jueves, 16 de agosto de 2007

El libro de la selva

En la casa donde hemos pasado las vacaciones había un DVD y unas cuantas películas que delataban la existencia de un niño, porque muchas eran de dibujos. Así tuve la oportunidad de ponerle a H. trozos de El libro de la selva, el clásico de Disney de 1967. No soy especialmente aficionado a las películas de dibujos animados, pero ésta es, a mi juicio, la mejor de las que he visto y también una de mis películas favoritas de todos los tipos.

El libro de la selva es una suave invitación al hedonismo y al laissez faire, una ensoñación hecha con lápiz y papel, que utiliza brillantemente la música para puntear las características de sus extraordinarios y entrañables personajes: el nihilismo negligente de Balú, el sudoroso jazz del genial Rey de los orangutanes, el disparatado espíritu militar del coronel Hattie, el hipnótico soniquete de la serpiente Ka, los acordes violentos del tigre, la ausencia de música que rodea la cordura de Baguira, por no hablar del lirismo de los magníficos créditos. Me encanta el tono relajado y ligeramente hippie, o beat, de la película, muy distinto del cargante tono edulcorado del Disney clásico, y del igualmente cargante tono gamberro de la animación moderna. En fin, una peli para ver muchas veces, y llorar a moco tendido con un final antológico.

Pero me llama mucho la atención de lo distinta que es de la obra que la inspira, The Jungle Book, y The Second Jungle Book (es España, se tituló algo así como El libro de las tierras vírgenes), que tuve la fortuna de leer hace unos años. El original es mucho más serio, Mowgli es un personaje con un rencor tremendo a su especie, con brotes de violencia realmente sorprendentes, y es por descontado un espléndido libro de aventuras, que intercala relatos relacionados siempre con animales, algunos estupendos (como el de las focas). Lo recomiendo como lectura veraniega o invernal, lo que sea. Yo la leí en una larga convalecencia, y quedé eternamente agradecido al señor Kipling.

Nada hay en el libro de la simpatía y el optimismo de la película, pero sí tiene vitalismo y un lirismo y energía contagiosa. De modo que es un placer disfrutar de la película y el libro, que comparten escenario y algunos personajes, pero son dos creaciones totalmente distintas.

3 comentarios:

Brujitecaria dijo...

Kipling es en muchos aspectos un caso aparte, se habla siempre de él como de un narrador excepcional. Y es verdad que la película de dibujos animados supera con mucho las habituales disnelandias. Va a ser que hay historias tocadas por los dioses creativos que siempre consiguen estar por encima de las versiones o visiones. Ahora sólo nos falta dar con una de esas historias y quedar para siempre inscritos en la memoria literaria universal. ¡Casi ná!

Ricar2 dijo...

A mí me gusta mucho la expresión "estar en estado de gracia", para describir esas obras en las que por una conjunción rara todo es perfecto, aún sin ser "técnicamente perfecto", sino que tiene como una magia rara, casi involuntaria de su creador.

Unknown dijo...

Hola Richarl,
vuelvo hoy de unas minivacaciones y me acerco a tu blog (que tenía pelín abandonado, por cierto) y ... ¡vaya! ¡qué prolífico a la par que profundo!
Me ha encantado leerte. Sigue, plis.
Ah, y disfruta de tu coche. Lo bueno de los placeres tontos es que son eso, placeres tontos y hasta de ellos hay que saber disfrutar, eso sí, con mesura eh?