El mundo de los niños está lleno de detallitos que nunca salen en los libros y que los padres olvidamos rápidamente, porque cada día es distinto y porque inmediatamente alguna nueva urgencia nos reclama. Conviene apuntarlo todo, que luego se olvida.
Cuando vas con el niño, la relación con los demás, con los vecinos, con los tenderos, con la gente que te cruzas por la calle cambia. Te sonríen, te miran con curiosidad, quizá porque les parezco joven, un padre raro e sin experiencia. Y una de las cosas que más gracia me hacen es la manera de despedirse de las personas, cuando salen de ascensor, al abandonar una tienda, al irnos del parque. Es el doble adiós. Primero viene el del niño, un adiós fuerte, con voz de niño, acompañado de gestos con la mano, con la esperanza de que el niño les conteste o les sonría. Y luego, en el último momento, cuando parece que la despedida ha finalizado, levantan ligeramente la cabeza, y dicen un breve "hasta luego" o un adiós muy bajito y breve. Ese es para mí. Es la misma palabra, pero en un idioma distinto. Una despedida a dos niveles, quizá por disculparse, por que sube un poco el ridículo que hacemos al dirigirnos a un niño, y adoptar unos gestos y una voz que, aislados, serían impensables en una persona normal. Y así que lo corregimos con ese "adios" adulto y grave, que nos recuerda que el resto es pantomima, es gracieta, pero que seguimos siendo adulto. Quizá sea un rastro de vergüenza. Bueno, no sé. Adiós, adiós.
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