Hace un par de años Koldo, un tipo realmente especial, al que no he vuelto a ver desde aquel día, me regaló un disco triple de Tom Waits. Solía regalar música, era una de sus curiosidades. Yo tenía algún disco de Tom Waits, otro tipo extraño, con una manera muy personal de cantar y una música cuanto menos, inusual. Confieso que apenas lo he escuchado, porque es difícil encontrar el momento, no es un músico fácil, de esos de ir tarareando.
La semana pasada fue horrible, mi familia decidió ponerse enferma por turnos, dormí poco y mal, mucho trabajo. Para rematar la faena, me tocó llevar a la nena a urgencias a eso de las 2 de la mañana, después de escucharla llorar desde un par de horas. Tenía un cólico. Cuando la cogí y la llevé al coche estaba diría casi enfadado. Súbitamente, antes de salir, rescaté uno de los discos de Tom Waits, siguiendo una intuición inoportuna e irracional. ¿Quién, racionalmente, se pararía un segundo a pensar en qué música escuchará en el trayecto? Yo no, pero el instinto alargó la mano.
Fue una revelación, se trazó al fin la línea que une la última vez que vi a Koldo y el cólico nocturno en una amarga semana dos años después. Madrid estaba interesante ese jueves a las tantas. Escaso tráfico, una brisa agradable, el momentáneo espejismo de ciudad vivible y humana. Ese es el momento de escuchar a Tom. Cobran sentido sus letras de borrachín, ese humo de cabaret que sale de las canciones, ese acordeón portuario, ese ruido como de bar de bajos fondos, esa ronquera de tabaco malo y anís barato.
Llegué al hospital calmado y sintiendo de nuevo piedad por la pequeña. Ana llegó despierta, enferma, pero tranquila. A la vuelta, con un Nolotil reptando por su cuerpecito, medio dormida. Yo conduje tranquilo, con sueño, pero en paz, hasta diría disfrutando del momento. Gracias, Tom. Gracias Koldo, donde quiera que estés.
domingo, 21 de junio de 2009
miércoles, 3 de junio de 2009
Rasca y Pica
Primero, Tom y Jerry. Hoy, la Hormiga Atómica. Esa cosa boba y narcisista que tenemos los padres de hacer ver a los hijos productos quizá caducados, porque fueron las que vimos en nuestra infancia, y nos gustaban. Y porque son mucho mejores que los que veis vosotros, niños de hoy. Eso parece que les decimos. Pero en fin.
La perspectiva cambia, claro. Parece mentira que me gustara el Equipo A y el Coche Fantástico. Pero con los dibujos, que están más entroncados con esa parte misteriosamente imborrable que es la primera infancia, es como la memoria ROM o algo así, nos siguen tocando esa fibra. Son recuerdos compuestos de sentidos y sentimientos.
Pero hoy viendo esos dibujos con cara de padre, vaya, me vienen preguntas: ¿Sabéis que se están todo el día persiguiendo y dándose tortazos? Bueno, eso vale, no van a ser todo estomagantes demostraciones de buenos sentimientos. Pero es que salen revólveres, escopetas, cañones, tanques, trampas, flechas, dardos, explosivos. Es un arsenal el que se disparan sin ningún miramiento.
A Héctor le hacen gracia los trompazos, por supuesto, pero a mí no me hacen gracias las ideas perversas y su escalofriante armamento. Naturalmente, debo estar exagerando.
La perspectiva cambia, claro. Parece mentira que me gustara el Equipo A y el Coche Fantástico. Pero con los dibujos, que están más entroncados con esa parte misteriosamente imborrable que es la primera infancia, es como la memoria ROM o algo así, nos siguen tocando esa fibra. Son recuerdos compuestos de sentidos y sentimientos.
Pero hoy viendo esos dibujos con cara de padre, vaya, me vienen preguntas: ¿Sabéis que se están todo el día persiguiendo y dándose tortazos? Bueno, eso vale, no van a ser todo estomagantes demostraciones de buenos sentimientos. Pero es que salen revólveres, escopetas, cañones, tanques, trampas, flechas, dardos, explosivos. Es un arsenal el que se disparan sin ningún miramiento.
A Héctor le hacen gracia los trompazos, por supuesto, pero a mí no me hacen gracias las ideas perversas y su escalofriante armamento. Naturalmente, debo estar exagerando.
Me acuso, soy culpable
Soy culpable de esperar siempre. Soy culpable de buscar una disculpa. Soy culpable de pereza incurable. Soy culpable de dejar pasar el tiempo. Soy culpable de indecisión permanente e intratable. Yo me acuso de esperar mejor momento. Soy culpable de no verlo claro. Yo me acuso de espectador. Me acuso del desorden, del caos, de los parches. Me acuso a veces de suficiencia y otras de debilidad. Me acuso de fiarme, de confiarme. Me acuso de despiste como forma de vida. Me acuso de acusarme demasiado. Me acuso de conformista, o de rebelde embarrado y sin piernas. Me acuso de sueño. Soy totalmente culpable del delito de ceguera. Soy culpable de envidia, aunque sana. Me temo que no me libro del pecado de la poca voluntad. Me acuso de cambiante, de tembloroso, de suelo pantanoso. Acusica. Creo que incluso me acuso de escribir esto con el fin de suplicar vuestra benevolencia, creo que hago esto con el secreto anhelo del halago.
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