miércoles, 7 de septiembre de 2011

El ojo ciego

Los ojos de los ancianos son de naturaleza acuática. Apenas parecen tener densidad, tener masa de cuerpo sólido, siempre temerosos de licuarse del todo, de volverse río, a veces lloran sin querer, les cae una o dos lágrimas que añaden drama al misterio de envejecer. Los ojos de los ancianos tienen la cualidad de poder mirar traspasando las barreras del tiempo y del espacio. Se detienen en un punto fijo, y entonces te sientes desaparecer, en tu lugar surgen antiguas imágenes de sitios que ya no existen, de muertos que vuelven a habitar el mundo, y que por un segundo son más reales que nosotros, vuelven a ver calles, campos y gentes que nuestra torva y contaminada imaginación recrea en blanco y negro.

El ojo derecho de mi padre tiene una catarata profunda, que hace que asomarse a su ojo sea como asomarse a una sima terrible y lóbrega. A su consistencia acuática de anciano de casi 80 años, se le añade ahora una textura como de gasa, azulada en su caso. A los ancianos se les van poniendo los ojos pequeños y dulces, ingenuos y temerosos. Desde que sabemos que tiene esta catarata, le miro el ojo con frecuencia. La catarata está tan avanzada, que solo ve por este ojo destellos y luces. Casi no se le distingue la pupila, todo está de un tenue color azul, y le da a su mirada un aspecto más ausente y atolondrado. Me explicaba el otro día la obra que le proyectó hace unos años a su nuero en su casa de campo. Con las manos iba volviendo a poner las guías desde tirar lo que serán las paredes, como salva los desniveles que provoca la dura roca berroqueña imposible de levantar. El ojo ciego y el bueno ya no ven la mesa, ven con precisión de geómetra las líneas que trazó, los escalones que visionó.

Hoy al fin, le operaron el ojo, intentando salvar lo que se pueda. Si pierde el ojo, solo será su culpa, puesto que solo él sabe los años que lleva sin ver bien y sin decir palabra, dominado por un miedo atávico y ancestral a los médicos y a las medicinas, cuyo origen nos es difícil de rastrear y cuya función no comprendemos. Otro resto más de una vida dura de miedo y pelea, esa que mi padre raramente recuerda y de la que pocas veces habla, sin hacer uso de ese ojo, ya de anciano, que taladra el mismo tiempo y lo vuelve del revés.