Hubo un tiempo en la vida de mis padres, ya casados, con un hijo muy pequeño, en su vida de emigrantes rurales en Madrid, en que vivieron en una cueva. Cuando me enteré, me pareció escalofriante, tremendo. Pero ellos lo cuentan con total normalidad. La habían excavado ellos mismos, con sus propios picos y palas, y tenían sus habitaciones, sus puertas, sus comodidades, era un sitio limpio, habitable, no pasaban frío, aunque mi hermano casi no lo cuenta cuando se le cayó el techo encima. Pero no dejaba de ser un cueva, como vivían los hombres de la Edad de Piedra. Estaba situada en donde hoy circula el metro en la línea 5, entre Eugenia de Montijo y Aluche, en ese tramo al descubierto, pensadlo la próxima vez que paséis por allí. Se veía el cementerio y la cárcel, supongo.
No recuerdo haber visto ninguna fotografía de aquella época que me resulta imposible de imaginar. Es poco probable que exista alguna foto, no creo que tuvieran dinero para cámaras. Pero no deja de chocarme, el pensar que aquello fue en la generación familiar anterior a la mía. Yo, que he crecido sin que me falte de nada, que tengo un nivel de vida acomodado, acostumbrado a unos mínimos que incluye un coche, aire acondicionado, gas, electrodomésticos, y a unos mínimos "culturales" también, no estoy a más de un paso de una cueva, básica, primigenia.
Aquel niño que casi muere aplastado fue maestro, el friki que nacería años después, bibliotecario, el salto que se ha dado entre una generación y otra da el vértigo que se siente al contemplar dos mundos opuestos, pero que tienen como inicio la humildad y el esfuerzo de la casa robada a la dura tierra con las manos desnudas. Creo que nunca debo de perder esa valiosa perspectiva, creo que tengo la obligación de trasmitirla a H. y a A., que vienen detrás, y nada saben de humedades, de tierra pisada, de cuevas. Tengo que contárselo y esperar que estos tiempos tan negros que se vienen encima no signifiquen una vuelta literal o metafórica a las cuevas.
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3 comentarios:
Ya sé que te doy mucha cera y seguro que te sonrojas pero es que me encanta leerte. Usas las palabras con una sencillez y limpieza que engatusa. Las historias cotidianas se transforman en hechos extraordinarios, los familiares y amigos en grandes personas, las calles, los mares, los vinos,... que bello es leerte. Qué envidia esos ojos tan limpios.
Bueno, Blancanita. Estás por supuesto autorizada a escribir tan bonitos elogios cuantas veces quieras. Menos mal que no los leí antes de verte el viernes, sino no hubiera sabido dónde meterme. Un besote.
Bueno, es verdad que usas la palabra común trascendiendo su sentido, como decía Machado que había que hacer con las palabras en la poesía, creo que hablaba de que fueran como de dos caras, como las monedas... No sé si fué Pilar Palomo, la crítica literaria y rectora de mi Universidad quién me habló de ello. Date por tanto por enaltecido al mismo rasero que Antonio Machado, el hombre bueno.
Pero a mi me pasa como a ti, que me sorprende el abismo entre las generaciones, y que me aterra la vuelta a las cavernas y a las edades obscuras. Aunque..., ¡más obcuras que la muerte a la que todos estamos abocados!
H. y A. tendrán que esforzarse para imaginarlo, pero a mi me gusta hacerlo, siempre me ha gustado lo extraordinario, y una casa en el vientre de la tierra lo es. La edad obscura es otra cosa, eso lo recuerdo bastante bien.
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