sábado, 8 de octubre de 2011

Contradicciones, claro

A veces no sé si soy un optimista incurable o un pesimista escondido. A veces creo que las personas en particular son todas buenas, pero como sociedad el resultado es desastroso. A veces creo que las cosas van a ir bien y otras que la decadencia del ser humano es imparable.

A veces creo que me gusta viajar, y otras que los viajes de verdad murieron en el XIX.

A veces creo que soy un ser superior a todos, y otras creo que soy un desastre absoluto, un fraude y un embaucador.

A veces me inunda la confianza. Otras la inseguridad me hace temblar.

A veces añoro las vidas que no he tenido. Y otra veces creo que he tenido la mayor de las fortunas, que soy rico y afortunado.

En la tele ponen un programa de esos de gente que vive en un país que no es el suyo, lejos de casa. Es sobre Londres. Salen algunos chicos jóvenes, con talento, con éxito, con una vida intensa, especial. Todos parecen felices. Cuando veo alguno de estos jóvenes, quiero que mis hijos sean como ellos. Que se marchen lejos, que empiecen de cero. Estoy deseando verles mayores, hablar con ellos, ver cómo tropiezan, ayudarles cuando sufran, quizá enseñarles alguna cosa. Apago la luz, me voy a la cama, pero siempre paso por su habitacíón, a verles dormir. Ahí están, indefensos, dependientes, vulnerables. No quiero verles crecer, quiero que sean así, me encanta verles correr, adoro cuando se paran y me buscan con la mirada, cerciorándose de que estoy a su lado. Para siempre.

P.D.: Gracias a Marina y Elena por sus comentarios al post anterior. Todo ha salido bien. Mi padre recupera la vista día a día, aunque sigue igual de burro.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La felicidad, amigo, no existe, así en términos absolutos. Simplemente hay que luchar por que los ratos gratificantes compensen siempre a los que inevitablemente no lo son tanto. Nada más - y nada menos… y eso deseo yo para todos a los que aprecio. Querido Richi, déjame entrometerme otra vez en este rinconcito… para decirte que aunque las vidas ajenas siempre parezcan más felices, y siempre sea legítimo y de hecho necesario querer mejorar la propia, yo cambiaría todas mis idas y venidas, ocasionales éxitos y mis pocos talentos, por un ratito de la felicidad que tú encuentras viendo contentos a tus peques, y por esa mirada paternal, protectora y entregada, “para siempre”, que yo echo de menos todos y cada uno de mis días.
Qué padrazo estás hecho, coleguitaaa…! :)
Elena

Ricar2 dijo...

Tiene truco, Helenn. Escribo estos post en momentos de arrebato pasional paterno. Cuando vienen los otros momentos, no digo nada. La paternidad no es tan maravillosa como parece, no creas.

Brujitecaria dijo...

La paternidad, la humanidad y todos los vocablos que se te ocurran terminados en -dad, no son tan hermosas como soñamos, es verdad. pero a ver que nos queda si no...
Vocablos que no acaban en -dad, como vida, lucha y otras heridas...
Por cierto ¿y enfermedad? ¿dónde encajamos esta palabra maldita?