viernes, 31 de agosto de 2007

El accidente

El accidente es un punto de inflexión. Un punto y a parte, el final del capítulo. Lo que más sorprende es su irreversibilidad. Parece que es muy fácil retroceder unas horas atrás y evitarlo. Unos días después piensas: hace una semana no podía imaginar lo que iba a pasar, cómo el resto de mi vida iba a cambiar para siempre. Unas semanas después piensas: hace un mes todo parecía inmutable, no tenía noticia de que un minuto significa que en los años siguientes la vida será distinta. Sutilmente distinta, o una vida completamente nueva.

Lo que llama lo atención del accidente es que los cambios de la vida no sean producto de la toma de una decisión, o de un proceso de reflexión y acción, sino de un minuto, un segundo, en el que tomas una decisión equivocada o que una causa externa se te cae encima y te aplasta. Lo que viene después es un juego de auto lesión. Analizas, hacia atrás, y te torturas con ello, las sutiles líneas de la vida que han llevado al accidente, y las pequeñísimas acciones que podrían haberlo evitado todo. Las razones nimias que te llevaron a cambiar de camino esa mañana, el encuentro casual que cambia tu vida y que se produce porque alguien tuvo un pinchazo. Las consecuencias que reverberan durante años…

A veces, un pequeño accidente, de consecuencias molestas pero intrascendentes, te recuerdan estas certezas siempre sabidas y nunca asimiladas. Yo no tiendo a considerar como avisos estos breves infortunios, pero si los veo como recordatorios de la sensible burbuja de jabón que es vivir, y lo vulnerable de nuestras fortalezas, y de cómo un punto de inflexión puede convertir a la semana que viene y al resto de las semanas en un juego distinto, con nuevas reglas y con nuevos jugadores.

jueves, 23 de agosto de 2007

Zoo

Llegó la primera visita obligada al zoo, con H. Es un sitio agradable, y ver los animales es una experiencia estupenda, sobre todo esos que son casi mitológicos, como el rinoceronte o el hipopótamo. Pero como me pasa cuando visito un zoo o pienso sobre ello, la sensación es de pesadumbre. No me voy con una sensación buena en la boca. Soy un ignorante paleto de ciudad, burgués, que acepta que capturen y encierren a animales salvajes y libres para el deleite de los niños y la distracción de las masas.

No debo ser el único que se siente así, porque en el parque tenían un tríptico que justificaba la existencia de un zoo moderno, que parece ser que es investigación, conservación de especies amenazadas y formación a las nuevas promociones. ¿Y qué tiene que ver todo eso con delfines dando piruetas y con el monstruoso parque temático en que se han convertido? Tampoco ayudó mucho que nada más llegar contemplara como cuatro mocetones como cuatro torres se entretuvieran acercándose a la jaula del buitre leonado e insistieran en escupirle una y otra vez. Esta y otras demostraciones similares de “formación” acabaron de hundir mi esperanza en la raza humana. Algo parecido, aunque un poco menos, siento cuando voy a un megacentro comercial o a un campo de fútbol: ¿somos una especie en extinción, tiene fin nuestra decadencia?

En fin, hoy tengo un día regular, y el recuerdo del zoo no me agrada mucho. H. lo pasó bastante bien, y verle fue todo un gustazo. Gracias, pobres bestias, por divertirle. Ya casi no quedan sitios donde podaís vivir como animales, así que igual os tenéis que ir acostumbrando a las estrecheces que adoramos las personas.

jueves, 16 de agosto de 2007

El libro de la selva

En la casa donde hemos pasado las vacaciones había un DVD y unas cuantas películas que delataban la existencia de un niño, porque muchas eran de dibujos. Así tuve la oportunidad de ponerle a H. trozos de El libro de la selva, el clásico de Disney de 1967. No soy especialmente aficionado a las películas de dibujos animados, pero ésta es, a mi juicio, la mejor de las que he visto y también una de mis películas favoritas de todos los tipos.

El libro de la selva es una suave invitación al hedonismo y al laissez faire, una ensoñación hecha con lápiz y papel, que utiliza brillantemente la música para puntear las características de sus extraordinarios y entrañables personajes: el nihilismo negligente de Balú, el sudoroso jazz del genial Rey de los orangutanes, el disparatado espíritu militar del coronel Hattie, el hipnótico soniquete de la serpiente Ka, los acordes violentos del tigre, la ausencia de música que rodea la cordura de Baguira, por no hablar del lirismo de los magníficos créditos. Me encanta el tono relajado y ligeramente hippie, o beat, de la película, muy distinto del cargante tono edulcorado del Disney clásico, y del igualmente cargante tono gamberro de la animación moderna. En fin, una peli para ver muchas veces, y llorar a moco tendido con un final antológico.

Pero me llama mucho la atención de lo distinta que es de la obra que la inspira, The Jungle Book, y The Second Jungle Book (es España, se tituló algo así como El libro de las tierras vírgenes), que tuve la fortuna de leer hace unos años. El original es mucho más serio, Mowgli es un personaje con un rencor tremendo a su especie, con brotes de violencia realmente sorprendentes, y es por descontado un espléndido libro de aventuras, que intercala relatos relacionados siempre con animales, algunos estupendos (como el de las focas). Lo recomiendo como lectura veraniega o invernal, lo que sea. Yo la leí en una larga convalecencia, y quedé eternamente agradecido al señor Kipling.

Nada hay en el libro de la simpatía y el optimismo de la película, pero sí tiene vitalismo y un lirismo y energía contagiosa. De modo que es un placer disfrutar de la película y el libro, que comparten escenario y algunos personajes, pero son dos creaciones totalmente distintas.

lunes, 13 de agosto de 2007

Coche

Uno se cree una persona espiritual, interesado en las profundidades de la existencia, en lo más eterno de las relaciones humanas, un ser que reflexiona sobre la condición del ser humano, la sociedad, el universo… Un tío al que las habituales preocupaciones materiales del vulgo le traen sin cuidado, que no pierde un minuto en saber qué marca de zapatillas en su favorita, o cuál es el último devaneo de la famosa de turno, qué no sabe qué día ponen Gran Hermano, que detesta los obscenos mensajes de la publicidad, que se horroriza de ver el decadente espectáculo de la chusma pegándose en las rebajas o haciendo cola en el Ikea recién abierto.

Y de pronto vas y te compras un coche nuevo y se te caen los palos del sombrajo. Uno, que el único coche que había conducido era un cascajo heredado del hermano mayor, de repente se encuentra deseando encontrar una excusa para conducir, para oler los asientos apenas desgastados, conectar la radio y el aire acondicionado, y escuchar con placer de esteta el suave encendido del motor. Disfruta uno acelerando suavemente para remontar sin problemas la cuesta más exigente, y miras con algo de cachondeillo a las tortuguillas que dejas a tu derecha.

Y hay más, y aún más inconfesable. Encuentras el sentido a la mayoría de los absurdos y deplorables anuncios de coches, que aluden al placer de conducir, a la sensación de independencia, a ser el Rey del castillo, y ¡qué Dios me perdone!, a un sentimiento de poder que no puedo dejar de sentir como erótico.

Quizás por involuntaria resistencia o por mi dejadez habitual, no se me ha contagiado la hiperprotección del coche, y lo llevo guarrete, y tengo arañazos que no me han causado ningún trauma. Pero mi amigo Ford y yo ya somos inseparables, y lo miro con un gusto de galán enamorado, que no sé como A. no se me ha mosqueado todavía.

jueves, 9 de agosto de 2007

Cinéfilo, más que cinéfilo

Dice mi colega N. que él no es cinéfilo, que a él lo que pasa es que le gusta mucho ver películas. Yo le entiendo, porque he pensado muchas veces lo mismo de mí, y alguna vez lo habré dicho por ahí. Es normal: no queremos que nos tomen por esos aburridos y a menudo maniáticos seres que pululan por las filmotecas y cines de V.O.S. y con ciertos críticos para los que solo existen las películas francesas e iraníés. Yo dejé de ir a esos sitios por no aguantar su insufrible presencia y apariencia (bueno, eso, y la familia).

Pero, a ver, seamos serios, amigo N. ¿qué nombre le darías a una persona que ve y disfruta de una película muda danesa, o una japonesa de los años 50? O cinéfilo o freakie. Así que estamos condenados a que nos tachen de eso, de cinéfilos, y que nos metan en el mismo saco de los exquisitos que tanto odiamos. Lo malo es que pensarán que nos creemos mejor que todos porque nos gusten esas películas. Yo aún recuerdo que un compañero me dijo "Bueno, es que yo no soy un intelectual como tú. Yo soy normal", solo porque se me ocurrió decir que a mí sí gustaban las películas de Woody Allen. Mi querida media naranja y mi hermano se asombran, en cambio, porque lo veo todo y me gusta todo.

En fin, yo pasé un rato entretenido viendo el Código da Vinci, pero sigo recordando las perdurables imágenes de la última y espléndida película de Bergman que pasaron por la tele el otro día, aunque no se la recomendaría a nadie, sobre todo, si no ha visto nada de él. Pero es mi vicio secreto (ya no, estoy escribiendo en un blog), y puedo pasar sin hablar por ahí de pelis raras.

martes, 7 de agosto de 2007

Nena

Cuando uno es padre, descubre que los tópicos son verdaderos. Cuando yo le preguntaba a un fututo padre/madre qué sexo deseaba para sus hijos, decía aquello de "Da igual, lo que quiero es que venga bien". Y yo pensaba: "Bah. Otro que no se moja". Luego descubrí que es lo más cierto del mundo.
Pero gusta que te digan qué es. (excepto a mi amigo A., pero es que es especial). Así que eres una nena. ¿Y qué hago yo con una niña? ¿Por dónde se la coge? ¿Las niñas son tan complicadas como las mujeres, esas que dicen una cosa esperando una respuesta, y luego dicen "lo que tu quieras, y otras cosas retorcidas por el estilo?

El caso es que aparecen los miedos. Con H., la cosa empezó en pensar que el mundo que se va a encontrar cuando crezca va a ser muy distinto al que conozo ahora. Espero que sea mejor, y que la degradación social, intelectual y ambiental que se avecina sea solo una comedura de tarro de un padre ya mayor que piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor. Que el agotamiento ineludible de los recursos naturales no provoque los tremendos cambios que me temo, o que éstos sean para mejor.

Y con la nena me sale un miedo absurdo. La veo indefensa. Aunque este no es un mal momento ni lugar para nacer mujer, hay tantos peligros para una chica, tiene que luchar tanto. Y eso que me dedico a una profesión donde "women rules".
Y luego eso de antes, !qué mundo les espera¡. Ay, que viejo que soy, sólo me falta decir eso de "antes, todo esto era campo", y ya soy cabalito cabalito como mi papá.

en fin, me ha quedado un post así como brujuleante, sin un tema ni objetivo concreto, como a mí me gustan. ¿qué pensaís, chicas? ¿Qué se va a encontrar Ana o Ester? ¿Algún consejo?

viernes, 3 de agosto de 2007

El verano de las campanas

Se acabaron las vacaciones. La existencia de H. ha cambiado bastante la manera de ir y de estar de vacaciones. En primer lugar, han sido 15 días, que desde que era pequeño e iba con mis padres a Gandía no estaba tanto tiempo seguido. Siempre hemos optado por minivacaciones de 7 o 10 días. Y luego ha sido el ritmo. A H. el coche le gusta lo mínimo, y una ermita románica o una cadena montañosa no se pueden comparar para él con unas olas, con la arena y un buen tobogán. Así que excursiones, pocas y a los alrededores, y el resto, a dejar pasar el rato.

La experiencia ha sido muy buena. No he sentido esa desagradable urgencia de otras veces por ir a ver no sé qué pueblo; aunque siempre me he considerado un viajero tranquilo, pero tenía el runrún por ahí dentro. Y he disfrutado mucho del niño, de la zona, del ambiente fresco del atardecer cántabro, y he podido hacer cosas que nunca hubiera podido, como comprar el periódico (cada día una “marca” distinta, para que me manipulen menos), y ademas, ¡leerlo!. Y terminar una novela e hincarle el diente a otra ( sí, querida M., intentaré hacer un hueco para un par de crónicas en nuestro Wiki).

En resumen, hacía tanto tiempo que no desconectaba tanto en unas vacaciones. ¿Y la vuelta? Pues regulín, porque el calor de estos parajes donde vivimos es insufrible. Y es que el mar es una cosa muy tremenda, que siempre me deja tocado al volver a esta tierra seca. Yo quiero vivir junto al mar, querida A. ¿Por qué no coges la plaza de Canarias y lo mandamos todo al #%¬&&?

Ah, y lo del verano de las campanas viene a cuento porque ha sido la obsesión de mi peque de esta aventura, desde que las escuchó atronadoras encima de su cabeza en un monasterio de Lerma, camino de Cantabria, y casi se desmaya del susto.