lunes, 20 de diciembre de 2010

De tiendas

No se me olvida la primera vez que fue a comprar yo solito, así que debía de tener ya 6 o 7 años. Agazapado tras el mostrador, esperé mi turno, y sin saludar siquiera solo dije: "Una barra de pan", y solté el dinero. Al otro lado estaba Jesús, al que conocía de toda la vida, pero nunca solo, claro. Jesús se burlaría hasta siempre de mi timidez, diciéndome: "Richar", y a continuación "uuuu", porque al parecer cuando de pequeño me llamaba yo contestaba con algo inaudible que debía sonar así. Pero era un tipo afable, y era parte del barrio. La panadería de Jesús, un local alargado, mitad panadería, y la otra mitad para experimentos comerciales, fallidos todos ellos (Pastelería, bollería, incluso zapatería). La última vez que pasé por allí, había algo así como un locutorio. La otra mitad, condenada al parecer siempre al fracaso, está cerrada a cal y canto.

Las tiendas eran el barrio, eran el tejido, la sustancia, el lugar de encuentro, puntos focales donde se desarrollaba la vida. Ya no existen la Tiendecita pequeña, misteriosa forma de llamar a una de esas tiendecitas que se decían ultramarinos, y que vendían cualquier cosa, un poco como los chinos de hoy, pero de aquí, nuestra, con el señor Ramón, que tenía una hija guapísima, la que se casó con el militar que mandaron a Rota. Pues eso, el señor Ramón. Y Jesús, el del hijo bombero. Más moderna y joven era la papelería Gamo, muy surtida, apasionante almacén de cosas de colores, donde había que ir a comprar esas cosas que mandaban en clase que a mí me aterraban: rotring, compases, transportadores de ángulos, escuadras. Me encantaba el olor de la tienda, su luz, el trato, siempre estaba abarrotada. Hoy hay un dentista.

Mi barrio ha tenido una suerte razonable. Sobreviven aún bastantes comercios de la época, resistiendo a las invasiones asiáticas, a los misteriosos locutorios, que parecen más antiguos, de otra época, incluso anterior a la mía. Ahí están Calzados López, increíble que siga existiendo, como las colchonerías León, tienda desastre y sucia, o Begoña, la tienda de ropa de baratillo, que tiene a mi madre de clienta habitual. Una tienda esta sí que huele a otra época, con todas esas cajas, esos escaparates atiborrados...

Las tiendas son los barrios. El mío, como todos los barrios nuevos, nace muerto, solo florecen los bancos, las farmacias y los chinos, todos comercios fríos y huecos, lejanos. Solo el Mercadona parece que ejerce de lugar de reunión, aunque no deja lugar para la charla ni para el conocimiento, y parece un suelo poco fértil como para que crezcan un día las flores con las que sentir las punzadas de la nostalgia que siento yo mientras escribo estas líneas.

martes, 7 de diciembre de 2010

La hora de Richi

La hora de Richi nació por imitación hace ya un par de años. Sin objetivos fijos, sin un plan de acción o una línea coherente. Con el tiempo, la utilidad fue como un espacio para ir poniendo esas ideas a menudo espontáneas, vivencias insignificantes a las que se buscaban conexiones más trascendentes, pero también un hueco para esas cosas que siempre me han rondado, a las que para saber de qué se trataban les hacía falta estar por escrito, aquí en la nube. Dice JL que a veces ha tenido la sensación parecida de tener que escribir algo que en un momento le ha surgido o ha pensado. Le debe ocurrir más o menos a todo el mundo, con diferentes utilidades. JL, este es tu sitio, solo tienes que mandarme el texto.

Pero hay una trampa. También quise con el tiempo que este blog fuera un acceso a esa parte que no se muestra, a un lado si queréis más íntimo. Prueba de ello es que algunos de mis amigos más cercanos no saben de su existencia, mi santa esposa tardó tiempo en conocerlo. El hecho de tener audiencia, no obstante, deja este cuaderno a medias. Eso le ocurre a éste y probablemente a la mayoría de todos los blogs que hay por ahí. Hay una cortapisa que imponen, en primer lugar, la propia forma "literaria" que pones a tus textos, el hecho de que el cerebro está entre el instinto y las manos.

Esta misma noche un absurdo detalle me ha acabado trazando una línea que une ciertos detalles absurdos de mi vida para llegar a una conclusión algo amarga o negativa sobre mi carácter. Empecé a escribir mentalmente este post contando esa "revisitación" de ciertos aspectos fundamentales sobre mí mismo. Pero aquí estoy, hablando sobre el hecho de escribir y no escribieno lo que pensaba. He decidido, además de evitar la introspección narcisista, ahorrarme esta revisión negativa no sea que cuando lo escriba de convierta en cierta, que pueda en su momento volver a leerlo y convencerme de que es verdad, con la esperanza de que aquello que no se escribe no sea realidad.