viernes, 21 de mayo de 2010

La vieja estación

Otro viejo recuerdo que ha saltado como un resorte. Debe ser que me voy volviendo viejísimo cuando los recuerdos son como chiquillos desordenados.

Debía de tener 13 o 14 años. No recuerdo a dónde era la excursión, pero debíamos ir a Atocha a coger un tren. Y los jóvenes intrépidos, para hacer tiempo, se colaron en la antigua estación, que estaba desmantelada, en obras. Estaba todo diáfano, lleno de vigas de madera, polvo, pero aún quedaban los andenes. Y aún quedaban los sonidos y el eco. Y como era ya un poeta incipiente, o un romántico fetichista, o yo qué sé, el caso es que esos ecos ya se me presentaban en la imaginación, y así se me han quedado en la memoria, como el rastro de todas las despedidas que allí habían ocurrido. Las apresuradas conversaciones, los últimos intercambios, todo seguía allí, entre las resonancias de esos techos de cristal grisáceo.

También existía ya por aquel entonces el incipiente desinteresado absoluto de la fotografía, por lo que no guardo recuerdo gráfico de aquel momento que no muchos de mi generación habrán disfrutado. Los últimos momentos de aquella estación, que olían todavía a guerra, a emigración, o a reencuentro o a Dios sabe qué más. Solo me quedan imágenes falsas en la memoria de ese extraño momento.

Hoy hay un bosque tropical allá dentro. Las veces que he estado allí después, ya no he podido oir las voces de los que allí fueron y se despidieron. Será que ya han desaparecido, o que ya no soy capaz de oirlas.

La risa

Me gusta cuando te ríes de que me ría con tus cosas;
me gusta cuando te ríes de que me ría de mis propias cosas;
me gusta cuando cuando me río recordando por qué te ríes.