Ese día, del que ahora se cumplen 10 años y que, por nuestra pasión por lo simbólico y lo redondo, toca recordar y rememorar, aunque duela, fue sobre todo abstracto. Es el día en el que se romplen las reglas, en el que los cimientos se quiebran. De repente, subí a un autobús, y la máquina de validar los billetes estaba tapada por un plástico: no había que que pagar, porque, como era mi caso, las personas deambulaban de hospital en hospital buscando a alguien.
¡Qué extraño! Vine a la biblioteca en el autobús, el 37, pasando al lado de Atocha, y llegué al trabajo con normalidad. Si me hubiera fijado, ¿habría visto a la gente salir de la estación, y de sitios poco habituales de los alrededores, como embobados, serios ejecutivos con maletines mirando al vacío, como tantos otros dijeron haber visto? Caminamos ciegos, sin ver. Aún más raro fue que aquella mañana nos reunimos en el trabajo, y comenzamos a tratar alguna trivialidad tremebunda bibliotecaria. Interrumpimos a los pocos minutos. Era ese mundo abstracto, que se estaba haciendo presente.
Más tarde, cuando el asunto impactó y me convertí en uno de esos seres de mirada ensimismada, que visitaba hospital sin hospital, buscando a una chica a la que no conocía y de la que solo sabía el nombre, poco importaba ya nada. Con una eficacia metódica tracé las rutas y los medios de transporte más adecuados y rápidas. Visité salas de espera atestadas, de gente asombrosamente tranquila, leyendo listas de heridos y de muertos, que cambiaban constantemente. En la última visita, un médico habló a la sala abarrotada. Antes de colgar la lista, una lista unificada de todos los hospitales, nos advirtió de que si no encontrábamos la persona que buscábamos en esta lista, nos pusiésemos en lo peor. Lo dijo de modo muy crudo, "lo más probable es que estén muertos", y a mí me repugnó. Más aún cuando no estaba allí. Más aún cuando al final tuvo razón.
10 veces ya 11 de marzo. Unos años después de la tragedia, soy habitual de esa línea de tren, y de esa hora. Ya casi nunca, pero muchas veces me han venido ráfagas de recuerdos, muchos de ellos falsos, y he mirado a la gente de alrededor, viviendo un día normal y reglado. La sombra abstracta y quebrada sigue por aquí, dentro de todos los que nos tocó vivir esa insoportable mañana.
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1 comentario:
Esa fue una mañana rota. Yo, como muchos otros, no sabía como ayudar, algunos compis nos fuimos a ver si podíamos donar sangre. Estuvimos en la princesa y la calle era un hervidero de generosidad desorientada...
Algunos compañeros no volvieron. Nunca olvidaré la sonrisa y la mirada de Mirian. Algo quería decirme.
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