Cuando Evelyn Waugh inicia su trilogía sobre la Segunda Guerra Mundial (que se conocerá como Sword of Honour), o, al menos, sobre la SGM que él vivió, es un escritor reputado, con recursos, lo que le sitúa en la posición de poder ofrecer su visión sabiendo que el público, al que había encandilado con Brideshead revisited, iba a recibir lo que escribiera, aún frescos en su recuerdo los apagones, los bombardeos, los discursos de Churchill.
Iniciada su lectura, uno rápidamente se da cuenta de que allí se va desarrollando un ajuste de cuentas, con la guerra, con la religión, con la burocracia, con la hipocresía, y con todos aquellos con lo que Waugh está en fricción. Añorador desde el principio de un honor y una gallardía de los antiguos caballeros católicos ingleses, quizá solo existentes en su imaginación, Waugh, y su imagen especular en las novelas, Guy Crocuhback, describen una guerra muy poco gloriosa. Men of arms, el primer volumen, trata de la vida en una Inglaterra que mira de reojo el asombroso despliegue nazi, que traga como puede el desastre de Dunkerke, pero que se afana más en conseguir buenos puestos en la nueva escala militar. La guerra de burócratas y de incompetentes, de personajes caricaturizados con amargura y resentimiento, ocupa esta novela, para acabar con una chapucera escaramuza en las playas de Dakar. Officers and gentlemen, el segundo tomo, y último de los que he leido, abunda por el mismo camino, esta vez en territorio africano, para acabar con otro desastre, esta vez en la isla de Creta.
A través de la escritura morosa y parca de Waugh se destilan sus rencores y se adivina una personalidad vitriólica, ajada y amarga. Su resentimiento es patente, pero incluye también una parte de autoflagelación en la figura de su otro yo, un ser apático, anodino, desesperantemente inactivo. Su resentimiento llega también a las mujeres. A Waugh, durante una ausencia, su mujer le abandonó por una amigo, y este hecho se refleja con claridad como una herida abierta a través de la peripecia exacta que sufre el protagonista, y del descarnado retrato posterior de la mujer. Pero es en una escena entre ellos dos donde está el mejor momento de estas novelas. Guy, fiel católico, es animado por las palabras de su párroco, que le dice que una esposa siempre conserva su carácter de esposa, a intentar un acercamiento sexual a ella, sancionado a su parecer por las reglas de la religión. La mujer no le rechaza hasta que descubre que han sido las palabras del sacerdote las que han desencadenado todo, y con duras y certeras palabras le desprecia.
Teniendo una escritura fría y desapasionada, es curioso ver como por las grietas de la estructura asombra todo el rencor y el dolor que este dandy furioso llevaba escondido.
lunes, 4 de junio de 2012
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