lunes, 16 de marzo de 2009

Americana

Jake Blount llega a esta pequeña ciudad del sur de Estados Unidos. Entra en el bar de Biff y pide una cerveza, y pregunta. "¿qué clase de ciudad es ésta?". El momento pertenece a una novela que acabo de terminar, "El corazón es un cazador solitario", de Carson McCullers; es un clásico (1947) de la literatura sureña americana. Es una escena con un sabor profundamente americano, clásica en el riquísimo imaginario de personajes y arquetipos presentes en la literatura de ese país desde los tiempos de Mark Twain. El desarraigado, el que se establece en una ciudad, permanece un tiempo, y después, de un día para otro, desaparece para marcharse a otra. El eterno viaje, el sabor de la carretera. Un país en el que no ha cambiado mucho desde que los colonos viajaban constantemente al oeste buscando el lugar donde vivir.

El resto de los personajes de esta intensa y sentida novela no son de este tipo viajero, pero viven en el mismo espacio literario sudoroso, plomizo y solitario que comparten universo con Faulkner o Tennessee Williams. El sur de Estados Unidos, el real o el imaginado, es un microcosmos literario y cinéfilo tan complejo o más que el Macondo de García Marquez. Me gusta de cuando en cuando sumergirme en este océano de perdedores y enfebrecidos, de racismo de siglos, de alcohol, de algodón, de familias terratenientes, de comunidades cerradas y brotes de violencia desmesurada, de pantanos mefíticos, de veranos agotadores. No os voy a recomendar esta novela de incomunicación, porque es una lectura pedregosa y estática, hoy descatalogada. Pero me gusta compartir con vosotros mi afición inexplicable a este chapuzón en el abismo. Este y otros abismos me atraen con sospechosa frecuencia en mis devaneos literarios y cinéfilos. Me gusta porque me parecen obras llenas de vida real y palpitante, porque me dejan honda huella, me golpean sin piedad en las entrañas. ¿A quién no le apetece un buen puñetazo de vez en cuando?

1 comentario:

Brujitecaria dijo...

Si, aunque habrá a quién le suene raro ¿a quién no le apetece un buen puñetazo de vez en cuando?
Un buen puñetazo lava y borra el surco de la vida cutre de cada día y permite gozar de que el puño no sea demasiado grande y devuelve al cerebro su ración de fuerza de supervivencia.
Y si el puñetazo es literario, pues mucho mejor, porque es posible perder, pero no demasiado, estar solo, pero no mucho y estar desarraigado en familia.