En los inicios de la ciencia médica y de la anatomía, allá a mediados del XIX, algunos científicos no podían esperar el lento proceder de la ciencia oficial que se practicaba en las cátedras universitarias. Se embarcan entonces en un lucrativo negocio ex-cátedra, erigiendo sus propias aulas extraoficiales en las que se disecciona en vivo cadáveres, mostrando a los estudiantes y curiosos, en sesiones más cercanas a la feria que a la ciencia, el funcionamiento del cuerpo humano. Una monstruosidad, quizá, pero fueron ellos los que cimentaron el hambre de conocimiento verdadero, fundado en la experiencia y en métodos que hoy consideraríamos científicos, pero desde luego poco éticos.
Algunos de esos estudiantes voraces, por una cantidad extra, podrían poner sus manos aprendices sobre el sujeto, sobre todo en ciertas partes consideradas más interesantes, la cabeza, el corazón, los genitales.... Los ayudantes del científico jefe se consideran más afortunados que los que están cursando la ciencia oficial, que se ha quedado detenida en vetustos manuales de olor medieval. Los jóvenes Fettes y MacFarlane, que trabajan para el gabinete del famoso y algo fúnebre doctor K, son dos de ellos.
Su trabajo consiste en preparar las clases magistrales del doctor, tanto en el aspecto organizativo como en el "técnico". El éxito es tal que se llega a un punto en el que existe un atasco: no hay suficientes cadáveres. Es entonces cuando estos ayudantes buscan la colaboración de rateros y maleantes de barrio, que buscan en los cementerios los próximos involuntarios contribuyentes de la ciencia. A ambos les parece un procedimiento limpio de cualquier tipo de culpa, al fin y a cabo, están haciendo un servicio a la humanidad y a la modernidad, son mártires elegidos para el progreso, y a nadie le causa daño.
Una noche, Fettes, que vive un momento de dinero y prestigio, que gusta de las noches locas en los nebulosos prostíbulos de Londres, recibe a los patibularios maleantes que son sus proveedores. Se queda helado cuando descubre que el nuevo sujeto es una bella chica de la calle con la que estuvo la última noche, por lo demás perfectamente sana. Sus sospechas empiezan a ser horribles, la perspectiva de estar propiciando asesinatos selectivos para su negocio le revuelve las tripas, ha traspasado su umbral de culpa. Le cuenta sus dudas a Macfarlane, el cual se muestra entonces frío, despiadado, y le reprocha a Fettes su hipocresía, el hecho de que nunca se haya molestado en preguntarse cómo es que siempre había un cadáver disponible cuando hacía falta.
Todo esta historia viene a cuento por lo que escribí hace unas semanas acerca de la culpa y el crimen. Esta historia, macabra y luctuosa, ilustra mucho mejor de lo que yo pueda escribir lo que quise decir, cómo hechos que nos pueden parecer detestables pueden encontrar su justificación según los tiempos, circunstancias, y según las personas. ¿Cómo reaccionará Fettes a las palabras de MacFarlane? ¿Se llegará a convencer a sí mismo de que no hay nada moralmente repulsivo en lo que acaba de ver? Al fin y al cabo, son personas del duro arroyo de esa época, que más pronto o más tarde morirán de sífilis, de tuberculosis, de una riña con navajas. ¿No es un final mucho más noble un sacrificio en el altar de la ciencia, cuyos descubrimientos son la base de la medicina moderna, que tantas vidas salva todos los días, gracias en buena medida a la perfección de los conocimientos anatómicos?
Si queréis saber el desenlace solo teneis que leer el cuento "The body snatchers" del escocés Robert Louis Stevenson, de donde he sacado esta historia.
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2 comentarios:
Ricardo, tienes mucha habilidad para crear suspense. Ponte a escribir novela negra, anda.
En cuanto a la cuestión de la responsabilidad y la culpa, es una de las claves
Escribir novela negra no debe ser sencillo, sobre todo por el tema del ritmo y el suspense. Pero es un territorio moral muy atractivo para andar jugueteando con estos temas de culpa y venganza. Quién sabe.
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