Tomo prestado el título de esta novela de no se quién, [Marina, ayúdame], para explicar las sensaciones que tengo cuando salgo a correr por mi barrio a eso de las 10 de la noche, entre el viento y la lluvia fina y helada. Cuesta creer que esto es Madrid: la última vez tuve que pararme a escuchar porque no daba crédito a mis oídos: había un silencio absoluto, de bosque; de taiga siberiana más bien. Vengo de un barrio donde en la noche más desolada era imposible no escuchar el ruido de fondo del tráfico, o un timbre, o alguna conversación. Lo que se llama “calma” o “silencio” en una gran ciudad es una ficción que viene a significar un nivel de ruido ambiente más bajo de lo habitual. Es como la noción de noche. Un madrileño no sabe lo que es la noche hasta que no va al campo y descubre que la noche es un estado misterioso en el que, ¡válgame Dios!, no se ve nada.
En este barrio nuevo tampoco existe la noche, pero existe el silencio absoluto, roto únicamente por la rachas de viento. Pero las rachas de viento son parte del silencio. El viento hace el silencio. Si lo oyes, es que estás disfrutando un rato de silencio. Pero no es solo eso lo que hace la soledad.
Lo que te deja mudo y petrificado es el abandono. Paso corriendo entre edificios gigantescos que aún no están terminados. Y las ventanas sin cristales son ojos vacíos, son agujeros a las tinieblas. Las moles de granito sin alma son lo que hace la soledad. Los esqueletos de los pisos a medio construir, las siluetas de las inmensas grúas que se balancean al soplo de la borrasca. La impresión de desolación es profunda. Es como un viaje a un paisaje después de una batalla, porque además hay montañas de escombros apiladas, que cortan carreteras, hay agujeros y socavones peligrosos que parece que esconden los peligros. Hay bancos y columpios vacíos que parece que alguna vez albergaron vida, pero que yo la verán jamás.
Satisface un poco pensar que alguna vez este páramo abandonado será un lugar con vida y que el silencio de pega de la ciudad llegará aquí, pero como siempre, y es que, como ya comenté en otro post, soy un experto en el arte de echar de menos, añoraré estas carreras nocturnas de merodeador entre los escombros de una ciudad que fue y que indefectiblemente será.
1 comentario:
De Juan José Millás, no lo he leido, el libro esta ilustrado con un cuadro de Hopper.
En mi pueblo el silencio siempre da esa textura a la noche, en el invierno profundo eso te enfrenta a las brujas y a los lobos, enverano es otra cosa. Veo que has empezado a correr, ¿se trata de una huida hacia adelante?. Siempre nos llevamos con nosotros y al final nos cogemos cariño.
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