domingo, 18 de noviembre de 2012

Amor demasiado precoz

¡Que está enamorado, me dicen! ¡Que un amigo suyo del cole dice que H. está enamorado de otra niña; ojalá, se trata de una niña dulce y discreta, creativa y tranquila! Qué pena que no pueda creerlo. En su mundo egocentrista no queda espacio para el amor todavía, con todo lo que tiene que absurdo, de desapego y de abandono. He visto salir en mis hijos los sentimientos como quien les ve salir los dientes. Les salen en el momento adecuado, pero, a diferencia de los dientes, ya no vuelven a caerse nunca más. He visto cómo aparecía el miedo, el temor, en el momento adecuado, cuando se despegan de la madre y caminan solos, y el miedo les ayuda a calibrar los peligros.

He visto nacer la avaricia, el egocentrismo, básicos en los primeros años, que necesitan de todo para sostenerse; la envidia, ese sentimiento erróneamente menospreciado y vituperado, pero que en realidad nos azuza, nos estimula diariamente, si lo conducimos con sabiduría. El amor solo existe entonces como apego desesperado y absoluto hacia sus padres, verdadero norte, paraguas, barrera, cobijo, referencia. La amistad también existe, aunque se torna enfado con mucha frecuencia, porque choca con la avaricia; la amistad desinteresada y sin fin no creo que se haya consolidado aún, es solo de momento un subproducto de la convivencia obligatoria que es esa dura red de relaciones que es el colegio.

Pero el amor a otra persona, ¿para qué? ¿Qué función puede tener aún? ¿Ensayo general? ¿Tiene la misma función entonces que el juego, que es un mera reproducción inofensiva y controlada de las experiencias reales? El amor ha de salir cuando la personalidad se haya asentado, cuando se haya comprendido al fin nuestra insignificancia, nuestra prescindibilidad. Es entonces, amén del reclamo genético de la perpetuación, cuando surge la necesidad de amar y ser amado, la de no sentirse nunca más solo, la de tener un depósito seguro de afecto y de mutua comprensión. Y que lleve indefectiblemente a un calvario o a un remanso.