Como cada vez que he ido a la sección infantil de un hospital, ésta última me ha vuelto a pasar. En esta ocasión pasé al lado de la sección de Oncología Pediátrica. Hasta ahora sólo había leído los carteles con flechas que anunciaban cómo se iba allá. Pero esta vez pasé al lado; primero vi el interior, del que nada me llamó la atención. Colorines en las paredes, algunos juguetes, una especie de sala de espera. No me detuve a echar un vistazo. Ya cuando pasaba fue cuando reparé en el cartel de encima que anunciaba la entrada.
De nuevo me golpeó la misma sensación que había experimentado en otras ocasiones. Lo primero, perplejidad, asombro de que exista una sección con ese nombre, para tratar esos casos, pocos casos supongo, de la enfermedad innombrable atacando a los más débiles. Al cabo, la sensación de negrura, de rabia, de incomprensión de cómo una enfermedad de ese tipo, que parece indicar una avería interna de una máquina que ya está cansada, destruyendo por dentro a un mecanismo en ebullición y que se gusta a sí mismo en su funcionar diario. Porque la primera impresión que recibo cuando me entero de algún caso de estos en alguna persona más o menos cercana, o personaje popular, o lo que sea, es buscarle una explicación tranquilizadora: era ya muy mayor, comía demasiada grasa, hacía poco ejercicio, fumaba mucho, lo que se me ocurra. ¿Pero cómo ubicas un caso en un niño?
Y luego está sensación que se repite en otras circunstancias, una sensación muy física, de poder ver el camino que conduce al abismo, al infierno, poder tocar y luego huir el sendero vertiginoso a los pozos, a esos horrores cotidianos que nos rodean y que sabiamente olvidamos constantemente. Están ahí, no nos tocan, conocemos por dónde se va, pero pasamos silbando y de puntillas.
1 comentario:
Pero no vale silbar con estas cosas. Los niños y la enfermedad y la muerte son cosas horribles, que no casan bien. Y no sabemos que hacer y no vale ningún voluntarismo... solo valdría ayudar de alguna forma esencialmente física.
Hola, Ricar2, bienvenido al club de los egocentricos. Como dice MacBlanca, es como escribir para el portal de tu casa.
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