miércoles, 13 de enero de 2010

Propósitos para el 2010

No soy muy dado a estas cosas de los propósitos de año nuevo, porque no me los creo y porque no percibo la diferencia entre un día de un año y el siguiente que ya es de otro, pero he aquí unos cuantos propósitos personales que he pensado:
- Dejar de poner tantas chorradas en el Facebook, y leer todos los interesantes enlaces de X. Agenjo.
- Abandonar mis prejuicios hacia los dependientes del Corte Inglés; dejar de pensar que se lo tienen creído, que tienen complejo de superioridad, y que me miran por encima del hombro. No puede ser cierto, al menos siempre.
- Aprender a pronunciar al fin las palabras fauteuil, feuille y vieille.
- Superar esa extraña pereza que me inunda en ocasiones a cualquier hora del día.
- Manejar la lavadora, y mira que la hemos comprado fácil. Dejar de preguntarle a Amalia cien veces cuánto detergente debo poner, y qué es ese botoncito con una plancha.
- Hacer albóndigas sin que me acusen de fabricar armas antidisturbios. La última vez me las pidieron desde el Gobierno de Irán para no sé qué de unos manifestantes.
- Aprender a darla de cabeza sin tener 3 días dolor de ídem, poder disputar un balón aéreo sin hacer falta al contrario. Estrenar al fin mi raqueta de pádel, que ya tiene 7 años.
- Según Amalia, apreciar más mi propio trabajo, no subestimarlo. Me pondré a ello.
- Aprender a regalar pendientes.
- Decidir por fin si soy un optimista incurable o un pesimista apocalíptico.
- Dejar de hablar solo. Sé que es un objetivo inalcanzable.

A medida que se me ocurran más los iré poniendo. Permanezcan en sintonía.

viernes, 8 de enero de 2010

Gene Kelly


En un disco de Tom y Jerry que hemos sacado (otra vez) de la biblioteca, viene un extra de la película Levando anclas, en la que aparece Gene Kelly bailando junto con Jerry en un fantástico país de dibujos animados. Todo eso me ha recordado a mi cinéfila adolescencia, en la que vi numerosos musicales de este atleta bailarín, limitado actor, pero de una presencia única y vitalista que llenaba la pantalla. Lo he echado de menos, la verdad.

Gene Kelly representaba la alegría de vivir, el optimismo, la energía, la ruptura, cierta anarquía, el placer de ponerse a bailar en plena calle, en la cubierta de un barco, en el salón, bajo una densa lluvia, en un granero, donde fuera, con tal de expresar el gusto por ser joven, por sentirse vivo, por amar y ser amado, mediante el simple (¿simple?) acto de bailar y cantar, en un delirante absurdo, en una abstracción memorable, en medio de una plaza, con una música que sale de quién sabe dónde, con paseantes que mágicamente se saben al dedillo la coreografía. ¿Y por qué no? La vida debería ser así, la música debería estar presente en todas partes, la pirueta tendría que ser practicada por todo bicho viviente.

En colaboración con el exquisito Vincente Minelli o con Stanley Donen, creó algunos de los momentos más inolvidables de la historia del cine, en fantasías coloristas como El pirata, romances hechizados como la fascinante Brigadoon, o risueñas evocaciones como Summer Stock. Y por supuesto con Cantando bajo la lluvia, donde llueve como nunca ha llovido en ninguna parte. Mucho mejor estas ligeras delicias que cuando quiso ponerse más serio y "profesional", en películas que me gustan mucho menos como Invitación a la danza o la mismísima Un americano en París.

En fin, me he dado cuenta de que hace mucho, pero mucho tiempo que no veo un musical clásico, y en un día como el de hoy, que un suceso tonto y trivial me ha dejado un poco tocado, no me vendría mal un chute de alegría porque sí, con un par de bailes con Gene.