domingo, 3 de marzo de 2013

Mucho tiempo sin decir nada

Mucho tiempo sin pasar por aquí. 2 meses. De sequía y de chispa. ¿Qué querrá decir esto? ¿Ya no tengo nada que contar sin miedo a repetirme? Los niños siguen creciendo, les siguen saliendo sentimientos nuevos, usan el vocabulario de manera intuitiva, inventando, remarcando. Me hace gracia esa transparencia en sus rodeos, a veces directamente indescifrables, pero en ocasiones claros como el agua, aunque uno a veces tenga que hacerse el tonto.

He leído libros, de los que quise escribir en su momento, pero no encontré las ganas. Hoy ya me quedan un poco más lejos y ya no estarían igual de "frescos". La familia, bien, gracias, mis padres se hacen viejos, y su lenguaje, como el de los niños, es deformado también para hacer resaltar lo que les parece evidente. En la boca de los ancianos, el lenguaje es repetitivo, insistente, ya inamovible, milenario, pero incide en lo mismo, en unos fantasmas que ya son tan reales como nosotros. En su caso, más que deformar el lenguaje, como he dicho antes, es la propia realidad la que deforman, sus recuerdos ya son falsos al día siguientes, y todo corrobora sus teorías y sus supuestos.

Y nosotros, los asustadizos adultos, en medio, aturullados, sin aliento, sin tiempo y casi ni energía, siempre sobrepasados, apagando un fuego para ver cómo se enciende otro, siempre con un soniquete sordo en la cabeza, que no escuchamos o no nos atrevemos a escuchar. Llega la noche y queremos dormirnos, no sea que nos atrevamos a pensar en lo que nos espera.