martes, 2 de octubre de 2007

Quino

Mi padre le ha cogido el gusto últimamente, cuando voy de visita, a llevarme a tomar una cerveza a alguno de sus bares favoritos y enseñarme a su parroquia. Los tipos que se ven a esa hora en esos bares, de la edad de mi padre, no tienen desperdicio; he crecido con ellos. Hombres criados en la postguerra, con la piel dura de las manos del trabajo de tantos años, pequeños, con los mofletes enrojecidos por el culto al vino, hablando inconsistentemente de fútbol, algún chiste verde sonrojante.

Quino es más joven, aún trabaja, ahora está en las megalómanas torres de la antigua ciudad deportiva. Te partes de risa cuando le oyes hablar del vértigo que se siente allá arriba, él, un hombretón que ha trabajado en un piso 19 cuando no había redes ni arneses. Es un personaje poco relevante de mi infancia, pero que le vuelvo a ver ahora, regordete, con un bigote largo y acabado en punta, con los ojillos inquietos. Va a pescar y a cazar, es muy expresivo, de esos que miden con las manos todo, el tamaño de los peces que captura, el tamaño de las vigas que tiene que acarrear. Te golpea constantemente con su mano hinchada en el hombro para llamarte la atención. Me mira con picardía, viendo a través de mi apariencia adulta al niño asustadizo, enmadrado y blandito que era hace 20 años, conjurando de nuevo el temor que me inspiraban personajes como él cuando era pequeño, con sus chistes salvajes, sus retos, sus veladas acusaciones de poca hombría.

Hombría rancia, sudor de macho ibérico, machismo macerado en el poso de los siglos es lo que comunica a raudales Quino y los hombres de su generación y estrato social. Me enseña con orgullo su nuevo coche, no me acuerdo la marca, y nos cuenta que coge tranquilamente los 220 km/h cuando viene de Torrevieja (¿de dónde sino?). Le da igual que le quiten los puntos, dice, él va a seguir conduciendo de la misma manera. Mi padre le amonesta recordándole los muertos en carretera y todo eso, pero para Quino eso son cosas de los telediarios. Él me inspira, como muchos hombres de su catadura, indignación y compasión a partes iguales, son una generación perdida heredera de la ignorancia milenaria de este país, rematada por el ostracismo conventual de 40 años de religiosa dictadura. La vida, implacable, se muestra caprichosamente cruel con Quino, que perdió a su hijo pequeño en un absurdo accidente, cuando le atropelló un coche que iba a demasiada velocidad, y que ahora observa impotente cómo su mujer se va quedando ciega cada día.

1 comentario:

Brujitecaria dijo...

Si, y parece que nada tiene remedio, ni siquiera su padre va a conducir más despacio, a pesar del hijo muerto, ni dejará de contar chistes salvajes, ni su mujer recobrará la vista...
Pero nunca se sabe, estás tú y está Hector y hasta quizás un día Quino pueda aprender a ir más despacio y su mujer pueda volver a ver, a lo mejor con los ojos de dentro, y hasta nos enseña a los demás. ¿Has leído Cumbres borrascosas a pesar de ser una novela supuestamente femenina?. Para mi es la novela de invencible esperanza.