Creo que todos llevamos dentro un duendecillo juguetón que nos susurra conspiraciones contra nosotros. Es el mismo que nos dice que somos muy desafortunados y que todo está en nuestra contra. Nos advierte de que los que nos rodean conjuran contra nuestra fortuna y nos hace el centro de complicadas tramas urdidas para atentar contra nuestros intereses. Hay que escucharle y reirte de él y de las cosas que se le ocurren, y luego analizar con frialdad los hechos y juzgarlos como corresponde. Si le haces caso te convierte en un bicho receloso y esquivo, casi siempre pesado; a veces solamente te convierte en un llorón y otras veces te vuelve, ironías de la vida, conspirador.

Os voy a contar la última que me ha jugado el muy bribón. Desde que me he mudado, los días que salgo tarde vuelvo a casa en RENFE. Cuando vengo por la mañana a trabajar, prontito, me puedo sentar tranquilamente en uno de esos enormes trenes de dos pisos. Pero cuando vuelvo a casa, ¡ay!, todos los trenes son de una planta, y me toca pegarme literalmente, por un hueco. Esto se debe sin duda a que por la mañana la hora punta es relativamente corta y muy poco escalonada, y en cambio las vueltas son más espaciadas en el tiempo y la hora punta se dilata, por lo que no hay trenes de dos plantas que cubran todo el horario. O que no es efectivo poner trenes tan grandes a esa hora, porque en realidad la hora punta de verdad es más pronto o más tarde y cuando yo vuelvo no hay tanta gente como a mí me parece. Yo qué se. Seguro que tiene una explicación razonable.

Pero he aquí lo que opina el duendecillo de las conspiraciones:
"Claro, para venir a trabajar todo son facilidades. Te lo ponen muy fácil para que vengas con seguridad y tranquilo al trabajo. Pero para volver a casa, ¡a quién coño le importa. Te las apañas con estos trenes enanos que los otros son muy caros para tenerlos todo el día por ahí. Si quieres llegar a casa relajado y bien peinado, que te den por culo. Ya has trabajado, por nosotros como si tiras a la vía. Seguro que los trenes que van hacia el Norte sí son de de dos plazas. A los inmigrantes de Vallecas y Entrevías no les importa volver a casa empaquetados como animales de carga".

Perdonad el lenguaje, pero es que los duendecillos de las conspiraciones suelen ser muy mal hablados. Yo os trascribo lo que él me susurra. Yo me parto con él.

jueves, 20 de diciembre de 2007

Blues de un barrio nuevo (I): Todo vale

Una característica inesperada de vivir en un barrio nuevo en las afueras es la transgresión rutinaria y cotidiana de las normas de vida social antes sagradas. Parece que el vacío, los fantasmales edificios en construcción, la ausencia de tráfico, invita al olvido de las costumbres y de las leyes.

Todo empieza con el tráfico. El encargado de ordenar el tráfico decidió que en este barrio no se puede girar a la izquierda y prohibió todos los giros en este sentido. Además, plantó las calles de stops que en este momento no tienen ninguna utilidad. De modo que, al principio con cautela, y luego sin miramientos, coger el coche e ir a comprar el pan significa romper 4 o 5 reglas de tráfico que antes eran impensables.

Luego fue la basura. No teníamos cubos. Por supuesto, no había (no hay) contenedores de vidrio y papel. Y tienes basura poco frecuente. Este escombrito.. ¿a dónde va? Así que todo junto. Tantos años de exquisitez de biológico/envase/cartón, etc..., arruinado en unos pocos días. Ahora que ya tenemos cubo amarillo, no sé, cuesta volver a la rigidez antigua.

Y después, otras costumbres extrañas: salir con zapatillas a tirar la basura, dejar una enorme caja de cartón enfrente del portal, colarte en el metro. La gente deja cosas por el medio, no cierra la puerta de casa, el portal no se cierra nunca, la puerta del garaje ha estado abierta una semana. No sé, es una especie de territorio sin ley, una zona muerta, una tierra de nadie, un romance fronterizo. Cuando me enteré de que habían atracado el Ikea a punta de pistola en plena hora punta, casi no me extrañó: es normal, da igual, aquí puede pasar de todo, la civilización aún se despereza entre los eriales por construir.

Pero lo que me ha llevado a escribir este post fue lo que pasó anoche. Os juro que ayer, sin dudarlo un instante, sin importarme el frío, la decencia o la convivencia, bajé a tirar la basura (con daltonismo agudo a la hora de elegir el color del cubo, por supuesto) con el albornoz de salir de la ducha, como un exhibicionista, enseñando las canillas y lo que el viento del norte y el azar dispusieran. Chúpate esa, Marilyn.

martes, 11 de diciembre de 2007

La vida muerde

El pasado viernes me contaron una historia de las que te dejan marca. Lo pude palpar con mis ojos. Fue un recuerdo de que la vida se vuelve tortuosa e inexplicable en ocasiones. Mi propia vida ha sido (está siendo) un camino limpio, recto, quizá previsible, y deseo que siga así. Pero cuando escuché esta historia, cuando supe de estas vidas, después de un estúpido brote de hilaridad nerviosa, quedé deslumbrado por lo sinuoso de los acontecimientos. No fue hasta mucho tiempo más tarde, cuando me di cuenta de que lo que en verdad me habían contado era una historia de dolor. De dolor y de consuelo, de golpes inesperados, de deseo de volver a levantarse, de cicatrices indelebles.

La vida muerde. Lanza dentelladas de perro rabioso. Vivir duele. Hay quien sucumbe, hay quien se lame las heridas, y luego están estas personas que devuelven los mordiscos, que se levantan, sin fuerzas, que recomponen los pedazos, y que siguen sacando el néctar delicioso de los buenos momentos. Hay a quienes los golpes les tumban, y entonces piensan desde el suelo que hace una mañana preciosa. Hay a quienes la sangre de las heridas se les vuelven rosas fragantes. Y hay quienes no tienen miedo, quienen se lanzan a donde sus sentimientos les conducen, aún a sabiendas de que pueden salir dañados.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Amanece

Perdonad que insista. Pero es que me pasa que parece que estoy descubriendo las cosas evidentes que nos rodean y que, viviendo en la jungla de asfalto, en el huracán de los días, me pasaban desapercibidos. Hoy venía con el pequeño H. en el autobús, y de repente ha dicho "Sol". Y es que estaba amaneciendo. ¡Y se veía el sol, diminuto, de contornos precisos, ardiendo, una joya nuclear surgiendo desde lo más profundo!. Y eso pasa al lado de mi casa, en una sobrehabitada ciudad del siglo XXI. Ha sido todo un espectáculo. He hecho un esfuerzo y lo he seguido mirando aunque doliera la vista.

Hoy he llevado a mi chico al cole. Le ha costado despertarse, le he tenido que levantar las persianas, acariciar la mejilla, hasta que poco a poco ha ido despertando. El último par de días cuando él se ha despertado, yo ya me había ido al trabajo hace rato, y llamaba "Papá" sin respuesta. (Pobre mamá, ¿qué va a pensar?). Hoy se ha despertado, anunciando mal humor (¿a quién le gusta que le despierten? Pero me ha visto, y poco a poco ha asomado una sonrisa. Y se veían sus dientecillos diminutos, de contornos precisos, ardiendo, surgiendo desde lo más profundo. He contemplado esa sonrisa, sincera, manteniendo la vista, aunque duela. Como el Sol.


Hoy he tenido suerte. Ha sido un buen día. El Sol ha amanecido dos veces para mí.

martes, 4 de diciembre de 2007

El bosque petrificado

Delante de mi casa se extiende una zona muy amplia despejada, donde hay un gran parque pelado. Cuando salgo por la mañana, prontito, en estos amaneceres fríos, me sorprendo al vivir en Madrid y gozar de horizonte, eso de que los habitantes de grandes ciudades no suelen disfrutar. Lo abandonado del lugar, lo fantasmal de los edificios esqueléticos en construcción, la noche agonizante, y el clima me producen delirios estéticos en mi camino hacia el metro.

Ayer fue una espesísima niebla que no permitía vislumbrar nada más allá de 5 0 6 metros. Es lo que yo llamo niebla metafísica. Porque estar en una densa sopa donde no se ve a dónde vas o de dónde vienes, donde ves las siluetas de las cosas o de las personas, no me diréis que no es fácil ver las connotaciones simbólicas y metafísicas que encierra.

Hoy ha sido una escarcha paralizante que cristalizaba las hojas y ramas del suelo, y ha dejado petrificados los desnudos y raquíticos árboles del camino. Un bosque de acero, una ciudad helada e infinitamente dormida.

viernes, 30 de noviembre de 2007

Y se ve la Luna

De vueta al trabajo, y a la vida más o menos normal. Ha sido un mes largo de “vacaciones”. Y va entre comillas porque ha sido una locura: el nacimiento exprés de Ana (qué ganas de venir al mundo tenía), los primeros días de convivencia los cuatro, visitas a tiendas de muebles y…. ¡mudanza!. Dar de alta contratos, acordarte de la madre del constructor cada vez que observas errores, pelearte con instaladores, el día entero en el coche, en fin… Menos mal que he vuelto al trabajo, a descansar de las vacaciones.

Al fin, vivo ya en algo parecido a una casa. Como soy un experto reconocido en el arte de echar de menos, añoro mi antiguo barrio y mi antigua vida. Me causa pesadumbre llevar al niño al cole en coche, ir con prisas. ¿Dónde han ido mis paseos matutinos por el Retiro desierto y helado?

Mi nuevo barrio no existe, es un erial lleno de montañas de escombros, un bosque de grúas, una Siberia yerma donde hace un frío del copón y el viento pasea por las desiertas avenidas los embajajes del Ikea que los vecinos dejamos por ahí, ante la ausencia de cubos de basura. El pequeño H. ya no pide salir a la calle, no se sabe si porque le gusta su amplia y luminosa habitación, o porque el paisaje no le motiva.

La primera nota de gusto por mi casa y por mi nuevo barrio vino de muy arriba, cuando me asomé a la ventana de mi cuarto y vi la Luna, creciente, limpia y hermosa. Llamé a H., y descubrir dónde está la Luna se ha convertido ya en una rutina diaria. Vengo de un barrio y de una casa donde para ver la Luna no servía mirar hacia arriba. Dice mi alma gemela Ale. que lo primero que notó cuando se mudó a su nueva casa fue que podía ver la Luna. Es una gozada. Es un comienzo. Dentro de unos años, cuando estemos rodeados de pisos, gente, tiendas, niños, y esto sea ya un lugar con vida, estaremos muy gusto. Pero a lo mejor ya no se ve la Luna.

Saludos a todos.

lunes, 29 de octubre de 2007

Ana


Esta es Ana. ¿cómo era eso de coger a un bebé?

miércoles, 17 de octubre de 2007

Hasta luego

En breve nacerá Ana y cogeré un montón de días de permiso y vacaciones. En breve me iré a mi nueva casa donde la llegada de la línea de teléfono e Internet no está prevista en unos cuantos meses. Eso y el caos de empezar a tener 2 niños y una mujercita recién paridita, y los muebles, y todo eso de mudarse van a hacer imposible que mi yo digital siga por aquí escribiendo ocurrencias. No sé si echaré de menos escribir en el blog, pero sí añoraré ver, a primera hora de la mañana, los de mis colegas Ma. y Bl., a ver qué cosas les han pasado.

Así que hasta luego, escasas y apreciadas lectoras. A la vuelta nos veremos.

La calma en la tormenta

Habla mi compañera blogera Ma. de días revuletos y fatigosos. Los míos últimamente son tremendos, agotadores, aunque no tienen nada que ver con el trabajo. De hecho, venir aquí a BN es casi un descanso. Pues en estos días de ir y venir, de coger el coche cada 2 por 3, con lo culpable que me siento cuando vengo al trabajo en coche y todo eso, en estos días de cargar, descargar, mirar , comprar, contratar, revisar, golpear, llevar, traer, hay unos momentos incomparables que no surgen en los otros días normales. Y son esos minutitos en los que puedes pararte un rato y descansar.

Vas por la calle atareado pensando en tus mil guerras y de repente aminoras el paso, y te das cuenta de que en realidad no tienes tanta prisa y de que hace un día espléndido. Así que disfrutas de 5 minutos de una paz incomparable. O cuando encuentras un ratito para tomarte un cafetito y te sabe riquísimo. O puedes leer 20 minutillos antes de irte a la cama. Los días agitados son tremendos, pero guardan estos tesorillos que los hacen a su modo únicos.

jueves, 11 de octubre de 2007

Alarma de intrusos

Ayer, en mi nueva y aún vacía y despersonalizada casa, me asaltó en el ascensor un señor de una flamante empresa de seguridad. Abundan, en los nuevos barrios, vendedores y panfletos de estas empresas, que son un próspero negocio últimamente. Como no sé decir que no a los vendedores, porque es un oficio lastimoso, porque me dan pena, le escuché lo que me quería vender. Además, es bien sabido que a los nuevos barrios y ensanches los delincuentes llegan mucho antes que los policías. El asunto me preocupaba lo suficiente como para esucharle con cierta atención.

Así que el señor José Luis me explicó los aparatos que me iban a poner en mi casa, y como reaccionan en caso de que un caco irrumpa en la vivienda, estando nosotros dentro o no. La cosa se empieza a torcer cuando el vendedor me explica que si viene un familiar o un amigo, pues solo tengo que desconectar el chisme y así no salta la alarma y se presentan los geos.

Entonces decidí que no iba a instalar esta ni nunguna alarma. No podemos consentir que capitalicen nuestro miedo, ni que medren a costa de nuestra psicosis. Las empresas de seguridad que merodean por los barrios nuevos son alimañas que huelen nuestro temor primigenio a que una tribu invada nuestra cueva. No expongo ninguna idea nueva si digo que creo que nuestras sociedades ultratecnificadas y sofisticadas viven atenazadas por el miedo; no es casualidad ni moda de diseño que las nuevas comunidades que se construyen tengan forma de rectángulo completamente cerrado. Nuestra casa es nuestro fortín, y nos encerramos en ellas con las pistolas cargadas, preguntamos quién va y si es una cara conocida guardamos los perros y bajamos el puente levadizo. Todo esto debe ser cosa de los tiempos, pero no quiero que nadie se haga rico a costa de que el vecino sea nuestro enemigo.

Pero por si acaso, contrataremos un seguro que cubra el robo

martes, 2 de octubre de 2007

Quino

Mi padre le ha cogido el gusto últimamente, cuando voy de visita, a llevarme a tomar una cerveza a alguno de sus bares favoritos y enseñarme a su parroquia. Los tipos que se ven a esa hora en esos bares, de la edad de mi padre, no tienen desperdicio; he crecido con ellos. Hombres criados en la postguerra, con la piel dura de las manos del trabajo de tantos años, pequeños, con los mofletes enrojecidos por el culto al vino, hablando inconsistentemente de fútbol, algún chiste verde sonrojante.

Quino es más joven, aún trabaja, ahora está en las megalómanas torres de la antigua ciudad deportiva. Te partes de risa cuando le oyes hablar del vértigo que se siente allá arriba, él, un hombretón que ha trabajado en un piso 19 cuando no había redes ni arneses. Es un personaje poco relevante de mi infancia, pero que le vuelvo a ver ahora, regordete, con un bigote largo y acabado en punta, con los ojillos inquietos. Va a pescar y a cazar, es muy expresivo, de esos que miden con las manos todo, el tamaño de los peces que captura, el tamaño de las vigas que tiene que acarrear. Te golpea constantemente con su mano hinchada en el hombro para llamarte la atención. Me mira con picardía, viendo a través de mi apariencia adulta al niño asustadizo, enmadrado y blandito que era hace 20 años, conjurando de nuevo el temor que me inspiraban personajes como él cuando era pequeño, con sus chistes salvajes, sus retos, sus veladas acusaciones de poca hombría.

Hombría rancia, sudor de macho ibérico, machismo macerado en el poso de los siglos es lo que comunica a raudales Quino y los hombres de su generación y estrato social. Me enseña con orgullo su nuevo coche, no me acuerdo la marca, y nos cuenta que coge tranquilamente los 220 km/h cuando viene de Torrevieja (¿de dónde sino?). Le da igual que le quiten los puntos, dice, él va a seguir conduciendo de la misma manera. Mi padre le amonesta recordándole los muertos en carretera y todo eso, pero para Quino eso son cosas de los telediarios. Él me inspira, como muchos hombres de su catadura, indignación y compasión a partes iguales, son una generación perdida heredera de la ignorancia milenaria de este país, rematada por el ostracismo conventual de 40 años de religiosa dictadura. La vida, implacable, se muestra caprichosamente cruel con Quino, que perdió a su hijo pequeño en un absurdo accidente, cuando le atropelló un coche que iba a demasiada velocidad, y que ahora observa impotente cómo su mujer se va quedando ciega cada día.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Está usted aquí

Esta es un foto de la Tierra tomada desde Marte. La acaba de mandar una de esas sondas de la NASA. Debería ser fondo de pantalla de todos nuestros ordenadores,y póster en todas nuestras habitaciones para recordar lo que somos cuando nos peleamos con nuestro vecino por cualquier mezquindad. Tampoco les vendría mal tenerla siempre delante a los libertadores de la patria vasca y gentuza similar.

Fuente: NASA

martes, 18 de septiembre de 2007

Karina y la política

Cuando yo tenía unos 10 años vino una chica nueva a mi cole que se llamaba Karina. Fue un fichaje pintoresco porque era francesa, en un tiempo en que los extranjeros, por escasos, causaban mucha sorpresa e interés a su alrededor. Llegué a ser bastante amigo de esta chica, quizá la primera chica que fue amiga mía. Por supuesto, mis colegas me pinchaban con el tema de que a Karina le gusta Ricardo y viceversa. Creo recordar que los rumores eran falsos, pero sí me gustaba charlar con ella, y además estaba el tema de que era francesa, ¡qué caray!. A mí me gustaba entonces la empollona de la clase, que tal como la recuerdo hoy en día, era una chica con gafas de azafata de 1,2,3 y la cabeza cuadrada, literalmente.

El caso es que un día Karina me preguntó a quién votaría yo en las próximas elecciones, si tuviera la edad. Yo repetí como un loro lo que oía a mi padre por aquel entonces. Y ella se enojó. Dijo: "¿Votarías a esos?". Seguro que ella también repetía lo que escuchaba en su casa. Ante mi perplejidad no se me ocurrió otra cosa que unos días después decirle que lo había pensado mejor y que no votaría a nadie. ¡Vaya ocurrencia! Eso le sentó peor que lo anterior.

No recuerdo si en ese momento nos dejamos de tratar del todo o es que a partir de entonces ya no fue la relación como antes, pero el caso es que todo cambió entre Karina y yo para siempre. Al año siguiente ya no vino a nuestra clase y nunca más la he vuelto a ver. Nunca más he vuelto a discutir con nadie de política en términos que puedan llevar a un enfrentamiento. Y podría discutir de política en términos generales, pero desde luego nunca me pelearía por los partidos políticos, organizaciones sedientas de poder a los que les da igual si nos va bien o mal o que estemos vivos o muertos. El extraño caso de Karina y la política se me quedó grabado para siempre, y su cara pálida de francesa, y su chandal rosa mandándome delicadamente a tomar viento fresco me escuecen aún.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Cómo se hace este blog

Cuando empecé esta extraña y ególatra aventura de escribir un blog, no tenía muy claro qué era lo que quería hacer, o de qué iba a hablar. Desde el principio noté que no quería hacer un diario, con detalles de la vida de todos los días, los vaivenes económicos y laborales, los lugares que he visitado, o las películas que he visto. Iban saliendo post generales, algo abstractos, que partían de experiencias cotidianas, pero rara vez mencionaba esa experiencia.

En los primeros días, cuando iba por la calle, iba escribiendo post mentales, en los que hablaba sobre reflexiones cotidianas, o intentaba reflejar eso que todos tenemos que es "nuestra visión del mundo". O, de modo más general, quería dar a conocer esa parte de mí que no sale a la luz en la vida diaria (egolatría, lo llame como lo llame). Pero luego pasaba algo raro. Llegaba a un ordenador, en el trabajo o en casa, y rara vez escribía lo que había estado pensando. Unas veces era pereza y otras el tema o el contenido me parecían poco interesante.

De modo que los post que han formado este blog han sido resultado de efusiones espontáneas, de momentos breves de reflexión. Por eso algunas cosas de las que he escrito ahora las veo con cierto escepticismo, aunque me acuerdo de los momentos que las engendraron.

Pese a todo, en tremenda contradicción, releo este blog y creo que me ha salido solemne y cerebral. Cuando leo el de mi amiga Blanca, que es espontáneo y fresco, a bote pronto, y que espero que en breve vuelva a actualizarse, y el de Marina, que es algo intermedio, es espontáneo, pero se nota que la meditación ha venido de largo, en toda una vida, entonces quiero que me salga algo parecido. No me considero culpable de cómo quede este blog, que sale como quiere y como puede, porque sí, ni hago propósito de enmienda, ni me propongo escribir de otra manera, solo que no sé lo que va a pasar, ni qué sesudos disparates aparecerán por aquí de hoy en adelante.

viernes, 31 de agosto de 2007

El accidente

El accidente es un punto de inflexión. Un punto y a parte, el final del capítulo. Lo que más sorprende es su irreversibilidad. Parece que es muy fácil retroceder unas horas atrás y evitarlo. Unos días después piensas: hace una semana no podía imaginar lo que iba a pasar, cómo el resto de mi vida iba a cambiar para siempre. Unas semanas después piensas: hace un mes todo parecía inmutable, no tenía noticia de que un minuto significa que en los años siguientes la vida será distinta. Sutilmente distinta, o una vida completamente nueva.

Lo que llama lo atención del accidente es que los cambios de la vida no sean producto de la toma de una decisión, o de un proceso de reflexión y acción, sino de un minuto, un segundo, en el que tomas una decisión equivocada o que una causa externa se te cae encima y te aplasta. Lo que viene después es un juego de auto lesión. Analizas, hacia atrás, y te torturas con ello, las sutiles líneas de la vida que han llevado al accidente, y las pequeñísimas acciones que podrían haberlo evitado todo. Las razones nimias que te llevaron a cambiar de camino esa mañana, el encuentro casual que cambia tu vida y que se produce porque alguien tuvo un pinchazo. Las consecuencias que reverberan durante años…

A veces, un pequeño accidente, de consecuencias molestas pero intrascendentes, te recuerdan estas certezas siempre sabidas y nunca asimiladas. Yo no tiendo a considerar como avisos estos breves infortunios, pero si los veo como recordatorios de la sensible burbuja de jabón que es vivir, y lo vulnerable de nuestras fortalezas, y de cómo un punto de inflexión puede convertir a la semana que viene y al resto de las semanas en un juego distinto, con nuevas reglas y con nuevos jugadores.

jueves, 23 de agosto de 2007

Zoo

Llegó la primera visita obligada al zoo, con H. Es un sitio agradable, y ver los animales es una experiencia estupenda, sobre todo esos que son casi mitológicos, como el rinoceronte o el hipopótamo. Pero como me pasa cuando visito un zoo o pienso sobre ello, la sensación es de pesadumbre. No me voy con una sensación buena en la boca. Soy un ignorante paleto de ciudad, burgués, que acepta que capturen y encierren a animales salvajes y libres para el deleite de los niños y la distracción de las masas.

No debo ser el único que se siente así, porque en el parque tenían un tríptico que justificaba la existencia de un zoo moderno, que parece ser que es investigación, conservación de especies amenazadas y formación a las nuevas promociones. ¿Y qué tiene que ver todo eso con delfines dando piruetas y con el monstruoso parque temático en que se han convertido? Tampoco ayudó mucho que nada más llegar contemplara como cuatro mocetones como cuatro torres se entretuvieran acercándose a la jaula del buitre leonado e insistieran en escupirle una y otra vez. Esta y otras demostraciones similares de “formación” acabaron de hundir mi esperanza en la raza humana. Algo parecido, aunque un poco menos, siento cuando voy a un megacentro comercial o a un campo de fútbol: ¿somos una especie en extinción, tiene fin nuestra decadencia?

En fin, hoy tengo un día regular, y el recuerdo del zoo no me agrada mucho. H. lo pasó bastante bien, y verle fue todo un gustazo. Gracias, pobres bestias, por divertirle. Ya casi no quedan sitios donde podaís vivir como animales, así que igual os tenéis que ir acostumbrando a las estrecheces que adoramos las personas.

jueves, 16 de agosto de 2007

El libro de la selva

En la casa donde hemos pasado las vacaciones había un DVD y unas cuantas películas que delataban la existencia de un niño, porque muchas eran de dibujos. Así tuve la oportunidad de ponerle a H. trozos de El libro de la selva, el clásico de Disney de 1967. No soy especialmente aficionado a las películas de dibujos animados, pero ésta es, a mi juicio, la mejor de las que he visto y también una de mis películas favoritas de todos los tipos.

El libro de la selva es una suave invitación al hedonismo y al laissez faire, una ensoñación hecha con lápiz y papel, que utiliza brillantemente la música para puntear las características de sus extraordinarios y entrañables personajes: el nihilismo negligente de Balú, el sudoroso jazz del genial Rey de los orangutanes, el disparatado espíritu militar del coronel Hattie, el hipnótico soniquete de la serpiente Ka, los acordes violentos del tigre, la ausencia de música que rodea la cordura de Baguira, por no hablar del lirismo de los magníficos créditos. Me encanta el tono relajado y ligeramente hippie, o beat, de la película, muy distinto del cargante tono edulcorado del Disney clásico, y del igualmente cargante tono gamberro de la animación moderna. En fin, una peli para ver muchas veces, y llorar a moco tendido con un final antológico.

Pero me llama mucho la atención de lo distinta que es de la obra que la inspira, The Jungle Book, y The Second Jungle Book (es España, se tituló algo así como El libro de las tierras vírgenes), que tuve la fortuna de leer hace unos años. El original es mucho más serio, Mowgli es un personaje con un rencor tremendo a su especie, con brotes de violencia realmente sorprendentes, y es por descontado un espléndido libro de aventuras, que intercala relatos relacionados siempre con animales, algunos estupendos (como el de las focas). Lo recomiendo como lectura veraniega o invernal, lo que sea. Yo la leí en una larga convalecencia, y quedé eternamente agradecido al señor Kipling.

Nada hay en el libro de la simpatía y el optimismo de la película, pero sí tiene vitalismo y un lirismo y energía contagiosa. De modo que es un placer disfrutar de la película y el libro, que comparten escenario y algunos personajes, pero son dos creaciones totalmente distintas.

lunes, 13 de agosto de 2007

Coche

Uno se cree una persona espiritual, interesado en las profundidades de la existencia, en lo más eterno de las relaciones humanas, un ser que reflexiona sobre la condición del ser humano, la sociedad, el universo… Un tío al que las habituales preocupaciones materiales del vulgo le traen sin cuidado, que no pierde un minuto en saber qué marca de zapatillas en su favorita, o cuál es el último devaneo de la famosa de turno, qué no sabe qué día ponen Gran Hermano, que detesta los obscenos mensajes de la publicidad, que se horroriza de ver el decadente espectáculo de la chusma pegándose en las rebajas o haciendo cola en el Ikea recién abierto.

Y de pronto vas y te compras un coche nuevo y se te caen los palos del sombrajo. Uno, que el único coche que había conducido era un cascajo heredado del hermano mayor, de repente se encuentra deseando encontrar una excusa para conducir, para oler los asientos apenas desgastados, conectar la radio y el aire acondicionado, y escuchar con placer de esteta el suave encendido del motor. Disfruta uno acelerando suavemente para remontar sin problemas la cuesta más exigente, y miras con algo de cachondeillo a las tortuguillas que dejas a tu derecha.

Y hay más, y aún más inconfesable. Encuentras el sentido a la mayoría de los absurdos y deplorables anuncios de coches, que aluden al placer de conducir, a la sensación de independencia, a ser el Rey del castillo, y ¡qué Dios me perdone!, a un sentimiento de poder que no puedo dejar de sentir como erótico.

Quizás por involuntaria resistencia o por mi dejadez habitual, no se me ha contagiado la hiperprotección del coche, y lo llevo guarrete, y tengo arañazos que no me han causado ningún trauma. Pero mi amigo Ford y yo ya somos inseparables, y lo miro con un gusto de galán enamorado, que no sé como A. no se me ha mosqueado todavía.

jueves, 9 de agosto de 2007

Cinéfilo, más que cinéfilo

Dice mi colega N. que él no es cinéfilo, que a él lo que pasa es que le gusta mucho ver películas. Yo le entiendo, porque he pensado muchas veces lo mismo de mí, y alguna vez lo habré dicho por ahí. Es normal: no queremos que nos tomen por esos aburridos y a menudo maniáticos seres que pululan por las filmotecas y cines de V.O.S. y con ciertos críticos para los que solo existen las películas francesas e iraníés. Yo dejé de ir a esos sitios por no aguantar su insufrible presencia y apariencia (bueno, eso, y la familia).

Pero, a ver, seamos serios, amigo N. ¿qué nombre le darías a una persona que ve y disfruta de una película muda danesa, o una japonesa de los años 50? O cinéfilo o freakie. Así que estamos condenados a que nos tachen de eso, de cinéfilos, y que nos metan en el mismo saco de los exquisitos que tanto odiamos. Lo malo es que pensarán que nos creemos mejor que todos porque nos gusten esas películas. Yo aún recuerdo que un compañero me dijo "Bueno, es que yo no soy un intelectual como tú. Yo soy normal", solo porque se me ocurrió decir que a mí sí gustaban las películas de Woody Allen. Mi querida media naranja y mi hermano se asombran, en cambio, porque lo veo todo y me gusta todo.

En fin, yo pasé un rato entretenido viendo el Código da Vinci, pero sigo recordando las perdurables imágenes de la última y espléndida película de Bergman que pasaron por la tele el otro día, aunque no se la recomendaría a nadie, sobre todo, si no ha visto nada de él. Pero es mi vicio secreto (ya no, estoy escribiendo en un blog), y puedo pasar sin hablar por ahí de pelis raras.

martes, 7 de agosto de 2007

Nena

Cuando uno es padre, descubre que los tópicos son verdaderos. Cuando yo le preguntaba a un fututo padre/madre qué sexo deseaba para sus hijos, decía aquello de "Da igual, lo que quiero es que venga bien". Y yo pensaba: "Bah. Otro que no se moja". Luego descubrí que es lo más cierto del mundo.
Pero gusta que te digan qué es. (excepto a mi amigo A., pero es que es especial). Así que eres una nena. ¿Y qué hago yo con una niña? ¿Por dónde se la coge? ¿Las niñas son tan complicadas como las mujeres, esas que dicen una cosa esperando una respuesta, y luego dicen "lo que tu quieras, y otras cosas retorcidas por el estilo?

El caso es que aparecen los miedos. Con H., la cosa empezó en pensar que el mundo que se va a encontrar cuando crezca va a ser muy distinto al que conozo ahora. Espero que sea mejor, y que la degradación social, intelectual y ambiental que se avecina sea solo una comedura de tarro de un padre ya mayor que piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor. Que el agotamiento ineludible de los recursos naturales no provoque los tremendos cambios que me temo, o que éstos sean para mejor.

Y con la nena me sale un miedo absurdo. La veo indefensa. Aunque este no es un mal momento ni lugar para nacer mujer, hay tantos peligros para una chica, tiene que luchar tanto. Y eso que me dedico a una profesión donde "women rules".
Y luego eso de antes, !qué mundo les espera¡. Ay, que viejo que soy, sólo me falta decir eso de "antes, todo esto era campo", y ya soy cabalito cabalito como mi papá.

en fin, me ha quedado un post así como brujuleante, sin un tema ni objetivo concreto, como a mí me gustan. ¿qué pensaís, chicas? ¿Qué se va a encontrar Ana o Ester? ¿Algún consejo?

viernes, 3 de agosto de 2007

El verano de las campanas

Se acabaron las vacaciones. La existencia de H. ha cambiado bastante la manera de ir y de estar de vacaciones. En primer lugar, han sido 15 días, que desde que era pequeño e iba con mis padres a Gandía no estaba tanto tiempo seguido. Siempre hemos optado por minivacaciones de 7 o 10 días. Y luego ha sido el ritmo. A H. el coche le gusta lo mínimo, y una ermita románica o una cadena montañosa no se pueden comparar para él con unas olas, con la arena y un buen tobogán. Así que excursiones, pocas y a los alrededores, y el resto, a dejar pasar el rato.

La experiencia ha sido muy buena. No he sentido esa desagradable urgencia de otras veces por ir a ver no sé qué pueblo; aunque siempre me he considerado un viajero tranquilo, pero tenía el runrún por ahí dentro. Y he disfrutado mucho del niño, de la zona, del ambiente fresco del atardecer cántabro, y he podido hacer cosas que nunca hubiera podido, como comprar el periódico (cada día una “marca” distinta, para que me manipulen menos), y ademas, ¡leerlo!. Y terminar una novela e hincarle el diente a otra ( sí, querida M., intentaré hacer un hueco para un par de crónicas en nuestro Wiki).

En resumen, hacía tanto tiempo que no desconectaba tanto en unas vacaciones. ¿Y la vuelta? Pues regulín, porque el calor de estos parajes donde vivimos es insufrible. Y es que el mar es una cosa muy tremenda, que siempre me deja tocado al volver a esta tierra seca. Yo quiero vivir junto al mar, querida A. ¿Por qué no coges la plaza de Canarias y lo mandamos todo al #%¬&&?

Ah, y lo del verano de las campanas viene a cuento porque ha sido la obsesión de mi peque de esta aventura, desde que las escuchó atronadoras encima de su cabeza en un monasterio de Lerma, camino de Cantabria, y casi se desmaya del susto.

sábado, 14 de julio de 2007

Y 34

Vaya semanita. Mucho trabajo, muchos líos, J.L. va y me dice que tengo el blog abandonado. Toda la semana con algunos temas rondando la cabeza pero sin tiempo ni muchas ganas para sentarme a escribir. ¿Dónde está el optimismo ese de la voluntad?
En fin, a todo esto, de sorpresa, sin avisar, va y llega mi 34º cumpleaños. Me tuve que quedar a trabajar un poco más tarde, pero fue un buen día pese a todo. No se lo confesé a nadie, porque me daba vergüenza, pero me sentí bien.
Cualquier día de cumpleaños surge la tentación de pararse a mirar alrededor y a mirar atrás, y a mirar hacia dentro. Yo lo hice un rato, casi sin querer. Y ahora viene de lo que más me avergüenzo. Me gustó lo que vi. Me encuentro bien, en plena forma. Nunca he estado tan bien y tan en paz conmigo mismo, y me he sentido tan confiado. Me va un tanto de apuro sentirme así. Pero hace no muchos años (bueno, unos pocos sí) yo era un desastre, mi autoestima muy frágil, era un tipo pusilánime, tristón, caminando siempre en terreno resbaladizo; cualquier pequeña contrariedad o metedura de pata me sumía en una crisis de seguridad.
Me da pena mirar hacia atrás, mirarme a mí, a ese chiquillo de 20 años enfrentándose al mundo. Y hoy me encuentro bien, asentado, con un sitio, conozco mis flaquezas, los caminos que descienden. Es importante conocer dónde fallas, tener un mapa detallado de los descensos al abismo para poder reirte de ellos.
Me gustaría pensar que ya no hay vuelta atrás, que la solidez que siento por dentro va a soportar los balanceos que llegarán, porque a todos nos llegan, viene en el prospecto. Y ahora viene H. y X. detrás de mí y me siento en disposición de guiarles en la medida de lo posible hacia donde creo que hay que tirar. Y por supuesto que tengo miedo a equivocarme y a hacerlo mal, pero ya no es lo mismo.
Así es que bienvenidos 34. Me caeis muy bien, mejor que los 18, 20, 25.. Ojalá que siga así. Por supuesto que sigo queriendo cosas, como que me den de una puñetera vez mi casa, o que pueda volver a jugar al fútbol sin que este cuerpo de cristal se vuelva a romper.
¿Todo esto lo sentiré de verdad o es sólo que me voy de vacaciones al fin?

martes, 3 de julio de 2007

Elogio de la ignorancia

Quiero hacer un elogio de la ignorancia. Quiero recuperar el valor de la incertidumbre. Quiero que se valore positivamente el que alguien exprese que no es capaz de dar una opinión sobre un tema porque no lo conoce, o porque, aun conociéndolo, no puede formular un juicio porque el asunto es muy complejo. Y digo esto porque lo contrario es lo que abunda y de lo que uno se cansa. Que estoy un poco harto de escuchar tajantes opiniones sobre temas complejísimos, porque es más fácil y llama más la atención saber de todo, de cualquier cosa tener una opinión, y mucho mejor si ésta es a favor o en contra, y de paso, condenar al que opina en tu contra al abismo de los herejes.

He de reconocer que una mis convicciones más firmes es la imposibilidad de tener una firme convicción sobre algo, que no existe la verdad absoluta, que diversas opiniones son entendibles, aunque no las compartas, que el mismo aspecto se puede defender desde dos puntos de vista totalmente distintos. ¿No habéis jugado internamente a intentar defender una postura totalmente contraria a lo que normalmente soléis defender, o a justificar una acción que hace solo unos momentos os parecía indefendible? No sé si recomendarlo porque tales juegos llevan a un terreno de inseguridad algo resbaladizo.

Pero lo que quiero decir aquí es que si alguien os dice que no está seguro de algo, que no tiene suficientes datos, y le oís opinar con cautela, sin tremendismos, hay que escuchar y valorar a esa persona. Porque lo abundante es creerse en posesión de la verdad y el conocimiento. Y el hijo natural de esta postura es despreciar o no escuchar la opinión de los demás. Y esto sí es el síntoma de estos tiempos de locos que vivimos, esa sordera a lo que te están contando, porque estamos muy ocupados con nuestros trascendentes asuntos.

martes, 26 de junio de 2007

Mírame

Al fin te he dicho de la existencia de este blog, del que tantas dudas tengo de informar a mis amigos más cercanos, familiares y sobre todo a ti. Me has dicho que te da vergüenza mirar, que es como espiar, que es como mirar mi diario.

He tenido muchas dudas, pero creo que ya no las tengo. Este blog existe para ser mirado, para gritar que vive y late. Y solo tú vas a saber mirar hasta lo hondo, solo tú sabrás unir los puntos. A ti te entrego esta última parcelita que me quedaba por entregarte y de la que siempre has estado un poco celosa. Este bastión de la intimidad, esas luces oscuras que me crees ver en los ojos. No soy mucho más de lo que aparento, pero aquí está, esto es todo. O quizá no.

viernes, 22 de junio de 2007

Leo

Nunca podré ser como Leo es para H. Le acabo de dejar con él en su cuna. El pobre H está malito y no se separa de Leo en todo el día. Cuando le acerco a la cuna, se ríe y se deja caer para abrazarle como nunca me ha abrazado a mí. Sus primeros besitos fueron para él. Esas palabras y grititos que se oyen en su habitación a veces antes de dormir, son Leo y H cuchicheando, contándose sus secretos.

La naturaleza de su relación y los sentimientos reales que H siente hacia su muñeco me intrigan. A su manera, le quiere más que a mí. Si está con él, no puede pasar nada malo. Yo no puedo competir con su pelo suave, con su eterna sonrisa y su pequeño tamaño. Bueno, a veces estoy un poco celoso, qué demonios. Aunque yo también le quiero mucho, a Leo. Otra cosa me intriga, ¿por qué le eligió a él de entre todos los muñecos?

Yo también tengo sueño. Me voy a la cama. Yo también tengo un osito que me espera, de piel suave, de eterna sonrisa y de pequeño tamaño. Chúpate esa, Leo.

martes, 19 de junio de 2007

En un mundo desconocido

Hace mil años, comencé mi andadura profesional en la industria farmacéutica. De aquella loca etapa guardo buenos amigos que veo una o dos veces al año. Me encantan estas reuniones en las que me cuentan de sus agitadas vidas. Muchos de ellos son hoy directivos en la empresa privada, y sus vidas profesionales están llenas de vivencias, responsabilidades y proyectos que a mí me son totalmente desconocidos. Además, algunos viven y trabajan en el extranjero o viajan muy a menudo.

Disfruto como un niño que lee cuentos de piratas en un desván cuando la conversación gira en torno a cómo son los procesos de fusión de empresas, cómo es de diferente la vida en Londres o Lisboa a la nuestra en España o cuáles son las novedades en gestión o en el mundo empresarial en general. Aunque no tengo la ocasión de hablar de ello casi nunca, sí me interesan esos temas y sigo con moderado interés tendencias y corrientes actuales. Este fin de semana último, por ejemplo, la conversación giró en torno a los aeropuertos: cuáles son sus preferidos, qué engorros son los más habituales; yo estaba entusiasmado, no paraba de hacerles preguntas.

Ya después, camino a casa, o de vuelta a mi trabajo al día siguiente, siempre tengo la sensación de vivir en un mundo aparte, en otro universo, con esa cosa irreal y ficticia que tiene el ecosistema laboral de la administración pública. Me cuesta unos días volver a aclimatarme a nuestro modo de pensar, de vivir. Durante unos minutos, he echado un vistazo a un mundo distinto, muy dinámico, con reglas de juego desconocidas para mí. Sé que ese mundo tiene también su parte de irrealidad, y que es mucho más prosaico y duro de lo que aparenta. Y también sé que yo no estoy hecho para ese mundo, que me perdería y que no sabría luchar las batallas que ellos libran cada día. Pero me siento igual, igual, igualito que el niño que acaba la novela de piratas, y tiene que volver al colegio real de todos los días.

lunes, 18 de junio de 2007

Agua

El hecho intrascendente y cotidiano de la comunicación hablada es uno de los momentos más importantes en la vida del individuo. La palabra, escrita o hablada, nos da acceso a una profundidad en las posibilidades de comunicación que los sentidos o los gestos no proporcionan. He podido presenciar recientemente cómo el descubrimiento de este poder provoca en el individuo que lo experimenta por primera vez una alegría derivada probablemente del enorme campo de posibilidades que se le aparece.

H sentía algo en su interior, y de forma casual, en un acto de intuición, balbució “Agua” o algo parecido, sin esperar probablemente reacción alguna. Cuando al momento tuvo entre sus manos su biberón, no pudo menos que soltar una carcajada y repetir varias veces la palabra antes de beber. Había descubierto el enigmático hecho de que la palabra se relaciona con un objeto, y de que su enunciación, de la forma y a las personas adecuadas, provoca una reacción, hasta entonces sólo conseguida con el llanto. Fue como contemplar en casa el "milagro" de Annie Sullivan y Helen Keller. Como en aquel famoso caso, H conocía las palabras, y las repetía en su lenguaje, sin finalidad ninguna. Pero fue sólo en ese momento cuando hizo la relación que une el mundo interior y el exterior de forma indisoluble y misteriosa. Se le ha abierto para siempre el camino hacia el aprendizaje, la reflexión, la imaginación, la trascendencia; ha descubierto la herramienta que derriba imperios, que conmueve, que subleva, el arma subversiva y a veces dolorosa que construye y destruye. Felicidades, cariño. Y esto no ha hecho más que comenzar.

lunes, 11 de junio de 2007

O. P.

Como cada vez que he ido a la sección infantil de un hospital, ésta última me ha vuelto a pasar. En esta ocasión pasé al lado de la sección de Oncología Pediátrica. Hasta ahora sólo había leído los carteles con flechas que anunciaban cómo se iba allá. Pero esta vez pasé al lado; primero vi el interior, del que nada me llamó la atención. Colorines en las paredes, algunos juguetes, una especie de sala de espera. No me detuve a echar un vistazo. Ya cuando pasaba fue cuando reparé en el cartel de encima que anunciaba la entrada.

De nuevo me golpeó la misma sensación que había experimentado en otras ocasiones. Lo primero, perplejidad, asombro de que exista una sección con ese nombre, para tratar esos casos, pocos casos supongo, de la enfermedad innombrable atacando a los más débiles. Al cabo, la sensación de negrura, de rabia, de incomprensión de cómo una enfermedad de ese tipo, que parece indicar una avería interna de una máquina que ya está cansada, destruyendo por dentro a un mecanismo en ebullición y que se gusta a sí mismo en su funcionar diario. Porque la primera impresión que recibo cuando me entero de algún caso de estos en alguna persona más o menos cercana, o personaje popular, o lo que sea, es buscarle una explicación tranquilizadora: era ya muy mayor, comía demasiada grasa, hacía poco ejercicio, fumaba mucho, lo que se me ocurra. ¿Pero cómo ubicas un caso en un niño?

Y luego está sensación que se repite en otras circunstancias, una sensación muy física, de poder ver el camino que conduce al abismo, al infierno, poder tocar y luego huir el sendero vertiginoso a los pozos, a esos horrores cotidianos que nos rodean y que sabiamente olvidamos constantemente. Están ahí, no nos tocan, conocemos por dónde se va, pero pasamos silbando y de puntillas.

jueves, 7 de junio de 2007

Del pudor vengativo

El primer atropello flagrante de tu intimidad, el decoro, la propia imagen, y todo eso, es la ecografía. El señor o la señora ecógrafa es un impúdico paparazzi que tiene una cámara que para sí lo quisieran los del diez minutos, que te mira tan adentro como nadie el resto de tu vida lo volverá hacer. Te mirarán con desprecio, de arriba a abajo, con curiosidad, con desconfianza, con envidia, con interés, con asqueante lascivia, interrogadoramente, con súplica; en todos los casos, desearían ver qué tienes por dentro, en la cabeza, en el alma o bajo la ropa. Pero nadie llegará tan lejos como el aparato mágico que te cuenta las costillas, te mide el fémur, te escanea buscando anormalidades, te comprueba cómo te late el corazón (muchos otros querrían saberlo en el futuro: si tienes, y cuándo late más deprisa).

Pero cuando ayer llegó el momento decisivo en el que miran tus entrañas, en el que descubres tu tesoro, ese que te marcará media vida sin beberlo ni quererlo, ahí dijiste no. Cerraste las piernecitas, dijiste un amniótico "no comment" , y el cotilla indecente y los padres curiosos se quedaron con un palmo de narices. Menudo rebelde nos espera, bien pronto manifiestas tu independencia, tu derecho al espacio. No sé todavía quién eres, hermos@, pero ya me caes bien.

¿Tú también?

Hoy pasé por allí y vi a José Luis resoplando. Y dijo algo así: "Al fin lo han conseguido. Estoy agobiado" ¿Tú también, José Luis? Tú no puedes, tienes que resistir. M y MJ te necesitan para que estés siempre tranquilo y chistoso, recondándonos y recordándolas que todo esto no es más que una broma. Así que tú no puedes caer. Que sea la última vez.

martes, 5 de junio de 2007

El doble adiós

El mundo de los niños está lleno de detallitos que nunca salen en los libros y que los padres olvidamos rápidamente, porque cada día es distinto y porque inmediatamente alguna nueva urgencia nos reclama. Conviene apuntarlo todo, que luego se olvida.

Cuando vas con el niño, la relación con los demás, con los vecinos, con los tenderos, con la gente que te cruzas por la calle cambia. Te sonríen, te miran con curiosidad, quizá porque les parezco joven, un padre raro e sin experiencia. Y una de las cosas que más gracia me hacen es la manera de despedirse de las personas, cuando salen de ascensor, al abandonar una tienda, al irnos del parque. Es el doble adiós. Primero viene el del niño, un adiós fuerte, con voz de niño, acompañado de gestos con la mano, con la esperanza de que el niño les conteste o les sonría. Y luego, en el último momento, cuando parece que la despedida ha finalizado, levantan ligeramente la cabeza, y dicen un breve "hasta luego" o un adiós muy bajito y breve. Ese es para mí. Es la misma palabra, pero en un idioma distinto. Una despedida a dos niveles, quizá por disculparse, por que sube un poco el ridículo que hacemos al dirigirnos a un niño, y adoptar unos gestos y una voz que, aislados, serían impensables en una persona normal. Y así que lo corregimos con ese "adios" adulto y grave, que nos recuerda que el resto es pantomima, es gracieta, pero que seguimos siendo adulto. Quizá sea un rastro de vergüenza. Bueno, no sé. Adiós, adiós.

sábado, 2 de junio de 2007

Leroy Merlin

Voy a despedirte y te acompaño hasta el garaje. La plaza es un infierno, hay que hacer muchas maniobras, la salida está en cuesta, y aún no nos hemos hecho al coche nuevo, se cala. Aquí estoy, con el peque en brazos, y te vemos marchar. Jugamos a decir adiós moviendo mucho la mano, para que él nos imite y diga ese "diooooo" que tanta gracia nos hace. Te vuelvo a decir que lleves cuidado, que tienes otro peque en el vientre.
Y allá te vas, la puerta del garaje te devora, Leroy Merlin te reclama, Carrefour vendrá después. Dichosas ofertas, dichosos productos, que te quitan de nuestro lado, que dejan esa puerta del garaje abierta para que entren los fantasmas.
Y entran, sólo un segundo después de que ya no nos veas, y me susurran, y me hablan de la catástrofe, del desastre, de lo largo del viaje, de los coches. Y es una locura, yo sé, pero en el parque con el niño, no estoy ahí, estoy espantando con la mano los dichosos fantasmas, que me reconstruyen el mundo sin ti bruscamente, que me muestran un futuro imperfecto, improbable, en el que estamos solos. No puedes no ser. Ahora comprendo terriblemente bien esos momentos en que me miras y me dices con ojos muy serios y muy tontos que mi hijo me adora, que no me puede pasar nada. Y tu. ¿Y si te vas? Y te llamo al móvil, y estarás conduciendo, estará apagado el sonido, y no lo debes oir, y pasa otra hora. Y la tarde y la luz se hace como acuática, acolchada, y el perro negro sigue merodeando. Y acabaría contigo si pudiera cuando descubro que el dichoso teléfono está en casa, y entonces estoy en el desierto llamando a gritos.
Y al fin vienes, y hablas de atascos, ya todo acaba, todo sigue igual. Maldito seas, Leroy Merlin, Ikea, atractivos pozos de fantasmas y de miedos. ¿Es que no sabéis que las familias viven asediadas por el miedo?

viernes, 1 de junio de 2007

¿Qué es esto?

Yo no acabo de tener claro para qué las personas crean un blog. No es un diario, en un diario te puedes meter impunemente contra tu vecino, en un blog, no: ¡mira que si llega a leerlo! Yo lo creé diciéndome que era para mantener un registro de mis cosillas, esas ideas que se te ocurren, qué te ha parecido tal película o libro, porque luego gusta acordarse de esas cosas. Muchas veces pensé: "Esa película me gustó, pero no me acuerdo por qué". Y da rabia. O esa frase genial de la que luego nunca te acuerdas. Como excusa, debo reconocer que está bien. Pero, ¿por qué en Internet? ¿Por qué no en mi ordenador, en un bloc de papel normal y corriente? ¿Por qué en el fondo quiero y deseo que haya personas que conozco y que no conozco, que vengan y lo lean y hasta opinen? ¿Qué diantres me importa a mí que alguien esté de acuerdo o no en mi opinión sobre un libro? Mejor, ¿qué le importa a nadie lo que yo piense de nada?

Le he dado vueltas desde hace mucho, desde que empecé a escuchar a acerca de blogs, y myspace y sitios de esos, y siempre pensé que yo no, nunca iba a cometer ese acto de narcisismo. Hay gente por ahí que lleva vidas interesantísimas, que hace muchos viajes, tiene trabajos curiosísimos, o simplemente que tienen persamientos complejos o escritura brillante, pero yo no me veo en ninguna de estas categorías. Pero entonces vi los blogs de mis amies Blanca y Marina, y son sitios sentidos y cálidos. Se dejan mensajes, se hacen bromas. Se ven todos los días, comparten despacho, pero el nivel de comunicación es distinto, la cara que muestran en sus posts, aún siendo la misma de siempre, porque son gente sin dobleces, es otra, la subyacente, la que intuyes que existe, pero que se muestra esquiva.

Así que aquí estoy yo también, dando a luz esto yo virtual y cibernético, que no sé si es real, si soy yo el que escribe o soy un yo ficticio creado para este blog. Me tomo esta andadura pues como una aventura, a ver qué pasa, a ver de qué me sirve, hasta dónde voy a ser capaz de llegar. A ver si algún día llego a saber para qué demonios he creado este blog.