El funcionamiento de la memoria es fascinante. Va completamente por libre, decide lo que conserva y lo que borra a su antojo. Ojalá pudiéramos decidir lo que queremos guardar y lo que no: quién no se ha lamentado de aquel interesantísimo artículo sobre algún tema, después de su lectura considerarse un experto en la materia, para unas semanas después no recordar absolutamente nada y volver a ser tan ignorante como antes. Y en cambio, algún dato absurdo persiste en la cabeza rondando. Pero la parte más extraña y maravillosa es la memoria sensorial y afectiva, esa que no recuerda exactamente un hecho concreto, sino miles de ellos, que condensa años de vida y sensaciones en un solo estremecimiento.
El desencadenante, como aquella magdalena de Proust ya tan famosa, es un objeto o suceso aparentemente sin importancia, que despierta un mago dormido en las cavernas sensoriales de la cabeza, y que está ligado íntimamente a lugares tan profundos de nuestro yo, que se escuchan removerse allá abajo oscuridades que tocan espacios tan íntimos que aún no tienen nombre. La memoria es un desierto polvoriento, y un ligero batir de alas levanta un torbellino que nos deja varios días pasmado, viviendo entre hoy y ayer, oliendo de nuevo rosas que marchitaron hace mucho tiempo.
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1 comentario:
Si, la memoria es como un batir de alas, pero en mi caso debe ser de mosca o mosquito.
Te has puesto realmente lírico para comentar algo que me asusta bastante, la ausencia o pérdida de memoria. El olvido, que me asusta mucho a pesar del libro "La farmacia del olvido" (que por cierto no he terminado), en ql que se señala que sin olvido es imposible vivir.
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