Creo que todos llevamos dentro un duendecillo juguetón que nos susurra conspiraciones contra nosotros. Es el mismo que nos dice que somos muy desafortunados y que todo está en nuestra contra. Nos advierte de que los que nos rodean conjuran contra nuestra fortuna y nos hace el centro de complicadas tramas urdidas para atentar contra nuestros intereses. Hay que escucharle y reirte de él y de las cosas que se le ocurren, y luego analizar con frialdad los hechos y juzgarlos como corresponde. Si le haces caso te convierte en un bicho receloso y esquivo, casi siempre pesado; a veces solamente te convierte en un llorón y otras veces te vuelve, ironías de la vida, conspirador.
Os voy a contar la última que me ha jugado el muy bribón. Desde que me he mudado, los días que salgo tarde vuelvo a casa en RENFE. Cuando vengo por la mañana a trabajar, prontito, me puedo sentar tranquilamente en uno de esos enormes trenes de dos pisos. Pero cuando vuelvo a casa, ¡ay!, todos los trenes son de una planta, y me toca pegarme literalmente, por un hueco. Esto se debe sin duda a que por la mañana la hora punta es relativamente corta y muy poco escalonada, y en cambio las vueltas son más espaciadas en el tiempo y la hora punta se dilata, por lo que no hay trenes de dos plantas que cubran todo el horario. O que no es efectivo poner trenes tan grandes a esa hora, porque en realidad la hora punta de verdad es más pronto o más tarde y cuando yo vuelvo no hay tanta gente como a mí me parece. Yo qué se. Seguro que tiene una explicación razonable.
Pero he aquí lo que opina el duendecillo de las conspiraciones:
"Claro, para venir a trabajar todo son facilidades. Te lo ponen muy fácil para que vengas con seguridad y tranquilo al trabajo. Pero para volver a casa, ¡a quién coño le importa. Te las apañas con estos trenes enanos que los otros son muy caros para tenerlos todo el día por ahí. Si quieres llegar a casa relajado y bien peinado, que te den por culo. Ya has trabajado, por nosotros como si tiras a la vía. Seguro que los trenes que van hacia el Norte sí son de de dos plazas. A los inmigrantes de Vallecas y Entrevías no les importa volver a casa empaquetados como animales de carga".
Perdonad el lenguaje, pero es que los duendecillos de las conspiraciones suelen ser muy mal hablados. Yo os trascribo lo que él me susurra. Yo me parto con él.
miércoles, 26 de diciembre de 2007
jueves, 20 de diciembre de 2007
Blues de un barrio nuevo (I): Todo vale
Una característica inesperada de vivir en un barrio nuevo en las afueras es la transgresión rutinaria y cotidiana de las normas de vida social antes sagradas. Parece que el vacío, los fantasmales edificios en construcción, la ausencia de tráfico, invita al olvido de las costumbres y de las leyes.
Todo empieza con el tráfico. El encargado de ordenar el tráfico decidió que en este barrio no se puede girar a la izquierda y prohibió todos los giros en este sentido. Además, plantó las calles de stops que en este momento no tienen ninguna utilidad. De modo que, al principio con cautela, y luego sin miramientos, coger el coche e ir a comprar el pan significa romper 4 o 5 reglas de tráfico que antes eran impensables.
Luego fue la basura. No teníamos cubos. Por supuesto, no había (no hay) contenedores de vidrio y papel. Y tienes basura poco frecuente. Este escombrito.. ¿a dónde va? Así que todo junto. Tantos años de exquisitez de biológico/envase/cartón, etc..., arruinado en unos pocos días. Ahora que ya tenemos cubo amarillo, no sé, cuesta volver a la rigidez antigua.
Y después, otras costumbres extrañas: salir con zapatillas a tirar la basura, dejar una enorme caja de cartón enfrente del portal, colarte en el metro. La gente deja cosas por el medio, no cierra la puerta de casa, el portal no se cierra nunca, la puerta del garaje ha estado abierta una semana. No sé, es una especie de territorio sin ley, una zona muerta, una tierra de nadie, un romance fronterizo. Cuando me enteré de que habían atracado el Ikea a punta de pistola en plena hora punta, casi no me extrañó: es normal, da igual, aquí puede pasar de todo, la civilización aún se despereza entre los eriales por construir.
Pero lo que me ha llevado a escribir este post fue lo que pasó anoche. Os juro que ayer, sin dudarlo un instante, sin importarme el frío, la decencia o la convivencia, bajé a tirar la basura (con daltonismo agudo a la hora de elegir el color del cubo, por supuesto) con el albornoz de salir de la ducha, como un exhibicionista, enseñando las canillas y lo que el viento del norte y el azar dispusieran. Chúpate esa, Marilyn.
Todo empieza con el tráfico. El encargado de ordenar el tráfico decidió que en este barrio no se puede girar a la izquierda y prohibió todos los giros en este sentido. Además, plantó las calles de stops que en este momento no tienen ninguna utilidad. De modo que, al principio con cautela, y luego sin miramientos, coger el coche e ir a comprar el pan significa romper 4 o 5 reglas de tráfico que antes eran impensables.
Luego fue la basura. No teníamos cubos. Por supuesto, no había (no hay) contenedores de vidrio y papel. Y tienes basura poco frecuente. Este escombrito.. ¿a dónde va? Así que todo junto. Tantos años de exquisitez de biológico/envase/cartón, etc..., arruinado en unos pocos días. Ahora que ya tenemos cubo amarillo, no sé, cuesta volver a la rigidez antigua.
Y después, otras costumbres extrañas: salir con zapatillas a tirar la basura, dejar una enorme caja de cartón enfrente del portal, colarte en el metro. La gente deja cosas por el medio, no cierra la puerta de casa, el portal no se cierra nunca, la puerta del garaje ha estado abierta una semana. No sé, es una especie de territorio sin ley, una zona muerta, una tierra de nadie, un romance fronterizo. Cuando me enteré de que habían atracado el Ikea a punta de pistola en plena hora punta, casi no me extrañó: es normal, da igual, aquí puede pasar de todo, la civilización aún se despereza entre los eriales por construir.
Pero lo que me ha llevado a escribir este post fue lo que pasó anoche. Os juro que ayer, sin dudarlo un instante, sin importarme el frío, la decencia o la convivencia, bajé a tirar la basura (con daltonismo agudo a la hora de elegir el color del cubo, por supuesto) con el albornoz de salir de la ducha, como un exhibicionista, enseñando las canillas y lo que el viento del norte y el azar dispusieran. Chúpate esa, Marilyn.
martes, 11 de diciembre de 2007
La vida muerde
El pasado viernes me contaron una historia de las que te dejan marca. Lo pude palpar con mis ojos. Fue un recuerdo de que la vida se vuelve tortuosa e inexplicable en ocasiones. Mi propia vida ha sido (está siendo) un camino limpio, recto, quizá previsible, y deseo que siga así. Pero cuando escuché esta historia, cuando supe de estas vidas, después de un estúpido brote de hilaridad nerviosa, quedé deslumbrado por lo sinuoso de los acontecimientos. No fue hasta mucho tiempo más tarde, cuando me di cuenta de que lo que en verdad me habían contado era una historia de dolor. De dolor y de consuelo, de golpes inesperados, de deseo de volver a levantarse, de cicatrices indelebles.
La vida muerde. Lanza dentelladas de perro rabioso. Vivir duele. Hay quien sucumbe, hay quien se lame las heridas, y luego están estas personas que devuelven los mordiscos, que se levantan, sin fuerzas, que recomponen los pedazos, y que siguen sacando el néctar delicioso de los buenos momentos. Hay a quienes los golpes les tumban, y entonces piensan desde el suelo que hace una mañana preciosa. Hay a quienes la sangre de las heridas se les vuelven rosas fragantes. Y hay quienes no tienen miedo, quienen se lanzan a donde sus sentimientos les conducen, aún a sabiendas de que pueden salir dañados.
La vida muerde. Lanza dentelladas de perro rabioso. Vivir duele. Hay quien sucumbe, hay quien se lame las heridas, y luego están estas personas que devuelven los mordiscos, que se levantan, sin fuerzas, que recomponen los pedazos, y que siguen sacando el néctar delicioso de los buenos momentos. Hay a quienes los golpes les tumban, y entonces piensan desde el suelo que hace una mañana preciosa. Hay a quienes la sangre de las heridas se les vuelven rosas fragantes. Y hay quienes no tienen miedo, quienen se lanzan a donde sus sentimientos les conducen, aún a sabiendas de que pueden salir dañados.
miércoles, 5 de diciembre de 2007
Amanece
Perdonad que insista. Pero es que me pasa que parece que estoy descubriendo las cosas evidentes que nos rodean y que, viviendo en la jungla de asfalto, en el huracán de los días, me pasaban desapercibidos. Hoy venía con el pequeño H. en el autobús, y de repente ha dicho "Sol". Y es que estaba amaneciendo. ¡Y se veía el sol, diminuto, de contornos precisos, ardiendo, una joya nuclear surgiendo desde lo más profundo!. Y eso pasa al lado de mi casa, en una sobrehabitada ciudad del siglo XXI. Ha sido todo un espectáculo. He hecho un esfuerzo y lo he seguido mirando aunque doliera la vista.
Hoy he llevado a mi chico al cole. Le ha costado despertarse, le he tenido que levantar las persianas, acariciar la mejilla, hasta que poco a poco ha ido despertando. El último par de días cuando él se ha despertado, yo ya me había ido al trabajo hace rato, y llamaba "Papá" sin respuesta. (Pobre mamá, ¿qué va a pensar?). Hoy se ha despertado, anunciando mal humor (¿a quién le gusta que le despierten? Pero me ha visto, y poco a poco ha asomado una sonrisa. Y se veían sus dientecillos diminutos, de contornos precisos, ardiendo, surgiendo desde lo más profundo. He contemplado esa sonrisa, sincera, manteniendo la vista, aunque duela. Como el Sol.
Hoy he tenido suerte. Ha sido un buen día. El Sol ha amanecido dos veces para mí.
Hoy he llevado a mi chico al cole. Le ha costado despertarse, le he tenido que levantar las persianas, acariciar la mejilla, hasta que poco a poco ha ido despertando. El último par de días cuando él se ha despertado, yo ya me había ido al trabajo hace rato, y llamaba "Papá" sin respuesta. (Pobre mamá, ¿qué va a pensar?). Hoy se ha despertado, anunciando mal humor (¿a quién le gusta que le despierten? Pero me ha visto, y poco a poco ha asomado una sonrisa. Y se veían sus dientecillos diminutos, de contornos precisos, ardiendo, surgiendo desde lo más profundo. He contemplado esa sonrisa, sincera, manteniendo la vista, aunque duela. Como el Sol.
Hoy he tenido suerte. Ha sido un buen día. El Sol ha amanecido dos veces para mí.
martes, 4 de diciembre de 2007
El bosque petrificado
Delante de mi casa se extiende una zona muy amplia despejada, donde hay un gran parque pelado. Cuando salgo por la mañana, prontito, en estos amaneceres fríos, me sorprendo al vivir en Madrid y gozar de horizonte, eso de que los habitantes de grandes ciudades no suelen disfrutar. Lo abandonado del lugar, lo fantasmal de los edificios esqueléticos en construcción, la noche agonizante, y el clima me producen delirios estéticos en mi camino hacia el metro.
Ayer fue una espesísima niebla que no permitía vislumbrar nada más allá de 5 0 6 metros. Es lo que yo llamo niebla metafísica. Porque estar en una densa sopa donde no se ve a dónde vas o de dónde vienes, donde ves las siluetas de las cosas o de las personas, no me diréis que no es fácil ver las connotaciones simbólicas y metafísicas que encierra.
Hoy ha sido una escarcha paralizante que cristalizaba las hojas y ramas del suelo, y ha dejado petrificados los desnudos y raquíticos árboles del camino. Un bosque de acero, una ciudad helada e infinitamente dormida.
Ayer fue una espesísima niebla que no permitía vislumbrar nada más allá de 5 0 6 metros. Es lo que yo llamo niebla metafísica. Porque estar en una densa sopa donde no se ve a dónde vas o de dónde vienes, donde ves las siluetas de las cosas o de las personas, no me diréis que no es fácil ver las connotaciones simbólicas y metafísicas que encierra.
Hoy ha sido una escarcha paralizante que cristalizaba las hojas y ramas del suelo, y ha dejado petrificados los desnudos y raquíticos árboles del camino. Un bosque de acero, una ciudad helada e infinitamente dormida.
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