lunes, 20 de diciembre de 2010

De tiendas

No se me olvida la primera vez que fue a comprar yo solito, así que debía de tener ya 6 o 7 años. Agazapado tras el mostrador, esperé mi turno, y sin saludar siquiera solo dije: "Una barra de pan", y solté el dinero. Al otro lado estaba Jesús, al que conocía de toda la vida, pero nunca solo, claro. Jesús se burlaría hasta siempre de mi timidez, diciéndome: "Richar", y a continuación "uuuu", porque al parecer cuando de pequeño me llamaba yo contestaba con algo inaudible que debía sonar así. Pero era un tipo afable, y era parte del barrio. La panadería de Jesús, un local alargado, mitad panadería, y la otra mitad para experimentos comerciales, fallidos todos ellos (Pastelería, bollería, incluso zapatería). La última vez que pasé por allí, había algo así como un locutorio. La otra mitad, condenada al parecer siempre al fracaso, está cerrada a cal y canto.

Las tiendas eran el barrio, eran el tejido, la sustancia, el lugar de encuentro, puntos focales donde se desarrollaba la vida. Ya no existen la Tiendecita pequeña, misteriosa forma de llamar a una de esas tiendecitas que se decían ultramarinos, y que vendían cualquier cosa, un poco como los chinos de hoy, pero de aquí, nuestra, con el señor Ramón, que tenía una hija guapísima, la que se casó con el militar que mandaron a Rota. Pues eso, el señor Ramón. Y Jesús, el del hijo bombero. Más moderna y joven era la papelería Gamo, muy surtida, apasionante almacén de cosas de colores, donde había que ir a comprar esas cosas que mandaban en clase que a mí me aterraban: rotring, compases, transportadores de ángulos, escuadras. Me encantaba el olor de la tienda, su luz, el trato, siempre estaba abarrotada. Hoy hay un dentista.

Mi barrio ha tenido una suerte razonable. Sobreviven aún bastantes comercios de la época, resistiendo a las invasiones asiáticas, a los misteriosos locutorios, que parecen más antiguos, de otra época, incluso anterior a la mía. Ahí están Calzados López, increíble que siga existiendo, como las colchonerías León, tienda desastre y sucia, o Begoña, la tienda de ropa de baratillo, que tiene a mi madre de clienta habitual. Una tienda esta sí que huele a otra época, con todas esas cajas, esos escaparates atiborrados...

Las tiendas son los barrios. El mío, como todos los barrios nuevos, nace muerto, solo florecen los bancos, las farmacias y los chinos, todos comercios fríos y huecos, lejanos. Solo el Mercadona parece que ejerce de lugar de reunión, aunque no deja lugar para la charla ni para el conocimiento, y parece un suelo poco fértil como para que crezcan un día las flores con las que sentir las punzadas de la nostalgia que siento yo mientras escribo estas líneas.

martes, 7 de diciembre de 2010

La hora de Richi

La hora de Richi nació por imitación hace ya un par de años. Sin objetivos fijos, sin un plan de acción o una línea coherente. Con el tiempo, la utilidad fue como un espacio para ir poniendo esas ideas a menudo espontáneas, vivencias insignificantes a las que se buscaban conexiones más trascendentes, pero también un hueco para esas cosas que siempre me han rondado, a las que para saber de qué se trataban les hacía falta estar por escrito, aquí en la nube. Dice JL que a veces ha tenido la sensación parecida de tener que escribir algo que en un momento le ha surgido o ha pensado. Le debe ocurrir más o menos a todo el mundo, con diferentes utilidades. JL, este es tu sitio, solo tienes que mandarme el texto.

Pero hay una trampa. También quise con el tiempo que este blog fuera un acceso a esa parte que no se muestra, a un lado si queréis más íntimo. Prueba de ello es que algunos de mis amigos más cercanos no saben de su existencia, mi santa esposa tardó tiempo en conocerlo. El hecho de tener audiencia, no obstante, deja este cuaderno a medias. Eso le ocurre a éste y probablemente a la mayoría de todos los blogs que hay por ahí. Hay una cortapisa que imponen, en primer lugar, la propia forma "literaria" que pones a tus textos, el hecho de que el cerebro está entre el instinto y las manos.

Esta misma noche un absurdo detalle me ha acabado trazando una línea que une ciertos detalles absurdos de mi vida para llegar a una conclusión algo amarga o negativa sobre mi carácter. Empecé a escribir mentalmente este post contando esa "revisitación" de ciertos aspectos fundamentales sobre mí mismo. Pero aquí estoy, hablando sobre el hecho de escribir y no escribieno lo que pensaba. He decidido, además de evitar la introspección narcisista, ahorrarme esta revisión negativa no sea que cuando lo escriba de convierta en cierta, que pueda en su momento volver a leerlo y convencerme de que es verdad, con la esperanza de que aquello que no se escribe no sea realidad.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Cargan con nuestros dioses y nuestras lenguas

He tenido a S. en mi grupo de juegos matemáticos en el cole. No soy un experto en educación infantil ni en sicología, pero ella vive en un mundo distinto. Juega con nosotros, pero se esfuma enseguida, tengo que animarla, al final acaba tirando el dado y yo muevo su ficha. Cuando hay que anotar números o algo, ella ocupa su papel con dibujos y garabatos. Escribe unas letras que parecen hebreas, muy similares, como si repitiera el mismo motivo una y otra vez. El primer día cogió un berrinche porque no jugamos al juego que ella quería. Estuvo todo el tiempo llorando, tirada en el suelo, hasta que le soltó una patada a un niño. Tiene el umbral de frustración muy bajo, como dice su profesora con elegancia.

Pega. El año pasado era peor, era el pequeño terror de su clase. Este año está más moderada, pero tiene su genio. La llegada de otros elementos aún más marginales que ella la ha dejado en un segundo plano. Yo esperaba encontrarme con una niña violenta, y me he encontrado con un pequeña ida, en un mundo aparte. Es muy cariñosa conmigo, y me abraza cuando me ve, desde el día en que la vimos en un parque y estuvimos jugando con ella, haciendo el ganso. Los niños adoran ver a los adultos hacer el bobo. Después de un rato preguntándome dónde estaban su padres, los encontramos, a buena distancia del parque, con unos amigos, unas cervezas. Su madre está esquelética, el padre siempre tiene la cara roja, con las huellas inconfundibles de excesos, de decadencias. Quién sabe qué ha visto esta niña.

A. es un niño corriente, pacífico, más bien callado, pero es buen tipo. Es amigo de mi hijo, como la anterior, pero está en el extremo opuesto. La madre es encantadora, de origen francés, simpática, graciosa en algún momento. No es de extrañar que H. le haya invitado a su gran fiesta de cumpleaños. Pero no van a venir, porque su religión se lo impide. Adventistas o algo así. Están en contra de los cumpleaños, de la felicidad en la Tierra, de todo lo que les separe de su pureza en la relación con Dios o algo así. En clase, celebramos el cumpleaños de H. con presencia de los padres, y llevamos gelatinas, patatas, gusanitos, una mini fiesta de 40 minutos, con música. A. debe esperar en la clase deal lado. Su carita se asomó un momento a la puerta, a ver cómo iba la fiesta que a él le está vedada.

Y así va el mundo. Recibimos y transmitimos no solo nuestros genes, sino nuestros miedos, nuestros prejuicios, nuestra visión, nuestros odios. La vida, leí en alguna parte, es una enfermedad de transmisión sexual. Los niños son una tabla rasa sin apenas libertad de acción. Queremos conducirles por el camino correcto, evitar que tropiecen, sin comprender que necesitan equivocarse y herirse y levantarse. O bien desde el principio son condenados a luchar más que nadie, a bailar sobre un alambre sobre el precipicio.

viernes, 29 de octubre de 2010

Escuchar al que escucha

En un reciente curso sobre toma de decisiones, trabajo en grupo, conflictos, comunicación, todo eso, ocurrió un hecho que me llamó poderosamente la atención. La profesora quiere hacer una demostración sobre algo que luego supimos se llama "escucha activa". Le pide a una alumna que le cuente lo que hizo el día anterior. Después, mientras ésta empieza a hablar, ella ostensiblemente empieza a mirar hacia abajo, a jugar con el boli. Al finalizar, le pregunta a su conejillo de indias qué sensaciones ha tenido mientras hacía su narración. La alumna no sabe qué contestar; la preofesora le explica que no le ha estado prestando atención, y entonces pasa a explicarnos cómo se escucha activamente a una persona.

No voy a hablar aquí hoy de la enfermedad de no escuchar, de no escuchar de verdad, plenamente, entendiendo las posturas y desentrañanado los sentimientos del otro. Es un virus muy extendido (os lo está contando una persona que se evade a sus mundos mentales en los momentos más inoportunos). Oimos sin escuchar, miramos sin ver, vamos a toda velocidad, apenas existe de verdad un mundo más allá de nuestro alcance. Afortunadamente, muchas de las personas que leen este blog parece que de momento están inmunizadas contra este virus, aunque a todo el mundo le puede suceder por causas razonables.

Lo que a mí me ha llamado la atención del experimento que os he contado antes es que la persona que hablaba apenas se ha dado cuenta de la reacción de sus palabras. Y es que este otro tema es menos conocido. Hablo de esas personas que no observan a los que escuchan, que son impermeables a las reacciones que sus palabras puedan causar, que no leen el, a veces, transparente lenguaje no verbal. Para ellos, tu aburrimiento, urgencia, cansancio, malestar, molestia u ofensa no tiene efecto. Quizá sea torpeza, ensimismamiento, miopía, insensibilidad, desconocimiento, lo que les hace inmune a los inconfundibles mensajes que reciben. Es un don de agradecer, lo mismo que el saber escuchar, el saber interpretar el efecto que causas en tu audiencia y moderar, alterar, abreviar, alargar o incluso suprimir el discurso que estés dando. Afortunadamente, también, muchos de mis lectores también tienen este don.

viernes, 8 de octubre de 2010

Escena en un hospital

Es un hospital público, con habitación compartida; el derecho a la intimidad del paciente, a llevar su enfermedad, que en ocasiones se siente como deshonrosa y humillante, de una manera oculta y privada, no tiene mucha importancia, es de los primeros que se apartan cuando entra en consideración la masificación o los presupuestos. Sano aunque sea acompañado, se deduce. El anciano entra; se cabeza mira ya eternamente hacia abajo por alguna lesión de huesos. Va vestido como muchos ancianos de esa época, con traje y corbata, pero muy humilde, no le quita la sensación de desaliño que transmite; estos trajes, estos zapatos de rejilla son enternecedores recuerdos de una humildad orgullosa, de un hombre que sabe su lugar en el mundo y lo lleva con la cabeza alta.

Su mujer, más despierta, más activa, con los ojillos aun chisporroteando la misma energía que tuvo que tener sin pausa para tirar del carro de una familia con 4 o 5 hijos, es la paciente. Suele ocurrir en matrimonios de esa época este reparto de papeles: la mujer es el pulmón, la que toma las decisiones, la savia; el hombre, apocado y taciturno, es el tronco estable al que todos se agarran.

Lo que me hace temblar de emoción aún cuando lo recuerdo, lo que me impulsa a estar escribiendo esto, es cuando ella le ve, le señala un hueco en su cama, y le dice: "¿Qué tal, guapo? Siéntate". Me remueve quizá esa expresión tan moderna en una mujer tan mayor: el hombre acepta el adjetivo con indiferencia aparente y se sienta, besándola en la frente. Ella le cuenta sobre su salud, mientras descansa la mano en su pierna. El amor a estas alturas es algo ya irrompible. Empiezo a fantasear con esta historia de cariño de años, hasta que me doy cuenta de lo que está pasando.

El hombre está asustado, esta petrificado por el miedo. No ha superado el terror que le ha producido el súbito infarto, la hospitalización apresurada. Y aunque ella está bien, y pronto volverá a casa, le sigue alterando su propia presencia en el hospital y la perspectiva de quedarse solo, sin ese pulmón que siempre ha estado alumbrando su existencia tan gris como sublime, ya se ha quedado en su cabeza blanca quizá para siempre. Ella lo sabe, y aumenta su cariño y su familiaridad, aunque sea en frente de extraños, con una naturalidad que despista en una pareja de aquellos años, solo para confortarle, para asegurarle que va a seguir a su lado, que todo va bien, que van a proseguir aún un poco más su vida de ancianitos adorables, que su unión ya es más fuerte que todo lo que les pueda suceder.

viernes, 24 de septiembre de 2010

La música de tu móvil

Tengo una resisitencia natural a creer que la decoración de tu coche, de tu casa, la ropa que llevas, cómo llevas decorados tus cuadernos con pegatinas, tu bolso, y todas esas cosas accesorias pero necesarias son extensiones de la personalidad, o incluso parte integrante de ellas. Al mismo tiempo que creo firmemente que la cara es el espejo del alma para el que sepa mirar, creo que el resto son cosas que se pueden aprender o imitar, pueden estar influidas por tus compañías o por revistas, o por lo que hay disponible en las tiendas, y que, si hablan de la personalidad, lo hacen únicamente como indicador de la maleabilidad, la fortaleza o la debilidad de la personalidad, o incluso la necesidad de reconocimiento. Pero algo tan dependiente de la posibilidad o no de comprar no puede ser indicativo real de nada importante.

¿A santo de qué viene esto? A la música del móvil. Esta mañana le ha sonado a una compañera el móvil. Por su carácter de esta persona, yo esperaba algo de música clásica, o un tono de esos impersonales y monótonos que vienen con el teléfono (como el de un servidor). Pero ha sonado una estridente música electrónica o disco, y me he quedado con la palabra en la boca. ¿Será indicativo de que esta mujer tiene más vida por dentro de la que cabría suponer, y que su seriedad y atención a las formas, y a veces, su severidad en el trato, no es más que un muro o una fachada, y su verdadera personalidad está escapando por la grieta oculta de un politono?. Va a haber que prestar más atención a esos detalles que yo no consideraba, a ver si va a ser que a veces son resquicios por lo que deslumbra la verdadera y oculta personalidad de los individuos.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Irving y Auster

Acabo de terminar un par de las útimas novelas de dos escritores norteamericanos contemporáneos a los que vuelvo de vez en cuando. Hasta que te encuentre, de John Irving, y Brooklyn Follies de Paul Auster. Ellos dos son parte de una generación de autores, centrada en el noreste americano, con mundos muy distintos, pero con un cierto toque común. Ambas novelas me han parecido como emblemáticas o recopiladoras de los universos personales de ambos creadores, y me provocan ambas la agradable sensación de entrar en la casa de alguien conocido, de volver a un lugar muy querido y observar que todo está tal y como lo dejaste.

John Irving ha escrito una novela a la que encuentro muchos paralelismos con El mundo según Garp, su obra más conocida. Con abundantes referencias autobiográficas, contiene muchos elementos narrativos muy habituales en él: una familia desestructurada, la desaparición de la figura paterna, el peso constante y sigiloso del pasado, de las experiencias de la infancia, los asuntos de ese pasado no resueltos, que van a seguir siempre por ahí, y que van a salir de un momento a otro, la aparición abrupta y absurda de la muerte. Pero el tono de Irving está muy lejos de ser trágico o sentimental. Es un escritor que le encanta la excentridad, el humor y el sarcasmo, pero tiene una habilidad para, en sus monumentales novelas, encontrar un hueco para la ternura. No recuerdo haber llorado tanto leyendo un libro como con Una mujer difícil; varios de los personajes de esta novela tienen reflejo en Hasta que te encuentre.

Paul Auster sigue a vueltas, en Brooklyn Follies, con algunos de los temas que le apasionan, el azar y el destino como el más importante de ellos. El azar, absurdo, impremeditado, como mecanismo que hace girar y moverse las vidas. Los personajes suelen ser muñecos a los que las sacudidas de la vida les llevan a distintos lugares. Hay más temas aquí que son muy comunes en su obra: la atracción por el abismo y la decadencia, las relaciones familiares, el comenzar de nuevo cuando parece que ya no es posible, la búsqueda de la propia identidad y del propio espacio. Una novela optimista, en el buen sentido, es decir, no que todo sale bien porque el mundo es maravilloso, sino que, teniendo en cuenta lo brutal que puede llegar a ser la vida y el destino, la gente se sobrepone.

Ambos escritores me gustan, hablan de temas que me interesan (la relación padres-hijos, muy importantes en ambos, y que ahora por razones que todos conocéis son prioritarias), y lo hacen sin verborrea, con claridad, sin humos de autor moderno.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Ya no te tengo miedo, LM

Un conmutador de doble llave Simon 31. Ni más ni menos. Cualquier otro modelo, me había dicho el electricista, y fastidias la instalación eléctrica, quemas todo el edificio, dejas sin luz a AENA y todos los aviones se estrellarán irremediablemente. El apocalipsis según Simón 31.

Me vi forzado pues a enfrentarme a mi gran enemigo, a la bestia parda, al Leroy Merlin. La tienda de los expertos en bricolaje, donde van los numerosos y sabios seres que saben poner molduras, que conocen sin duda lo que es una regleta, cuál es la mejor marca de taladradoras, dónde se ha aplicar la pintura mate, montan y desmontan armarios, hacen rozas y las tapan. Allí soy el último de los mortales, y lo saben. Todos los libros, todos tus conocimientos sobre macroeconomía, física subatómica, FRBR, allí no valen. Allí se valora que distingas entre el percutor del 15 o del 7, la llave de tal o cuál forma, el taco del 8 o del 6. Te atacan con terminología fascinante, subversiva (una llave Allen se pronuncia así, tal cual: "AYEN". Pura y simple subversión), con formas cautivadoras (tuberías en forma de insinuantes codos). Mi auto-defensa me convierte en un niño: cojo las pequeñas piezas y juego con ellas, aprieto los botones de los interruptores, abro los cajones de los muebles, cojo un metro y mido cosas.

Apenas un segundo después de hablar con un dependiente, ya descubro en sus ojos que sabe que no soy un iniciado, que está hablando con un "muggle", en terminología harrypotteriana. Pero ese día, el mito se vino abajo: no tenían ese tipo de conmutador (interruptor de la luz, para los gentiles), no lo trabajan. Pido algo que es demasiado para ti, LM. Te he vencido, ahora soy yo el que parece superior.

Mis investigaciones me encaminan a Bricomar, unos almacenes de bricolaje que juegan con la baza de ser más "profesionales" que LM. Y tienen ese aspecto: es una gran nave sin adornos, como un disco acústico. Entonces comprendí que el LM es todo una fachada, una tienda para muy iniciados. Bricomar pretende que te sientas mucho más entendido, está disfrazado de un almacén, pero seguro que los profesionales de verdad van a algún sitio más espartano.

Lo mejor del Bricomar, para terminar, son las cajas de tornillos, de todos los tamaños y acabados, que despertaron mi lado infantil (que no necesita mucho para despertarse), y hundí con gozo mis manos en tanto tornillo, que removí y dejé caer como si fuera un tesoro pirata. Bueno, allí conseguí mi conmutador especial. Ahora queda instalarlo. Ya os contaré

viernes, 6 de agosto de 2010

La veleta

Pues me vuelvo a ir de vacaciones, esta vez a un pueblecito perdido del norte de Soria, buscando el fresquito y el silencio, aunque para encontrar esto último debería dejarme a los niños en casa, cosa que me daría penita, les gusta mucho el campo.

Para despedirme, os voy a pegar esta letrita de Los Planetas, que hacía mucho que no os pegaba una letra de este grupo. Es de su último disco, que estoy ahora en fase de escuchar y acabar de decidirme si me gusta el nuevo rumbo que han tomado. Ya se han decidido a tirarse de lleno y sin complejos en el flamenqueo, pero sin abandonar sin guitarras sicodélicas. Asombroso. Esto se llama La Veleta, y la canta J junto con una tal La Bien Querida. La letra es una monada, cuanto menos:

rondan mi calle, rondan mi calle
rondan mi calle, un alto y un pequeño rondan mi calle
el alto se parece al sol que sale

el mas pequeño se parece a la luna
el mas pequeño se parece a la luna del mes de enero

por lo mudable, si yo soy la veleta, por lo mudable,
si yo soy la veleta, tu eres el aire

pintor de loza, mi amante es cartujano
pintor de loza, me pinta palanganas color de rosa

asi lo quiero, que pinte palanganas
y asi lo quiero, que pinte palanganas color de cielo

que la veleta, si el aire no la mueve
que la veleta, si el aire no la mueve, se queda quieta

La podéis escuchar en el Espotifai:
spotify:track:0VYaw84TwjjiyfqDSMXqLJ

martes, 27 de julio de 2010

El hombre del túnel

Hola otra vez. Lo que os voy a contar hoy es digno de uno de esos programas de la vida cotidiana algo friki (vida frikidiana, podríamos decir), que tanto se llevan ahora en la tele. Podréis ver a este señor en el tunel que conecta el barrio de El Pozo con el polígono industrial del Pueblo de Vallecas. (Camino del Pozo del tío Raimundo)




Es un túnel muy estrecho, en el que para regular el paso en las dos direcciones hay un semáforo, de tal forma que cuando se pone en verde, cruzas con la incertidumbre de que te encuentres con un coche que venga de frente y se haya saltado su semáforo. Os pongo una foto del Street View.



Al otro lado del túnel, en la foto tapado por el camión, se sienta muy a menudo (yo lo he visto a todas horas, haga calor o frío), un tipo con muletas, en la esquina, sobre una piedra, que con la mano indica que puedes pasar, porque los coches de la otra dirección ya se han detenido en su semáforo y no hay peligro.

Las veces que me ha tocado ser el primero en este semáforo, siempre le he agradecido con un gesto su "servicio", lo que le pone muy contento. Devuelve el saludo, y se sienta muy tieso, a esperar el siguiente cambio de semáforo. Es un señor de mediana edad, con muletas, probablemente de baja permanente o algo así.

Siempre me he quedado con ganas de saber su historia, el porqué se pasa allí las horas muertas, mirando pasar los coches. Por supuesto, la teoría que más veces me cuento a mí mismo es que perdió la movilidad de sus piernas en este cruce por saltarse el semáforo (cosa que hacen bastantes coches que llegan muy apurados), y expía sus culpas evitando que vuelva a suceder.

En el improbable caso de que paséis por este remoto sitio, que os toque ser el primero, y de que esté este "héroe" anónimo, agradecedle el detalle de su trabajo probablemente inútil, para que sienta contento una vez más.

martes, 22 de junio de 2010

La graduación

Era subir por un estrado hecho a mano, recibir del profe una medalla hecha de cartón ondulado, un birrete, y bajar por el otro lado. En los ensayos todo había salido perfecto. Pero yo sabía que mi pequeña lo iba a pasar fatal, con todos esos padres mirando. Lo estaba yo pasando fatal antes que ella. Allí estaba, sentada entre los compañeros, viéndolos subir, tan tranquila, pero cuando la llamaron se derrumbó. La han tenido que llevar en volandas, ponerle sus condecoraciones, y bajarla. Desde mi sillita le he abierto los brazos; poco a poco, mirando con recelo a sus profesores, y sin dejar de llorar y meterse los dedos en la boca, se me ha ido acercando, hasta que con una pequeña carrerita se me ha echado en los brazos. He sentido claramente a mi corazón convertirse en un croissant.

Que conmovedor y qué duro es verse reflejado en los hijos. Sobre todo cuando sabes perfectamente por lo que está pasando y lo que le queda por pasar. Con el doble de edad que Ana tiene ahora, fui al cole por primera vez. En la primera semana me escapé dos veces. Mientras estábamos en la fila que hacíamos a la entrada, me descolgaba y empezaba a correr con todas mis fuerzas hasta que llegaba a casa. Mi primer año fue una tortura inexplicable. Pero lo que más me aterraba eran las fiestas. Por Navidades me escapé otra vez, entre la música de los altavoces y las guirnaldas. Ni los más veloces de la clase lograban pillarme. Atravesaba las carreteras (!Dios mío, las carreteras, afortunadamente pasaban entonces pocos coches!), y llamaba a casa. Mi madre ya había reconocido mis pasos en la escalera. Qué reconfortante, qué placidez y qué inmensa tristeza y soledad sentía!. Algo así he visto hoy en esta pequeña, tímida y temblorosa criatura.

Pero tiene su lado bueno. Sabes que cambiará por fuerza, como cambié yo, al menos por fuera, al menos disimulas y aprendes a disfrutar de los momentos de sociedad. Y como padre, te sientes halagado y privilegiado, porque eres de los pocos que ves a Ana de verdad. En la intimidad del hogar, eres de los pocos que recibes la bendición de su tremenda risa, de su carcajada incontenible y contagiosa. Eres de los elegidos que conoce el tono suave de su vocecita, y de sus pequeñas frases. Solo a ti se te ofrecen esos exquisitos bombones, solo a ti te regala sus tesoros. Sientes recaer sobre ti, cuando al fin te localiza con la mirada, su amor desesperado, y todo en su cuadrado mundo recobra entonces el sentido. Es una responsabilidad muy grande ser Dios y razón de su existencia. Es un trabajo duro y exigente, que no admite treguas ni paradas.


------

P.D. Me voy de vacaciones, compañeros. Dejo para la vuelta la continuación del post anterior. Un beso a todos

viernes, 11 de junio de 2010

Los vagos, los mentirosos y los egoistas (I)

Recomiendo arduamente la lectura de libros de ciencia. No pseudociencia, ni de conspiraciones mundiales, solo ciencia divulgativa, pero asentada, adecuada al nivel que cada uno tenga. Del tema que os parezca: física, matemáticas, meteorología, biología. Es una lectura absorbente, que exige concentración, pero que como contrapartida ofrece el sosiego de las ciencias exactas, la distancia relativizadora que te aporta sobre los problemas cotidiano-mundiales, y, en algunas ocasiones, un punto de vista cuasi-filosófico muy productivo.

Decidido a rellenar algunas lagunas en cuanto a genética, compré El gen egoísta, de Richard Dawkins, sin saber que estaba comprando un libro fundamental y muy polémico en cuanto a biología evolutiva, un clásico cuyo punto de vista novedoso sobre los mecanismos de la selección natural significó un cambio de paradigma en el modo de entender la evolución darwiniana. Me he quedado con mis lagunas en genética, pero me lo he pasado en grande.

De las muchas ideas fundamentales de este libro, la primera es que, para Dawkins, la unidad básica de la evolución no es la especie (un individuo no hace algo por que sea bueno para la especie), ni el grupo (un individuo no hace algo por que sea bueno para la especie), sino el propio individuo (un individuo hace algo por que es bueno para él). Evidentemente, todo se hace de forma no consciente. Si el individuo tiene rasgos que le son favorables, tendrá éxito en la reproducción y prosperará. Pero un individuo tiene rasgos o comportamentos en base a lo que hay codificado en sus genes, que son la verdadera unidad básica sobre la que actúa la selección natural. En un principio, todo eran genes sueltos (moléculas de ADN, para ser más exactos), pero poco a poco, llegaron a cooperar y agruparse con tal que, egoistamente, tal cooperación fuera buena para ellos. Así construyeron las sofisticadas máquinas de superivencia que somos vosotros y yo. Dawkins llega a decir que el concepto de individuo puede ser una convención, ya que vosotros y yo somos una comunidad de organismos más o menos desarrollados, que actúan tan conjuntamente que ya es imposible diferenciarlos.

(Continuará)

viernes, 21 de mayo de 2010

La vieja estación

Otro viejo recuerdo que ha saltado como un resorte. Debe ser que me voy volviendo viejísimo cuando los recuerdos son como chiquillos desordenados.

Debía de tener 13 o 14 años. No recuerdo a dónde era la excursión, pero debíamos ir a Atocha a coger un tren. Y los jóvenes intrépidos, para hacer tiempo, se colaron en la antigua estación, que estaba desmantelada, en obras. Estaba todo diáfano, lleno de vigas de madera, polvo, pero aún quedaban los andenes. Y aún quedaban los sonidos y el eco. Y como era ya un poeta incipiente, o un romántico fetichista, o yo qué sé, el caso es que esos ecos ya se me presentaban en la imaginación, y así se me han quedado en la memoria, como el rastro de todas las despedidas que allí habían ocurrido. Las apresuradas conversaciones, los últimos intercambios, todo seguía allí, entre las resonancias de esos techos de cristal grisáceo.

También existía ya por aquel entonces el incipiente desinteresado absoluto de la fotografía, por lo que no guardo recuerdo gráfico de aquel momento que no muchos de mi generación habrán disfrutado. Los últimos momentos de aquella estación, que olían todavía a guerra, a emigración, o a reencuentro o a Dios sabe qué más. Solo me quedan imágenes falsas en la memoria de ese extraño momento.

Hoy hay un bosque tropical allá dentro. Las veces que he estado allí después, ya no he podido oir las voces de los que allí fueron y se despidieron. Será que ya han desaparecido, o que ya no soy capaz de oirlas.

La risa

Me gusta cuando te ríes de que me ría con tus cosas;
me gusta cuando te ríes de que me ría de mis propias cosas;
me gusta cuando cuando me río recordando por qué te ríes.

jueves, 29 de abril de 2010

Sobre el matrimonio

Yo no me casé por amor. Me casé por no pensar. Me casé para ahorrarme el calcular si el paso burocrático más nimio hubiera sido más sencillo de haber estado casado. La que es hoy mi mujer tuvo que ir al registro civil unos días después de dar a luz, y con un tiempo de mil demonios, porque yo no era su marido y no podía ir en representación de los dos. El Defensor del Pueblo me explicó que eso se hacía por seguridad jurídica. Es decir, yo no era un sujeto de fiar si aparecía un día por allí y decía: este hijo es mío, y esta señora de la foto es su madre. Con un documento oficial expedido por un fedatario público en el que asegura que somos una pareja estable con propósito de familia, esa horrible sospecha hubiera desaparecido. Le escribí al buen Defensor que no veía la diferencia.

Ya varios años de casado, mi opinión ha variado ligeramente. Ser soltero a ojos del Estado me ha valido algún disgusto, pero también alguna ventaja. Estar casado y con dos hijos me ofrece una comodidad sobre todo de pensamiento, como ya he dicho. Pero a la conclusión a la que he llegado es que el matrimonio es necesario. La Administración, que recauda y reparte lo recaudado, necesita instrumentos que parcelen adecuadamente a sus administrados, para poder hacer su labor de un modo idealmente más equitativo. Si reparte ayudas, concesiones, asigna recursos, se necesita saber las unidades mínimas en que se divide la sociedad, calcular con exactitud lo que ganan, es decir, lo que reciben de la sociedad, y lo que, por tanto, la sociedad les debe. Es un instrumento teóricamente útil, defendible desde este punto de vista.

Pero bajo este punto de vista, para mí el único válido de defensa de esta institución a nivel de vida civil, el Estado necesita saber cualquier asociación de personas, cualquier unidad económica, sustantivada en una unidad de residencia, y un propósito de compartición de recursos. Esto es, el matrimonio no es la unión de un hombre y una mujer. Es la unión de cualesquiera personas que deciden ser lo que los teóricos de la macroeconomía llaman unidad productiva, y que es la base del ciclo del dinero: los que lo gastan, y los que lo reciben, en un circuito que pasa por las empresas que invierten y el Estado que redistribuye con ideales de equidad y justicia. El amor, como podéis suponer, no tiene nada que ver con esto.

jueves, 8 de abril de 2010

Este maldito invento del demonio

Qué extraño que ahora me haya acordado. Quizá lo que brevemente me atrajo de ella, en una época en la que estaba yo desubicado constantemente (a ver, debía ser por 1989 o 1990), era su aire desdibujado o igualmente fuera de sitio. Un día, mientras jugábamos al fútbol los colegas, mi amiguete Rubén la vió pasar y dijo, "Mira, una mujer de 15 años". La verdad es que vestía con ropas poco juveniles, como si la hubiera robado la ropa a su madre.

Tenía una mirada muy dulce, y unos ojos casi grises de expresión soñadora. Hablaba poco y bajito, tenía la piel muy clara y pecas, estaba bastante descolocada en aquella batalla de hormonas que debía ser una clase de quinceañeros. Era una niña asustada, con apariencia de mujer. Llevaba el pelo largo, recogido como si fuera una señora de un anuncio de los años 60. Mis recuerdos me la rodean con un aura difuminada como si saliera de alguna vieja película. Yo no estaba lo que se dice colado por ella, pero hubo un momento en que me gustaba, porque yo me imaginaba que teníamos afinidades en común. Yo estaba en proceso de reconversión o algo así, y nos imaginaba a ambos perdidos buscando nuestro rumbo. ¡Qué cobarde y qué poca sangre tenía yo por entonces! El curso acabó y nunca más volví a saber de ella.

Y hoy me mira desde el Facebook, con una ancha sonrisa algo bobalicona, lo que la obliga casi a cerrar los ojos que casi no se le ven. Su aspecto es bastante juvenil, por contrario, tiene el pelo más largo, algo más salvaje, lo que la favorece. No se informa nada del resto de su vida. Pero está su cara poco cambiada, que me llama desde una cueva de 20 años en el tiempo, a aquella época primaveral de caos y frustración y energía y misterio. Por un momento el ratón se pasea por la opción de "enviar un mensaje", y luego pienso que qué leche hago yo pensándolo siquiera y cierro este invento del demonio.

domingo, 4 de abril de 2010

Sir James Black (1924-2010)

La semana pasada pude leer por casualidad el obituario de la muerte de este científico escocés, hasta entonces para mí desconocido. De familia media tirando a humilde, pudo estudiar en la universidad gracias a una beca, y gracias a su talento y esfuerzo consiguió puestos importantes como profesor. En lugar de proseguir una cómoda y lucrativa carrera académica, como era la costumbre en los años 60, se decidió por la investigación en una modesta compañía farmaceútica. Allí descubrió dos importantísimos fármacos: los beta-bloqueantes, que inhiben la acción de la adrenalina, muy utilizados para las dolencias cardíacas (que habían acabado con la vida de su padre), y la cimetidina, contra las úlceras sangrantes. Ambos medicamentos obtuvieron ganancias millonarias para la empresa para la que trabajaba. No llegó a puestos directivos, ni los quiso: una vez más, en vez de vivir de las rentas y el prestigio, fundó una modesta y laboriosa organización sin ánimo de lucro para estudiar la diabetes y ciertos tipos de cáncer. Su pasión no era el dinero ni la fama, de la que rehuyó constantemente, pese a recibir un merecido Nobel en 1988.

Semejante persona (me resisto a usar la maltratada palabra "héroe") que ha salvado la vida de millones de personas y las seguirá salvando aún muerto, pasaría a nuestro lado sin enterarnos, quizá le empujaríamos sin querer en la batalla diaria del metro, cambiaríamos quizá de canal si algún programa se atreve a hablarnos de él y, en definitiva, será olvidado pasado mañana si no lo ha sido ya. Todo esto suena inevitablemente demagógico, pero no puedo evitar sentir rabia cuando nos hemos pasado meses llorando a Michael Jackson y Cristiano Ronaldo es poco menos que una deidad urbana, y eso hablando de gente que al menos trabaja o ha trabajado. Pero los héroes reales, que han trabajado con talento, esfuerzo o suerte para el bien común, aun cuando haya sido en el seno de una malvada compañía farmacéutica, no son reconocidos más que en oscuras menciones suecas o pesados tratados médicos. Todo esto tiene una explicación sencilla y terrible, que a todos se nos aplica, y que carece de solución: nuestro interés se halla irremediablemente centrado en lo trivial, que es lo que nos hace vivir o soñar. No cabe duda de que necesitamos héroes, siempre los hemos necesitado, pero nuestros héroes son la medida de nuestros anhelos, el espejo directo de nuestra talla moral e intelectual como sociedad. Y ahí vamos muy, muy mal parados, me temo.

lunes, 8 de marzo de 2010

Escribir por escribir

Hay que veces que uno siente la necesidad de escribir, aunque no tengas nada que contar. No sé por qué, hoy ha sido un día normal, alegre si me apuráis, movidito, tres reuniones, una despedida a una colega que se casa, una tarde normal, con mucho frío, que ya cansa tanto frío. Y llevo todo el día escribiendo en este blog, mentalmente, sobre todo un poco. Lo que sea.

Al ir a tirar la basura, veo a un tipo con traje y corbata que llega a su casa, con cara y pasos cansados. Son las 10 menos veinte de la noche. ¿Tendrá familia? Eso es lo primero que pienso. Algo estamos haciendo mal si este tío llega a esta hora a su casa, y su mujer y quizá sus hijos no le han visto en toda la tarde. Tenía que contarlo.

Sientes ganas a veces de escribir sin objeto y sin rumbo, a ver a dónde llegas. Es un crimen sin premeditación, es terapia peligrosa. Una vez, hace ya un número algo vertiginoso de años, descubrí que estaba colado de la manera más absurda por una chica, porque estaba estudiando en la biblioteca y me puse a escribir un texto semi-absurdo, absurdo para cualquiera que lo leyera, pero claro y transparente para mí: estaba furioso, confundido y enamorado. Vaya chasco. Me gustó aquello que escribí, no estaba mal. La chica se fue, y la olvidé rapidísimamente. Quizá fue por la terapia.

Escribir es reposar. Es dejar que espese esa salsa que te ha quedado líquida. Es ordenar la casa, es rebuscar debajo de todo. Es encontrar esa foto que perdiste. Con tanto blog y tanto Facebook he perdido el hábito de escribir y no publicar, de escribir sin pensar en el que lee, de escribir para nadie, sin mentiras, sin máscaras, a pelo.

Escribir sin objetivo ni premeditación es un simulacro de suicidio, un puenting emocional, un vuelo no tripulado. Es cabalgar sin riendas, la montaña rusa. Decid eso que no os atrevéis, eso que se os atraganta, eso que teneis miedo de reconocer que pensáis a veces, ese octavo pasajero al que hacéis que no veis. Ponedlo por escrito y destruidlo, no sea que alguien lo encuentre. No sea que lo leáis más tarde, cuando hayais recobrado el sentido y la compostura.

viernes, 26 de febrero de 2010

HeLa

En 1951 una joven negra de nombre Henrietta Lacks ingresó en el prestigioso John Hopkins Hospital en Baltimore, USA, donde se le diagnosticó un cáncer cervical. Durante el tratamiento, los cirujanos extrajeron una muestra del tejido canceroso, que mandaron analizar, todo ello sin el permiso de la paciente. La joven murió pocos meses después, pero la muestra sobrevivió... hasta nuestros días. Fue el primer tejido humano cultivado en laboratorio, donde ha dado muestras de una vitalidad sorprendente. Las células de esta línea celular, conocida como HeLa, han sido, entre otras "hazañas", enviadas al espacio, infectadas con tuberculosis, bañadas en radiación. Han ayudado a desarrollar la vacuna de la polio y medicamentos contra el Parkinson o el SIDA, por nombrar algunos ejemplos.

Los descendientes y familiares de Henrietta Lacks eran tan pobres que nunca se enteraron ni por supuesto se beneficiaron de todos estos avances, y probablemente cuando enfermaron en el país de las oportunidades, no pudieron asistir a ninguno de los prestigiosos hospitales que jugaban con las células de HeLa. No voy a hacer demagogia sobre la falta de ética de las empresas de la salud, o arremeter contra el sistema estadounidenses: el ansia de obtener mejores productos que el vecino ha dado como resultado el increíble avance de las ciencias médicas en el último siglo, pero no se puede pasar por alto historias de tan bajo calado moral como ésta, o como la de aquella farmaceútica que intentó patentar el código genético de toda una población inmune a no se qué enfermedad.

La historia tiene el lado bonito: el cuerpo inmortal de una olvidada mujer negra que se resiste a morir, y que sigue dando frutos después de tantos años; o la ironía inconcebible de que el implacable agente auto-destructor que segó su joven vida, sea más valioso para el futuro y para el resto de nosotros, que aquella desconocida e involuntaria mártir de la humanidad.

martes, 16 de febrero de 2010

La hora de las despedidas

En el trabajo, a la amistad no elegida de tus compañeros se añade otro elemento, que son los cambios, todos buscando nuevos horizontes, otros aires, progresos, más dinero. Aquí donde yo estoy, se está convirtiendo en una mala costumbre despedir gente constantemente. Un par de ellas me han dolido especialmente, porque el roce diario hace costumbre, y la costumbre hace afecto. Si estas despedidas han sido especialmente emocionantes, no quiero pensar lo difíciles que serán las jubilaciones, que tienen más de definitivo, de cierre y abandono de una forma de vida.

Con mi amigo José Luis he tenido algunas de las más interesantes conversaciones desde que estoy aquí, y echo menos sus buenos modos de conversador sabio, que sabe echar el freno, acelerar o derrapar cuando conviene. Me han quedado muchos temas en el tintero, apenas hemos hablado de libros, no he logrado convercerle de la utilidad del título uniforme, y de que en esto de las películas y la música, el todo gratis no puede ser. Un tipo cálido, cercano, un buen mozo que me ha enseñado el arte de las camisas.

Con Silvia, a la que despedimos multitudinariamente ayer, y que por lo tanto me pilla más en caliente, he observado hoy, el primer día después, algo inaudito. No podíamos sospechar el socavón que ha dejado, andábamos hoy con el apesadumbramiento del que no sabe por dónde se va a continuación. Y es que nos ha regalado a los que nos preciamos de ser sus amigos cinco años de un cariño discreto e invisible, que nos hace ahora tambalearnos, como si nos faltara una muleta.

A ellos dos, gracias por todo. Aquí estamos, esperando nuevas despedidas.

sábado, 6 de febrero de 2010

Otro poemilla

A ver si os gusta:

Si no os hubiera mirado,
no penara,
pero tampoco os mirara.

Veros harto mal ha sido;
mas no veros peor fuera;
no quedara tan perdido,
pero mucho más perdiera.
¿Qué viera aquél que no os viera?
¿Cuál quedara,
señora, si no os mirara?


Delicioso, ¿no os parece? El pobre tiene un amor desafortunado que le tortura, que no conduce a nada. Pero concluye a su pesar que mucho peor hubiera sido no haber sentido nunca ese dolor. Es de Boscán, tiene unos 400 años.

lunes, 1 de febrero de 2010

100 entradas de La hora de Richi

¿Quién lo iba a decir hace ya dos añitos y pico, cuando aún no existía (creo) Facebook o Twitter, y unas cuantas compañeras empezaron a escribir sus ocurrencias en la Web, para que todo el mundo las viera? Así empecé, casi sin querer. Poco, muy poco, pero siempre he estado escribiendo. En mi tierna juventud, poesías (hoy perdidas, lamentablemente), mucho antes, comics (también perdidos, ya lo conté por aquí). También escribí algún cuento (sí, también perdidos, algunos), y ahora al fin encontré mi sitio en "la nube".

El blog ha podido dar salida a un reprimido deseo, algo autocomplaciente, de sobre-exposición, de dar a conocer un supuesto lado oculto, que las convenciones y el ritmo de la vida diaria no dejan salir. Aún no sé cuánto hay de cierto en esto, pero lo cierto es que me gusta contar estos pequeños brochazos de lo que hay detrás de lo cotidiano. No creo haber escrito nada que sea especialmente novedoso o arriesgado, pero sí agradezco el poder tomarme el tiempo que se necesita para contar algún detalle o reflexión, tiempo que, ahora sí, no se tiene en una conversación normal.

Hay muchos otros posts nunca he escrito, por pereza o indecisión, que siguen por ahí; a veces están días revoloteando y nunca salen a la luz, y en cambio escribo otros llevados por un instinto momentáneo.

En fin, seguiré escribiendo, si no os molesta. Pero quiero agradecer eso sí la paciencia y la dedicación de mis pocos y cariñosos lectores. A Marina y a Maite, por sus puntuales comentarios (da mucho calor que te escriban), y también a Blanca (la fundadora, ¿o fue Marina?), a Silvia, a José Luis, Alejandra que también me han dejado notitas adorables; y también a Lola, que nunca ha escrito, pero sé que me lee y me estima; a Mónica y a Rafa, lectores recientes y callados, por ahora. Y a Amalia, que me tiene en su barrita de vínculos, siempre presente. Y a los que quizá me lean y no conozco. Y a los que vengan, bienvenidos.

miércoles, 13 de enero de 2010

Propósitos para el 2010

No soy muy dado a estas cosas de los propósitos de año nuevo, porque no me los creo y porque no percibo la diferencia entre un día de un año y el siguiente que ya es de otro, pero he aquí unos cuantos propósitos personales que he pensado:
- Dejar de poner tantas chorradas en el Facebook, y leer todos los interesantes enlaces de X. Agenjo.
- Abandonar mis prejuicios hacia los dependientes del Corte Inglés; dejar de pensar que se lo tienen creído, que tienen complejo de superioridad, y que me miran por encima del hombro. No puede ser cierto, al menos siempre.
- Aprender a pronunciar al fin las palabras fauteuil, feuille y vieille.
- Superar esa extraña pereza que me inunda en ocasiones a cualquier hora del día.
- Manejar la lavadora, y mira que la hemos comprado fácil. Dejar de preguntarle a Amalia cien veces cuánto detergente debo poner, y qué es ese botoncito con una plancha.
- Hacer albóndigas sin que me acusen de fabricar armas antidisturbios. La última vez me las pidieron desde el Gobierno de Irán para no sé qué de unos manifestantes.
- Aprender a darla de cabeza sin tener 3 días dolor de ídem, poder disputar un balón aéreo sin hacer falta al contrario. Estrenar al fin mi raqueta de pádel, que ya tiene 7 años.
- Según Amalia, apreciar más mi propio trabajo, no subestimarlo. Me pondré a ello.
- Aprender a regalar pendientes.
- Decidir por fin si soy un optimista incurable o un pesimista apocalíptico.
- Dejar de hablar solo. Sé que es un objetivo inalcanzable.

A medida que se me ocurran más los iré poniendo. Permanezcan en sintonía.

viernes, 8 de enero de 2010

Gene Kelly


En un disco de Tom y Jerry que hemos sacado (otra vez) de la biblioteca, viene un extra de la película Levando anclas, en la que aparece Gene Kelly bailando junto con Jerry en un fantástico país de dibujos animados. Todo eso me ha recordado a mi cinéfila adolescencia, en la que vi numerosos musicales de este atleta bailarín, limitado actor, pero de una presencia única y vitalista que llenaba la pantalla. Lo he echado de menos, la verdad.

Gene Kelly representaba la alegría de vivir, el optimismo, la energía, la ruptura, cierta anarquía, el placer de ponerse a bailar en plena calle, en la cubierta de un barco, en el salón, bajo una densa lluvia, en un granero, donde fuera, con tal de expresar el gusto por ser joven, por sentirse vivo, por amar y ser amado, mediante el simple (¿simple?) acto de bailar y cantar, en un delirante absurdo, en una abstracción memorable, en medio de una plaza, con una música que sale de quién sabe dónde, con paseantes que mágicamente se saben al dedillo la coreografía. ¿Y por qué no? La vida debería ser así, la música debería estar presente en todas partes, la pirueta tendría que ser practicada por todo bicho viviente.

En colaboración con el exquisito Vincente Minelli o con Stanley Donen, creó algunos de los momentos más inolvidables de la historia del cine, en fantasías coloristas como El pirata, romances hechizados como la fascinante Brigadoon, o risueñas evocaciones como Summer Stock. Y por supuesto con Cantando bajo la lluvia, donde llueve como nunca ha llovido en ninguna parte. Mucho mejor estas ligeras delicias que cuando quiso ponerse más serio y "profesional", en películas que me gustan mucho menos como Invitación a la danza o la mismísima Un americano en París.

En fin, me he dado cuenta de que hace mucho, pero mucho tiempo que no veo un musical clásico, y en un día como el de hoy, que un suceso tonto y trivial me ha dejado un poco tocado, no me vendría mal un chute de alegría porque sí, con un par de bailes con Gene.