A mí no sé qué me pasa últimamente, que me voy de vacaciones por tandas. El último que se va es el cuerpo, pero unos días antes se va el espíritu, y unas semanas antes, los que
se piran son los sentidos. Cuando voy a ir al mar, al fin el mar, (dice mi astróloga particular Alejandrappel que es muy habitual entre los nacidos en mi signo una especial relación con el mar), lo que me ocurre es que unas semanas antes mis sentidos ya están como recreando lo que sentirán próximamente. El oído parece escuchar por las noches el ruido de las olas, la vista parece que aprecia calima en el horizonte, a veces viene un salor salado al paladar, la calidad de la brisa se hace como pegajosa y azul, pero el que más fuerte pisa es el olfato.
Yo me tiro días oliendo a sal, a esa esencia como ancestral y penetrante del mar, huelo a cremas
para el sol... Pero lo del otro día fue un expediente X. Lo que me salió fue un moco marino, ya sabéis, como esos mocos que salen después de un baño en el mar, en el que devuelves el agua y la sal que te ha entrado. No voy a decir que el moco sabía a sal, porque no lo probé, pero sí que me dejó un regustillo sabrosón en el paladar.
Bueno, yo me uniré a mis sentidos y a mi espíritu en la Costa Daurada esa mañanita viernes. Los que os quedáis por aquí, llevarlo con dignidad, y a los que ya no os veo hasta dentro de mucho,
que disfrutéis como enanos. Un besazo.
jueves, 31 de julio de 2008
miércoles, 9 de julio de 2008
El afilador, la pesetera y la frixia
Ayer cuando fui a buscar a Héctor vi un afilador en la calle. A la sombrita, con su bicicleta con motor, un maletín abierto con sus limas. El hombre, mayor pero en buena forma, estaba dale que te pego sacándole el alma a un cuchillo. Una chiquilla estaba en el suelo, conversando con él; la niña llevaba uniforme de colegio y tenía el pelo largo, lo que le daba cierto aire antiguo. Fue como ver una foto en blanco y negro, en pleno barrio de Retiro. En mi barrio venía el afilador, con una moto, y tocaba con una armónica una melodía de esas que ya se te quedan en la cabeza para siempre.
Esa misma tarde, para ir desde el taller hasta la casa de mis padres, cogí el autobús 139, que hace el recorrido que antes hacía otro de los iconos de mi infancia, la pesetera. Era una camioneta en el sentido postguerra de la palabra, ya era una reliquia cuando yo era chiquitín, de color azul cielo, muy ancha, con un carraspeo en el motor muy característico, que también es otro de esos sonidos de la infancia. Tenía una palanca de cambios larguísima que acababa en una especie de caja enorme forrada de un papel pintado de colores. Otra de sus entrañables características era que las paradas no estaban señalizadas por ningún cartel, con lo que si no eras del barrio no tenías ni idea de dónde paraba ni de que existiera. Por no tener, no tenía ni número, ni nombre. Era la pesetera y punto.
Para terminar el viaje en el tiempo, tomé un tazón enorme de café con leche, de los que sólo mi madre pone, y que sabe riquísimo. Hablando de no se qué de la leche, mi madre recordó que nosotros siempre tomábamos frixia concentrada, que venía en unos extraños botes de plástico, y que había que hacer mezclándola con 3 partes de agua y removiendo después. Daba un poco de miedo, porque mi madre nos advertía de que no se podía tomar directamente, porque te ponías muy malito. Pero ese bote extraño patiforme es otro de los símbolos de la infancia perdida.
De nuevo otro viaje a mi antiguo barrio resulta en una vuelta a la infancia a través de los sentidos más básicos: sonidos, olores, símbolos.
Esa misma tarde, para ir desde el taller hasta la casa de mis padres, cogí el autobús 139, que hace el recorrido que antes hacía otro de los iconos de mi infancia, la pesetera. Era una camioneta en el sentido postguerra de la palabra, ya era una reliquia cuando yo era chiquitín, de color azul cielo, muy ancha, con un carraspeo en el motor muy característico, que también es otro de esos sonidos de la infancia. Tenía una palanca de cambios larguísima que acababa en una especie de caja enorme forrada de un papel pintado de colores. Otra de sus entrañables características era que las paradas no estaban señalizadas por ningún cartel, con lo que si no eras del barrio no tenías ni idea de dónde paraba ni de que existiera. Por no tener, no tenía ni número, ni nombre. Era la pesetera y punto.
Para terminar el viaje en el tiempo, tomé un tazón enorme de café con leche, de los que sólo mi madre pone, y que sabe riquísimo. Hablando de no se qué de la leche, mi madre recordó que nosotros siempre tomábamos frixia concentrada, que venía en unos extraños botes de plástico, y que había que hacer mezclándola con 3 partes de agua y removiendo después. Daba un poco de miedo, porque mi madre nos advertía de que no se podía tomar directamente, porque te ponías muy malito. Pero ese bote extraño patiforme es otro de los símbolos de la infancia perdida.
De nuevo otro viaje a mi antiguo barrio resulta en una vuelta a la infancia a través de los sentidos más básicos: sonidos, olores, símbolos.
jueves, 3 de julio de 2008
Millones de ejemplares
Hoy he visto dos portadas de dos de esos diarios gratuitos en los que se jactaban con grandes numerazos de los millones de ejemplares que distribuyen. ¡El más leído!, ¡Seguimos creciendo!. Pero vamos a ver, me pregunto yo. ¿Dónde está el mérito de distribuir más ejemplares o ser el más leído si el periódico es gratuito? Queridos señores gratuitos: no me sean fantasmas, si me toca el bote del euromillón, lo invierto todo en editar una mierda pinchada un palo gratuita y les gano en número de ejemplares.
Y respecto a lo de más leído. ¿Cómo se suponen que obtienen el dato? ¿Es que hay alguien que me sigue cuando me dan un periódico, a ver si me lo leo o lo uso para hacer piraguas? ¿Es que de verdad piensan que los recolectores de diarios gratuitos ejercen el libre y democrático derecho de seleccionar entre varios productos? ¿Es que no se paran a pensar que si te dan gratis un salero sin agujeros vas y lo coges? Si es gratis.
En fin, lo que hay que ver. Que paséis un buen día y disfrutad del solecito que es gratis.
Y respecto a lo de más leído. ¿Cómo se suponen que obtienen el dato? ¿Es que hay alguien que me sigue cuando me dan un periódico, a ver si me lo leo o lo uso para hacer piraguas? ¿Es que de verdad piensan que los recolectores de diarios gratuitos ejercen el libre y democrático derecho de seleccionar entre varios productos? ¿Es que no se paran a pensar que si te dan gratis un salero sin agujeros vas y lo coges? Si es gratis.
En fin, lo que hay que ver. Que paséis un buen día y disfrutad del solecito que es gratis.
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