viernes, 30 de noviembre de 2007

Y se ve la Luna

De vueta al trabajo, y a la vida más o menos normal. Ha sido un mes largo de “vacaciones”. Y va entre comillas porque ha sido una locura: el nacimiento exprés de Ana (qué ganas de venir al mundo tenía), los primeros días de convivencia los cuatro, visitas a tiendas de muebles y…. ¡mudanza!. Dar de alta contratos, acordarte de la madre del constructor cada vez que observas errores, pelearte con instaladores, el día entero en el coche, en fin… Menos mal que he vuelto al trabajo, a descansar de las vacaciones.

Al fin, vivo ya en algo parecido a una casa. Como soy un experto reconocido en el arte de echar de menos, añoro mi antiguo barrio y mi antigua vida. Me causa pesadumbre llevar al niño al cole en coche, ir con prisas. ¿Dónde han ido mis paseos matutinos por el Retiro desierto y helado?

Mi nuevo barrio no existe, es un erial lleno de montañas de escombros, un bosque de grúas, una Siberia yerma donde hace un frío del copón y el viento pasea por las desiertas avenidas los embajajes del Ikea que los vecinos dejamos por ahí, ante la ausencia de cubos de basura. El pequeño H. ya no pide salir a la calle, no se sabe si porque le gusta su amplia y luminosa habitación, o porque el paisaje no le motiva.

La primera nota de gusto por mi casa y por mi nuevo barrio vino de muy arriba, cuando me asomé a la ventana de mi cuarto y vi la Luna, creciente, limpia y hermosa. Llamé a H., y descubrir dónde está la Luna se ha convertido ya en una rutina diaria. Vengo de un barrio y de una casa donde para ver la Luna no servía mirar hacia arriba. Dice mi alma gemela Ale. que lo primero que notó cuando se mudó a su nueva casa fue que podía ver la Luna. Es una gozada. Es un comienzo. Dentro de unos años, cuando estemos rodeados de pisos, gente, tiendas, niños, y esto sea ya un lugar con vida, estaremos muy gusto. Pero a lo mejor ya no se ve la Luna.

Saludos a todos.