Mi tío Luis, Flojeras, era alto, reseco, con las orejas enormes, muy feo. Yo le recuerdo siempre temblando. No me gustaba mucho que viniera a casa o ir de visita a la suya, porque decía chistes verdes que no entendía y usaba muchas palabrotas. Además, mis padres, otros tíos, hablaban muy mal de él. Bebía mucho, y les amargaba la vida a su mujer y a su hija. Si preguntabas en qué trabajaba, siempre salía la palabra chapuzas, y chapucero, lo que quería decir que se empleaba en reformas y obras, pero siempre sin declarar, bajo cuerda. Eso era ser chapucero. Fue esa una de las muchas razones de que se llevara fatal con su cuñado, mi padre.
Era un hijo de su tiempo, un español criado en la postguerra rural extremeña, azuzado por el hambre y la miseria, una orfandad temprana, obligado a la picaresca, echado demasiado pronto a una vida cruel y despiadada. Tenía esa mezcla tan ibérica de los hombres de la época de bravura y envalentonamiento opuesto el servilismo al señorito y la cobardía y miedo a perder lo poco que se tiene. En ese punto entra el vino, la cruz de los hombres de ese mundo primitivo y tosco, que se llevó por delante a unos cuantos de mis parientes. Un vino barato y malo, un vino de hartazgo y miseria. Por su abuso, mi tío, que era en resumen un hombre insignificante y con un punto de patetismo, pero que había sobrevivido a unos años durísimos de forma más o menos decente, se convertía en una especie de pequeño demonio desagradable y un tanto perverso.
A mí me gustaban sus historias del campo y de cuando hizo la mili en el Rif, que contaba con mucha gracia. Este mes de agosto pasado, un cáncer fugaz acabó con su vida. Vivió para ver dos nietos, y su única hija, a la que hizo la vida imposible en buena parte de su adolescencia, le cuidó en su rápida y fulminante decadencia. A veces la muerte tiene ese lado de sacrificio, de redención, que cura las heridas. Su muerte y su entierro me pillaron lejos, de vacaciones. Algo reciente me le ha traido a la memoria y me ha salido este texto; que sirva despedida y que descanse en paz.
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4 comentarios:
Flojeras es un nombre que habla ya del destino de tu tío Luis, queda la impresión de ser uno más de los que no aguantó el flujo de la vida, que si siempre es dura (crecemos, envejecemos, nos morimos), en su caso pudo serlo mucho más.
Es curioso, además, la dureza de juicio que se ejerce contra aquellos que no aguantan y se lanzan a algunos de los falsos paraísos...
Parece que nadie se hubiese sentido vencido, hundido, desbordado. Parece que todos somos unos triunfadores. Pienso que en realidad esa mala consideración de los huídos es una forma de resistirse a la derrota que lame nuestras huellas. Porque sólo es un perdedor aquel que así se siente ¿o no?
Por desgracia en mi vida he compartido destino con algunos Flojeras, este juicio es muy suave. Todos, en algun momento nos hemos sentido vencidos y si algo he aprendido de estos Flojeras, es que la respuesta está en uno mismo, no en el alcohol, drogas, en el más cercano..., que a la postre siempre carga con la mierda del Flojeras.
No quería sembrar la polémica. Sólo era un recuerdo de una persona relacionado con una generación que conozco y que me interesa mucho particularmente, del que ya escribí algo hace tiempo.
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