Cuando yo tenía unos 10 años vino una chica nueva a mi cole que se llamaba Karina. Fue un fichaje pintoresco porque era francesa, en un tiempo en que los extranjeros, por escasos, causaban mucha sorpresa e interés a su alrededor. Llegué a ser bastante amigo de esta chica, quizá la primera chica que fue amiga mía. Por supuesto, mis colegas me pinchaban con el tema de que a Karina le gusta Ricardo y viceversa. Creo recordar que los rumores eran falsos, pero sí me gustaba charlar con ella, y además estaba el tema de que era francesa, ¡qué caray!. A mí me gustaba entonces la empollona de la clase, que tal como la recuerdo hoy en día, era una chica con gafas de azafata de 1,2,3 y la cabeza cuadrada, literalmente.
El caso es que un día Karina me preguntó a quién votaría yo en las próximas elecciones, si tuviera la edad. Yo repetí como un loro lo que oía a mi padre por aquel entonces. Y ella se enojó. Dijo: "¿Votarías a esos?". Seguro que ella también repetía lo que escuchaba en su casa. Ante mi perplejidad no se me ocurrió otra cosa que unos días después decirle que lo había pensado mejor y que no votaría a nadie. ¡Vaya ocurrencia! Eso le sentó peor que lo anterior.
No recuerdo si en ese momento nos dejamos de tratar del todo o es que a partir de entonces ya no fue la relación como antes, pero el caso es que todo cambió entre Karina y yo para siempre. Al año siguiente ya no vino a nuestra clase y nunca más la he vuelto a ver. Nunca más he vuelto a discutir con nadie de política en términos que puedan llevar a un enfrentamiento. Y podría discutir de política en términos generales, pero desde luego nunca me pelearía por los partidos políticos, organizaciones sedientas de poder a los que les da igual si nos va bien o mal o que estemos vivos o muertos. El extraño caso de Karina y la política se me quedó grabado para siempre, y su cara pálida de francesa, y su chandal rosa mandándome delicadamente a tomar viento fresco me escuecen aún.
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1 comentario:
Se ve que eres de una generación posterior a la mía, porque si a mi me hubieran hecho la pregunta de marras, yo seguro hubiera dado la respuesta opuesta a la que hubiera dado mi padre, o incluso mi madre.
Y el sentido de lo exótico me recuerda que cuando yo tenía nueve o diez años recurrí a los escasos conocimientos de alemán de mi padre para hablar con un fichaje de mi colegio, que aparte de su aura mística se debió partir de la risa. ¡Y eso que yo era medio guiri también y eso habría debido curarme de esa especie de papanatismo!. Pero lo cierto es que no, que ser extranjero para mí es un punto a favor de cualquiera; lo dicho: es que no somos nadie.
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