lunes, 14 de diciembre de 2009

Permitidme la cursilería, otra vez

Un suceso inesperado, un nuevo amor, una nueva relación, me ha devuelto por unos días al pasado de mi más tontuela adolescencia. Por un momento de nuevo me he comportado como aquellos tiempos de la risa tonta, del chiste inocente apenas camuflado, del yo-ya-lo-sabía, de la curiosidad por los detalles; me he olvidado un rato de los impuestos, los colegios, las secadoras, los trenes, de todos esos andamios frágiles y presuntamente serios que nos rodean, y me ha parecido más importante que todo ello, como entonces nos parecía, el amor secreto, y hemos sentido otra vez sonrojarnos las mejillas.

Y a mí, al que casi arrolla este tren casi olvidado pero igualmente anárquico y salvaje, me ha parecido que mi miopía ante el amor fresco, ante el brote verde, se debe a un anquilosamiento del sentido que se encarga de detectar las miradas con intención, el susurro apartado, y sobre todo, la sonrisa incontenible del gozo por el nuevo descubrimiento de esta sensación, esa locura, que nunca deberíamos tener por sabida, por sentida. Y esa venda de madurez y sosería que me priva, que nos priva, del lado eternamente juvenil que aquí dentro de nosotros vive y late y respira, cae a veces, como ahora ante este nuevo amor que ya es ligeramente otoñal, y que aquí delante de nosotros casi nos asfixia con sus alientos de jazmines, que está contaminando con sus pudorosas radiaciones el aire que prudente corre entre nosotros.

Bueno, y al fin, ¿qué música le ponemos a todo este jolgorio? Pues está claro: "los amantes debutantes"

Los amantes debutantes
empezaron a bailar ayer.
Van girando, preludiando
la sinfonía del hombre y la mujer.

Con sus rizos primerizos
la ternura les tejió una red
y un soneto que en secreto
les lee Bécquer para abrevar su sed.

Y nada vale nada a su alrededor
creen que inventaron el amor.
Guardan la llave del misterio
a medias con el adulterio.

Tierno alarde,
que en la tarde
cobija el parque o la catedral.
Primaveras callejeras
que anidan cuando anochece en un portal.

Despedidas a escondidas.
El primer beso, el primer adiós.
Y vuelta a casa,
donde pasan
las horas lánguidamente en un rincón.

Susurran aquel nombre como una oración
y se acurrucan en su habitación,
para vestir el dulce anzuelo
con un manto de terciopelo.

Buscando terciopelo en la mirada
y abrazarse contra la almohada,
con un amor de contrabando
pasas la vida DEBUTANDO...

[Faltan 2 de las estrofas finales que no vienen el caso para lo que estamos hablando]

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