Cuando tengo la oportunidad de pasear en solitario por el barrio de mi infancia, la melancolía entra al asalto. Los recuerdos de la infancia suelen concretarse en sensaciones más que en la reconstrucción de un hecho u otro. Sensaciones físicas con reflejos emocionales. Por eso el vértigo es más grande cuando con mis ojos de adulto constato la decadencia imparable, que raya en la decrepitud, en que viven las calles donde pasé mis primeros años.
Mi barrio está viejo. Los bloques, desordenados, como se construían allá en los ensanches de los 70, parecen pequeños. En los descampados, que aún sigue habiendo bastantes, donde yo jugaba al balón hoy crecen hierbas que nuestros pies no hubieran dejado nunca crecer. En mi antiguo barrio hay muchísimos más coches que cuando yo vivía allí, pero no hay niños. O al menos no están en la calle. El cole donde iban algunos de mis amigos ya no ejerce, pero los edificios continúan aún, con cristales rotos, y en las rajas del cemento de los patios, crecen unas hierbas insolentes que añaden aún más abandono.
Pero lo que más me impresiona son las tiendas cerradas. Lo que fueron pequeños establecimientos de ultramarinos, papelerías, tiendas de ropa, hoy están cerradas o son locutorios. Mi infancia ajetreada y tumultuosa está ahí, alrededor de esas tiendas y puestecillos de chucherías. Pero lo que más me impresionó ayer fue la plaza.
La plaza estaba oculta entre un grupo de edificios. Era un lugar de reunión de fin de semana. Tenía dos bares, y la parroquia se sacaba las bebidas fuera cuando hacía buen tiempo. También había una tienda de reparaciones de calzado, una droguería, el primer videoclub. Los chicos merodeábamos por allí a menudo, y cuando fuimos un poco más mayores, íbamos al bar, a jugar a las máquinas. Hoy no hay nada, es espeluznante. ¿Ya eran así de viejos y pequeños los edificios en esos años? El barrio se encoge como un anciano acechado por una enfermedad lenta. Parece que espera que todos se vayan para que una apisonadora enorme se lo lleve todo y un nuevo barrio venga a ocupar su lugar.
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1 comentario:
Bienvenido a Villa Nostalgia, Estás donde estamos todos: soñando con un futuro que no sea canibal y llorando por nuestro pasado omnívoro. Pero so nuestros ojos los que ya no comen de todo.
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