Detesto las crisis económicas. Cuando no era funcionario, porque peligraba el puesto de trabajo, y ahora que lo soy, porque me siento un poco culpable de esta red de seguridad, que nos permite seguir desarrolando este trabajo económicamente irrelevante al que me dedico. El trabajo de funcionario central está mal pagado, no es muy gratificante, tiene mala imagen y todo eso de que nos quejamos tanto mientras tomamos café, pero se nos olvida que pagándonos el café está un señor que gana lo justo y que vive con una espada invisible que le puede caer y hacer mucho daño. Con lo cual vive como puede, y no le queda ni el beneplácito de la queja confortable que tenemos nosotros. O si no, mirad lo que dice una nueva bloguera amiga mía.
Cada nueva crisis es especial y distinta y se puede contemplar desde puntos de vista muy lejanos al económico. Dejadme que desvaríe:
Economía humana. Hace mil años hice un curso de macroeconomía, muy interesante, de verdad. Allí nos explicaron algo que me dejó perplejo. Una de las variables más importante que definía el devenir de un país eran las expectativas, es decir, lo que la gente de la calle pensara de si las cosas iban mal o bien. Es ese sentimiento, informado o aleatorio, consciente o inconsciente, el que hace tambalear los cimientos de la economía. ¿Cómo si no se explica que un no se qué subprime de no sé qué cosa rara que hacen en las hipotecas de EEUU haya tumbado en tiempo record el sector de la construción español? Lo que pasa es que llevamos tanto tiempo diciendo que esto tiene que parar que el insconciente colectivo ha dicho: "ah, esto que ponen en la tele de las subprimas debe ser la hostia de malo". Y de repente todos nos hemos dado cuenta de que no podemos pagar los precios que nos piden por las casas, y los bancos han caído en la cuenta de que, además de pagar letras, nos tiene que sobrar algo de dinero para vivir.
Economía racional. Esta puñetera crisis que se va extendiendo por todos los sectores puede que tenga algo bueno: que la locura colectiva que nos hace ver como normal que los pisos cuesten 70 millones (una ganga), que nos hipotequemos hasta las cejas hasta 2 generaciones, y, sobre todo, que hasta el más tonto y humilde trabajador sueñe con comprar y vender pisos, que todo eso se cure y que empecemos otra vez a considerar todos un poco el concepto originario de "casa": sitio donde vivir, donde ser uno mismo, donde desarrollar ese lado íntimo que solo existe ahí, un lugar donde fundar una familia, una dinastía, y no un bien que gana con el tiempo y del que puedo sacar n veces su valor en tiempo record, e irme a otro piso, etc.... Que por fin dejemos de ver carteles y de oír a tu amigo de toda la vida decir que es una inversión. Una casa no es una maldita inversión, es un sitio para existir y cobijarse cuando hace mal tiempo. Coño
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4 comentarios:
Hola, Ricardo. Con tu permiso, he asaltado tu diario (como bien predije hace unos minutos en mi blog). Mi pareja y yo nos compramos un piso para tener un hogar y hacerlo nuestro. Estamos pagando el pato de los que se pasaron especulando. Y sólo espero que la cosa no se ponga peor de lo que ya está, porque entonces no me salvará ni el ser funcionaria.
Hola guapis,
qué coincidencia. Me acaba de llamar una amiga mía un-poco-más-que-mileurista contándome que busca piso en Madrid y que por menos de 700 no hay nada ya. Que en dos meses han subido 100 euros. Y estamos hablando de la casa de la Nancy no de una cojo-casa.
Brrr, qué dificicultoso resulta todo.
Si sabéis de alguna casuchilla barata...
Lo de la casa, es una historia y un poema. Yo ahora tengo, aunque me queda mucho para pagarla. Nada de una inversión, es la inversión de los malos inversores, que no saben hacer otra cosa que ahorrar a la manera decimonónica (¿que es si no comprar casa com inversión?. Somos todos rehenes de nuestra hipoteca, que supuestamente nos obliga a no revelarnos.... ¿O sí?
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