En el anhelo humano constante y continuo de la búsqueda de la felicidad, a menudo nos olvidamos del aspecto tan subjetivo que tiene. Lo que voy a contaros aquí es una visión personal de la felicidad, que creo que es una construcción mental, basada en unos pocos hechos objetivos. Esa construcción mental está determinada por un sistema personal o heredado de valores, pero también por un ejercicio consciente de auto-conocimiento y de reflexión.
A lo que voy, la apreciación de la felicidad, fuera de unos mínimos obvios universales (de salud, de libertad, de recursos), se debe en mi opinión a una capacidad personal de apreciarla y de asirla. He visto demasiado a menudo a personas destinadas a ser infelices una gran parte de su tiempo, como he conocido a otras predispuestas a la fantasía y a la sonrisa. En muchos casos creo que la felicidad no es un estado, es una actitud.
La insatisfacción, esa que nos persigue a los humanos, a todos, viene muchas veces por una percepción errónea de la felicidad como un estado continuo e inalterable de esa especie de bienestar ordenado que parece ser. En mi opinión, en cambio, la felicidad es un estado intermitente de momentos, que dura lo que un caramelo, lo que dura un atardecer, lo que dura un paseo, o un beso, o un rayo de sol. Este post está escrito mentalmente hace un par de meses. En ese momento, dejo a Amalia y a los chicos en un parque a las afueras de un pequeño pueblo de las afueras de Madrid. Me alejo a buscar el coche, y mientras percibo el calor agradable del mediodía, ese calor de octubre que acaricia y en el que se pueden distinguir un rayo del siguiente, se levanta una brisa de olor de encina; atrás quedan las risas y las carreras porque la brisa al fin acaba de levantar la humildísima cometa. Ese momento de simple y llana felicidad, que es siempre un punto absurda e ingenua, se me queda grabado en algún sitio innombrable del cerebro. Ya forma parte del diccionario de neuronas, y de allí en adelante cuando quiero acordarme de lo que es la felicidad vuelvo a caminar en dirección al pueblo, que duerme tranquilo la siesta.
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2 comentarios:
O el ruidos de los grandes cantos rodados (chinos en malagueño) arrastrados por el mar un día del final de verano, nubladillo y barruntando el invierno, o el ruido de las hojas secas al pisarlas o la alegría del verano por delante, inmenso y radiante aunque sea sólo para para soñar.
Cosas que no tendremos cuando estemos muertos.
Como siempre quizá el lenguaje se nos queda corto para distinguir esos momentos de felicidad intensa como el que describes (y el que apunta Marina) y la otra; la que dices, y estoy contigo, que es cuestión de actitud. La que te permite mirar atrás y decir, "en aquel tiempo fui feliz" (al margen de las trampas de la memoria).
Por cierto, Julián Marías decía que la felicidad tiene que ver con el futuro. Es imposible sentirse feliz sabiendo que mañana nos espera una desgracia. Por eso no me gusta este ambiente empapado de crisis en el que además del dinero nos están escamoteando la ilusión.
JL
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