Voy a despedirte y te acompaño hasta el garaje. La plaza es un infierno, hay que hacer muchas maniobras, la salida está en cuesta, y aún no nos hemos hecho al coche nuevo, se cala. Aquí estoy, con el peque en brazos, y te vemos marchar. Jugamos a decir adiós moviendo mucho la mano, para que él nos imite y diga ese "diooooo" que tanta gracia nos hace. Te vuelvo a decir que lleves cuidado, que tienes otro peque en el vientre.
Y allá te vas, la puerta del garaje te devora, Leroy Merlin te reclama, Carrefour vendrá después. Dichosas ofertas, dichosos productos, que te quitan de nuestro lado, que dejan esa puerta del garaje abierta para que entren los fantasmas.
Y entran, sólo un segundo después de que ya no nos veas, y me susurran, y me hablan de la catástrofe, del desastre, de lo largo del viaje, de los coches. Y es una locura, yo sé, pero en el parque con el niño, no estoy ahí, estoy espantando con la mano los dichosos fantasmas, que me reconstruyen el mundo sin ti bruscamente, que me muestran un futuro imperfecto, improbable, en el que estamos solos. No puedes no ser. Ahora comprendo terriblemente bien esos momentos en que me miras y me dices con ojos muy serios y muy tontos que mi hijo me adora, que no me puede pasar nada. Y tu. ¿Y si te vas? Y te llamo al móvil, y estarás conduciendo, estará apagado el sonido, y no lo debes oir, y pasa otra hora. Y la tarde y la luz se hace como acuática, acolchada, y el perro negro sigue merodeando. Y acabaría contigo si pudiera cuando descubro que el dichoso teléfono está en casa, y entonces estoy en el desierto llamando a gritos.
Y al fin vienes, y hablas de atascos, ya todo acaba, todo sigue igual. Maldito seas, Leroy Merlin, Ikea, atractivos pozos de fantasmas y de miedos. ¿Es que no sabéis que las familias viven asediadas por el miedo?