En un reciente curso sobre toma de decisiones, trabajo en grupo, conflictos, comunicación, todo eso, ocurrió un hecho que me llamó poderosamente la atención. La profesora quiere hacer una demostración sobre algo que luego supimos se llama "escucha activa". Le pide a una alumna que le cuente lo que hizo el día anterior. Después, mientras ésta empieza a hablar, ella ostensiblemente empieza a mirar hacia abajo, a jugar con el boli. Al finalizar, le pregunta a su conejillo de indias qué sensaciones ha tenido mientras hacía su narración. La alumna no sabe qué contestar; la preofesora le explica que no le ha estado prestando atención, y entonces pasa a explicarnos cómo se escucha activamente a una persona.
No voy a hablar aquí hoy de la enfermedad de no escuchar, de no escuchar de verdad, plenamente, entendiendo las posturas y desentrañanado los sentimientos del otro. Es un virus muy extendido (os lo está contando una persona que se evade a sus mundos mentales en los momentos más inoportunos). Oimos sin escuchar, miramos sin ver, vamos a toda velocidad, apenas existe de verdad un mundo más allá de nuestro alcance. Afortunadamente, muchas de las personas que leen este blog parece que de momento están inmunizadas contra este virus, aunque a todo el mundo le puede suceder por causas razonables.
Lo que a mí me ha llamado la atención del experimento que os he contado antes es que la persona que hablaba apenas se ha dado cuenta de la reacción de sus palabras. Y es que este otro tema es menos conocido. Hablo de esas personas que no observan a los que escuchan, que son impermeables a las reacciones que sus palabras puedan causar, que no leen el, a veces, transparente lenguaje no verbal. Para ellos, tu aburrimiento, urgencia, cansancio, malestar, molestia u ofensa no tiene efecto. Quizá sea torpeza, ensimismamiento, miopía, insensibilidad, desconocimiento, lo que les hace inmune a los inconfundibles mensajes que reciben. Es un don de agradecer, lo mismo que el saber escuchar, el saber interpretar el efecto que causas en tu audiencia y moderar, alterar, abreviar, alargar o incluso suprimir el discurso que estés dando. Afortunadamente, también, muchos de mis lectores también tienen este don.
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3 comentarios:
Lo de no escuchar va en paralelo a no sentirse escuchado, a lanzar tu discurso "por encima de la campana gorda", como dice C., es decir con independencia de si el que lo está escuchando quiere o no oírlo, a veces puede tratarse de necesidad de decirlo para que se sepa que lo hemos dicho, aunque sepamos que no van a escucharnos... En todas estás lides, la que pierde es la comunicación, y sin comunicación es imposible construir sabiduría, que es una construcción comunitaria, ¿o no?
Yo antes era una buena escuchadora, o eso decían.
Con el tiempo, mi oido y mi concentración se han ido a paseo y me cuesta mucho fijarme en las cosas que me cuentan, y quedo mal cuando al cabo de los meses pregunto algo que ya me habían contado. Me da mucha rabia, deben ser las neuronas muertas por los cigarros que no he fumado, no sé.
Respecto a ese sexto sentido del que adolecen algunas personas... debe ser que también se pierde con la edad... yo creo que aún lo tengo, pero mi madre, mi suegra, la mujer que trabaja conmigo... son incapaces de darse cuenta de ese novesqueestoyocupadaesperaqueterminoymelocuentas que somos incapaces de decir en voz alta porque son mi madre, mi suegra, la mujer a punto de jubilarse que trabaja conmigo y hay que tener un respeto a la edad... precisamente ese respeto que a veces no tienen ellas (¿son siempre mujeres?)
No creo que sea solo cosa de mujeres. los hombres no escuchamos, se suele decir. No escuchamos de verdad.
El hecho de que luego no te acuerdes de las cosas tampoco quiere decir que en ese momento no hayas escuchado con atención. Es que tenemos muchas cosas en la cabeza.
¿Y esas personas que todos conocemos alguna que temes que se paren a hablar contigo porque te tiras toda la mañana?
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